Y, ¡se enojó!, ¿qué hacemos? Ahora y siempre ¡educar!

A los dos años, antes o después… los chicos necesitan lograr su identidad y marcar su independencia. Sus herramientas son escasas, las tuyas son muchas más.

La primera reacción es de desconcierto, incluso temor ¿por qué llora y patalea?, ¿por qué rechaza una caricia?, ¿le dolerá algo?

A veces, una mamá con experiencia te dice, dejalo “sólo te” quiere llamar la atención. Y nos quedamos incómodos porque “eso” es importante para su educación. Querer llamar la atención es algo muy normal y frecuente en el ser humano y el niño o la niña no conoce, por ahora, otro modo.

 ¿Por qué? Ahora mi hijo quiere llamar la atención, nos preguntamos, inclusive, podemos sentirnos molestos y hasta culpables, ¿será que no lo atiendo suficiente, me reclama porque estoy saliendo a trabajar?

Y, resulta que, contrariamente a todos estos sentimientos, podríamos alegrarnos… está dando un pasito en su madurez, a su modo y con sus escasas posibilidades de expresión, está diciendo “acá estoy yo”. Se está descubriendo a sí mismo como distinto de otro.

Reacciones naturales

La primera reacción, la más natural es el enojo, él niño se enoja y nosotros también. Así ya sabemos que no vamos a llegar a ninguna parte. Nuestra actitud afectuosa pero firme le hará mucho bien.

Si el enojo se alarga viene la otra “tentación” ceder en favor de la paz, queremos que termine este “escándalo” que está armando. Y, sin embargo, como dice la Lic. Adriana Ceballos, es la hora de la paciencia infinita.

Vení que te explico

Nos podemos estar metiendo en un lío, es verdad, pero pasado el “berrinche”, cuando claramente se ha serenado, tratamos de explicarle. Conviene empezar con preguntas para ayudarle a reconocer sus sentimientos. Está aprendiendo a hablar… que asimile el nombre de las emociones:

¿Qué te pasa? Es una pregunta demasiado vaga, general. Mejor empezar con una pregunta que nos ponga de su lado ¿te duele algo? No… entonces, ¿Por qué llorás? Tal vez esta pregunta ya nos dé un poco de luz. Su respuesta puede ser amplísima: desde el mutismo y la cara larga con lagrimones, hasta porque me sacaron un juguete, porque no me contestabas… porque quería salir a jugar… a veces ya ni se acuerda por qué.

Tal vez todavía no habla pero la cercanía, la pregunta, el interés lo irá serenando.

La reacción de los padres y educadores en estas instancias exige moverse en un difícil equilibrio que reclama flexibilidad y empatía mientras se dejan claros los límites.

¿Qué no hacer?

Nada de lo que vamos a decir es cómodo. El primer NO parece obvio, no pegarle, ni un “chirlo” en la boca, ni un “chas chas” en la cola aunque lo sienta simbólico.

Más aún, que no descubra que te está “sacando”, que te estás poniendo nervioso pero intentas controlarte. Controlar esa emoción negativa no es fácil pero es indispensable para los educadores. Cualquier mensaje pasado en ese estado carece de validad puesto que no se percibe como un bien para el otro, en este caso el chico, sino una descarga de tu estado de ánimo que es, por definición, cambiante.

Que sienta que se le pone un límite, para llorar NO estará donde están las visitas, o los hermanos, buscará un lugar solitario. Por eso muchas veces, estos eventos terminan en el baño.

El límite incluye su forma de reclamo o pedido. Se gana mucho más de otra manera y tiene que comprenderlo, aunque no entienda las palabras, porque nos esforcemos en hacerlo realidad.

Cada familia sabrá cuál es ese límites desde los tomas de luz a los adornos en una mesa baja o la ropa en el seca ropas. Límites en el modo de expresarlo, por ejemplo, llorando no se piden las cosas. Tampoco se reclaman como si fuera una exigencia, un derecho, cuando en realidad no lo es.

No te olvides los primeros años son decisivos en la educación, en la formación de tu hijo, necesita que papá y mamá coincidan en cada una de las pautas educativas que se van a establecer.

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