Matrimonios jóvenes, sin hijos por ¿decisión propia o imposición social?, mucho para pensar… en lo personal, en la pareja y en nuestra relación con el mundo.
MARÍA CORNU LABAT | ABOGADA ESPECIALISTA EN FAMILIA
[dropcap]E[/dropcap]l artículo se refería a los “DINKS”. Iniciales para “double income no kids” (dos ingresos, sin hijos). “La vida sin hijos” era el título de la nota y me trajo a la memoria una pregunta que me hicieron hace un tiempo “¿Qué te da un hijo?” Leí el artículo, me movilizó en pocas páginas había mucho. Mucho para pensar, mucho para cuestionarse, para replantearse.
DINKS
El término «DINKS» fue acuñado en los años 80. Al principio hacía referencia a las parejas homosexuales, por la sencilla razón de que en esas uniones, en aquellos años, no había hijos. Más adelante, se fue ampliando el concepto y se incluyeron matrimonios y parejas que, no por motivos de esterilidad, eligen no tener hijos, ser simplemente dos, con dos ingresos.
Según American Demographic Magazine, las parejas sin hijos están en ascenso. En países como Estados Unidos, China, Canadá, España e Italia, el modelo sigue creciendo y preocupa el envejecimiento de la población. En México los «DINKS» se han convertido en una mina de oro para muchas importantes marcas y sus hábitos de consumo están apuntalando la demanda de bienes y servicios.
Esta tendencia, en la Argentina llega especialmente en la franja etaria que oscila entre los 25 y los 40 años. Se trata de gente por lo general profesional, con éxito en lo laboral y alto poder adquisitivo. Destinan gran parte de sus ingresos a actividades de ocio. Van al cine, al teatro, viajan. Acceden a bienes y servicios sofisticados y caros a los que difícilmente una familia pueda acceder.
Niños lejos
¿Qué lleva a una persona a tomar una decisión así junto a su compañero de camino? Es muy difícil saberlo. Algunos de los que dan testimonio de su estado aseguran que los mueve el ansia de libertad, disponer del tiempo como quieran, no tener ataduras. Poder viajar sin restricciones, tomarse vacaciones en cualquier momento, a destinos insólitos, en fin, no tener límites. A los niños los quieren lejos, se conforman con prestarles un poco de amor a los sobrinos y a los hijos de amigos, y nada de siestas interrumpidas.
Especialmente para quien los mira en medio de pañales, ojeras, pelos revueltos, respuestas irritables, cansancio inexplicable… Todo es un sueño de hadas. Se divierten, la pasan bien.
Libertad. Es la expresión que más me llamó la atención mientras leía el artículo sobre el tema.
¿Es libertad?
Quienes llegan a esta difícil determinación defienden su libertad ante todo. Es una decisión que no se toma así nomás, se piensa y se toma fríamente. Es un estilo de vida que se anhela primero y al que se adhiere más tarde de a dos. En pos de la libertad.
Libertad entendida como ausencia de límites, como inexistencia de frenos, de barreras, de parámetros externos a uno que le avisen que esto no se puede, que esto queda para otro momento, que aquello lo tengo que postergar.
Un término nada fácil de definir. Libertad, según la Real Academia Española, es la «facultad que tiene el hombre de obrar (…) y de no obrar (…), estado o condición de quien no es esclavo (…), o (….) de quien no está preso (…), falta de sujeción y subordinación», etcétera.
A los niños los quieren lejos, se conforman con prestarles un poco de amor a los sobrinos y a los hijos de amigos, y nada de siestas interrumpidas.
Una pareja que toma la decisión de no tener hijos ejerce su libertad, sin dudas. Y lo hace porque no quiere ser esclavo, no quiere estar subordinado ni sujeto a nada ni a nadie, quiere ser libre, valga el juego de palabras.
¿Felicidad?
Mucho ya se ha dicho y se ha escrito acerca de cómo el dinero nos ata, cómo los bienes materiales nos terminan esclavizando, cómo el ansia de tener más, de gozar más nos atrapa en un laberinto, en el que nos encontramos con que no hay límites… No hay freno… No hay barreras, pero no hay salida… Porque el ansia de tener, de alcanzar más, de gozar más no se sacia.
El mercado de consumo que ve su salvación en este nuevo modelo, no va a dejar de inventar viajes exóticos, nuevos servicios, bienes “imprescindibles”, lujos que se convierten en necesarios. Las ofertas no van a parar. Y, más tarde o más temprano, y tal vez sin darse cuenta, una nueva clase de esclavitud los tendrá presos, les quitará la paz, la ansiada libertad, la calma y la felicidad. Porque es inalcanzable, porque no llegarán nunca a tener todo lo que se les ofrezca o colmar todas sus expectativas. Porque el mercado, la sociedad de consumo, la diversión sin límites, el gozar sin frenos no es el camino a la felicidad.
En relación con el mundo
Ante el avance del envejecimiento poblacional y la situación de Argentina en la proporción km2 por persona, resulta bastante extraño y disolvente pensar en personal sin comprender la relación y el modo en que nuestras decisiones impactan en el la sociedad.
También resulta extraño y hasta políticamente incorrecto intentar revertir estas tendencias y comprender el valor de los hijos en la familia.
Cada uno piensa, decide y actúa. Esa decisión y las acciones consecuentes serán más acertadas y asertivas si se toman sobre la base de información correcta y actual. La información confiable es la base sobre la cual se pueden tomar decisiones. Si les damos cabida, actúan cabeza y corazón juntos en casi cada una de nuestras decisiones.
[notification type=»success» title=»¿Que te dan los hijos?»]
Estaba en un hotel de lujo en la Patagonia argentina con motivo de un programa internacional de negocios. Acompañaba a mi marido junto con nuestro hijo mayor, que acababa de cumplir un año.
Mientras jugaba con mi bebe escuchaba a los participantes reírse, los veía fumar, charlar, socializar. Mientras las más de 100 personas de distintas partes del mundo asistían a clase y discusiones de negocios, yo corría atrás de mi hijo, me cansaba, me reía, me divertía, cambiaba pañales, subía y bajaba la lomada verde y, también, me aburría.
Disfrutaba de hacer lo que hacía todos los días en un marco paradisíaco, en un ámbito distinto que me colmaba de una sensación de felicidad y de paz única. Fueron cuatro días muy lindos. Días frescos, pero soleados y perfectos. Una de esas mañanas mientras estaba en el jardín del hotel persiguiendo a mi hijo, muy divertida porque caminaba desde hacía menos de un mes, y era toda una novedad para mí.
En un momento de recreo el contingente de participantes salió de la sala de conferencias hacia los jardines. El clima invitaba a pasarlo afuera. Yo seguía jugando con mi bebe. Mientras, veía que no perdían un minuto de su tiempo. Seguramente tenían que establecer contactos, intercambiar pareceres, aprender unos de otros o, simplemente, hacerse amigos.
Uno de ellos se sentó a mirarnos. No me lo olvido más. Tenía unos 30/35 años, pelo rizado castaño, anteojos. Y me miraba. Y yo seguía. Subía y bajaba la loma, actividad preferida de ese día. El participante se sentó a contemplarnos. Solo y pensativo. La observación se repitió en otro recreo o en la hora del almuerzo.
A la noche, comía con mi marido y los participantes. ¡Cuánto esperaba ese momento! El hotel nos daba un servicio de babysitter y yo lo aprovechaba para arreglarme y volver por un rato al mundo de los adultos.
Esa noche, se acercó un participante, y en inglés con acento extranjero nos preguntó si podía sentarse con nosotros. En seguida lo reconocí. Era el castaño de anteojos que en los recreos de ese día nos miraba jugar .
Se presentó, era de Holanda. Nos comentó que ese día no se había cansado de mirarnos jugar a mi hijo y a mí. En seguida me miró fijo y me preguntó: “¿Qué te da un hijo?” Yo era muy joven, no me había puesto a pensar nada de eso antes de que apareciera nuestro primer hijo.
Me sorprendió encontrarme en esa situación, alguien que me interpelaba, que me cuestionaba algo que evidentemente algunos sí se cuestionan. Lo primero que me salió decirle fue de manera casi divertida que los hijos no te “dan” materialmente nada. Más bien te sacan todo: tiempo, plata, vacaciones en un crucero, libertad de hacer lo que quieras, posibilidades de manejar un auto de alta gama…
Y él insistió: “¿Qué te dan?” Y se me ocurrió responderle con el corazón, desde mi experiencia: te dan algo que no se puede explicar con palabras. Te dan una felicidad que se mezcla con el agotamiento y las ojeras; la risa y el llanto. Es un sentimiento de plenitud que desborda, es misterioso, no se explica. Algo que no te lo daría el crucero que no te podés tomar, ni el auto de alta gama que no podés manejar. Sólo te lo da un hijo. Reflexivo y sin dejar esa mirada profunda, nos contó que estaba casado desde hacía unos años y que con su mujer habían elegido no tener hijos.
Casi emocionado, agregó: viéndolos jugar me replanteo esa decisión.
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