Mi visita mensual a mamá que vive en Montevideo, tuvo este marzo un desenlace completamente inesperado. ¡COVID-19!!
Por Beba Bonasso de Navarro
– suscriptora
[dropcap]R[/dropcap]ecién se empezaba a hablar del coronavirus en el Río de la Plata y por esos días en Montevideo hubo un hecho que produjo tanto revuelo en redes como contagios: el «famoso» casamiento al cual asistió una señora recién llegada de Milán, quien ni bien aterrizó se perfumó, se puso el saco y el Covid-19 al hombro y lo esparció sin saber a diestra y siniestra toda la noche.
El «famoso» casamiento al cual asistió una señora recién llegada de Milán
Mientras, mi fin de semana transcurrió tranquilo como siempre, con idas y venidas entre mi madre, mis cuñadas, sobrinas y primas y con lindos cuentos de unas y otras.
Del rumor a la experiencia
A la vez, que se empezaba a escuchar acerca de una posible cuarentena. El rumor era tan fuerte, que llegué a asustarme pensando que el Buquebus de vuelta a Buenos Aires no saliera. Ya en el puerto, creía que estaba sola pero en realidad no lo estaba: estábamos yo y mi silencioso coronavirus.
Ya de vuelta, el lunes empecé a sentirme rara, con dolor de cuerpo, cabeza y sobre todo un extraño cansancio y desgano, a lo que se sumó pérdida del gusto y algo de fiebre. Después llegaría cierta dificultad para respirar y un mensaje desde Montevideo: mi cuñada y su hija, las dos, con diagnóstico positivo.
Decidí presentarme –cual delincuente en la comisaría- en un sanatorio de San Isidro. En la guardia, mientras contaba lo que me pasaba, ni imaginaba lo que segundos más tarde sería un largo confinamiento.
Me había sacado la lotería pero al revés.
Mi odisea recién empezaba. Pasarían siete largos días hasta que me confirmaran que, efectivamente, se trataba de esa inefable peste planetaria. Me había sacado la lotería pero al revés. Parecía que de entonces hasta recibir un test negativo pasarían años …
Sola y aislada en mi linda pero innecesariamente espaciosa habitación, empezó una experiencia de particular retiro y soledad que nunca había vivido: pasar casi todo el día sin ver gente, excepto algunas visitas tan esporádicas como originales de enfermeras y médicos escondidos detrás de barbijos y máscaras, que -de no ser por su simpatía y cuidados- bien podría decirse que parecían fantasmas.
Me alimentaban de antibióticos, paracetamol y el pollo nuestro de todos los días al cual a fuerza de voluntad aprendí a saborear como si de pato a la naranja se tratara.
Creatividad interior
Y así, entre lindas meditaciones, aprendizajes, mejor conocimiento interior, valoración de lo que uno tiene o no tiene y sobre todo muchas horas de sueño, los síntomas fueron pasando y el frondoso pino que lucía en la generosa ventana de mi cuarto me iba animando a pensar que cada día faltaba menos que antes. Las series de Netflix y la buena lectura fueron también arrimándose cuando, luego de una semana, empecé a sentirme mejor.
Y llegó el esperado día del hisopado negativo (uiiii !) que significaba la libertad condicional hasta que, ya en casa, pudiera terminar de «purgar mi condena» con un segundo test negativo.
Recuerdo que la tarde que me dieron el alta había dicho en broma por whatsapp que si alguien escuchaba en la noticias que una loca en pijama se había escapado de un sanatorio, estuvieran seguros que esa ¡era yo! En todo caso, un triunfo de la paciencia –que todo lo alcanza- y llegaba el día 15 desde que me habían «secuestrado» de las manos de mi marido en aquella sala de guardias.
Coronada con tobillera
Mi tobillera eléctrica al llegar a casa fue no poder besar a mis seres más queridos y ¡mandar a mi marido a otro cuarto! Pero ¡qué lindo esta en casa! y, a la vez, valió la pena porque fue «positivo» recibir el segundo test «negativo».
A la relativa distancia, puedo decir que fue la Fe -y la paz que ésta permite experimentar-, lo que me hizo transitar esos días con una mirada positiva, buscando y casi siempre un sentido a ese extraño e inesperado acontecimiento que me había tocado, renovando mis ganas de dar lo mejor de mí a todos mis seres queridos y próximos que me esperaban en casa y en la vida. Rezar mucho me hizo sentirme siempre acompañada y fue una invitación a escribir estos pensamientos y hasta un mini cuento sobre la puerta de mi cuarto, imaginando que habría detrás de ella. Esa anécdota irá la próxima vez …
Toda esta experiencia me permitió también pensar acerca de lo poco que uno necesita para vivir -cuántas necesidades innecesarias nos creamos; lo mismo, el valor de vivir el hoy porque nuestros planes pueden cambiar de un día para el otro: en un fin de semana de mi natal y querido Montevideo.
Sería injusto olvidar el cariño, mensajes y oraciones de tantos, que hoy, ya recuperada, recuerdo con agradecimiento y cariño y que me ayudan a repetir una y otra vez a modo de santo y seña, que todo es para bien.
…
Les dejo lo que escribí, el día que me dijeron que el tercer test era negativo y me iba a casa.