Un dolor de cabeza y de bolsillo

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Egresados de secundaria

¿Por qué esa parafernalia para celebrar un egreso? Además da para pensar que no va a ser el único ni el último.

ÁNGELES B. DE HOUSSAY

[dropcap]C[/dropcap] uando yo terminé la secundaria, nuestro viaje de egresados consistió en ir a una casa en Córdoba que nos prestó el colegio. Como tantos chicos hicieron en ese año, donamos a los soldados de Malvinas los fondos recaudados para ese fin.

¿Eran otros tiempos?

No fue un gran tema, ni un drama, reconozcamos que no era el lugar “soñado” por nosotras y que el «drama» estaba en otro lado. Lo cierto es que el saldo fue un viaje divertidísimo, donde primó el objetivo que era: despedir todo el grupo una etapa en la que habíamos compartido estudios, amistades, momentos buenos y malos, en fin… la vida.

Por eso cuando veo la parafernalia que se organiza ante cada «egreso» -porque ya no es sólo el secundario-, me pregunto: ¿qué es lo que hoy cambió tanto?

En la puerta del colegio  les «venden»
los viajes 
y la fiesta de fin de año.

Se vive un frenesí en el que dos años antes ya se están contratando agencias para el viaje y no cualquier viaje, el boliche para la fiesta y no cualquier boliche. Hay que recaudar fondos para el pago de esto y además para los “disfraces”, para el buzo que es distintivo del año, para el alquiler de un “trencito” que los llevará a la fiesta, para otra “gala”; todos estos eventos, además del acto protocolar y festejo que organice el colegio.

¿Es cosa de chicos?

Podríamos pensar que es cosa de los chicos, que están saliendo de la adolescencia, que no pasa de planes “locos”, pero nos estaríamos engañando: la realidad es otra.

Estos planes se concretan, se llevan a cabo, y en caso contrario provocan ¡“frustraciones”!!! tanto en los chicos como en los padres.

Lo esencial es invisible a los ojos» Antoine de Saint-Exupéry

Y sí… los padres son ahora protagonistas tanto o más que sus hijos. Son los que aceptan, pagan, promueven muchas veces esta innumerable lista de requisitos para poder decir “mi hijo/a egresa”.

Se me ocurre que es hora de que nos paremos y reflexionemos sobre por qué aceptamos que nos impongan desde afuera qué lugar es el de moda para viajar, cuál es el lugar donde hay que hacer la fiesta, de lo contrario es un fracaso…

¿Existe un fundamento para tantas exigencias?

Probemos definir qué se festeja. Que los chicos terminan una etapa. Hasta dónde los adultos somos capaces de ver que es una más de sus vidas. Otra pregunta: ¿cuándo la terminan?, si quedan materias y previas por rendir.
Es importante, sí, es emocionante, también, pero no es más ni menos que lo que debían hacer. Tendrán muchos otros motivos de festejo a lo largo de su vida, terminar una carrera, casarse, tener hijos, en fin, la vida nos da estos y más momentos donde uno puede pararse y decir: ¡lo conseguí!

Esto no implica -creo- la necesidad de exacerbar las manifestaciones de alegría, si es que a esta altura podemos realmente decir que es esa la causa y no una claudicación de nuestro deber parental de poner límites, de enseñar el valor del esfuerzo, de las cosas simples, de la alegría del compañerismo y del encuentro, de poner un freno al consumismo actual…

¿O la exigencia pasa por otro lado?

Por otro lado, no siempre lo que nuestros hijos “quieren” será lo mejor para ellos, y nuestro deber, como padres y educadores y principalmente porque los amamos, sería conducirlos -suave pero firmemente- al fin de esta etapa importante, que marca el comienzo de otra nueva que implicará nuevos desafíos, frustraciones y luchas para lo que no estarán preparados si su formación ha corrido por el obtener absolutamente todo lo que el mercado les ofrece.

egresados 1Se necesitan padres «fuertes» cuando estamos metidos en pleno consumismo material y tiempos de relativismo en las convicciones.

Cuando nos descubrimos así, podemos plantear unos minutos de reflexión en la familia para rever juntos cuáles son los fines que perseguimos, cuáles los valores que queremos sustentar.

¿Es este cúmulo de “obligaciones” de festejo lo que sume muchas veces a la familia y amigos en discusiones, hipotecas y preocupaciones? ¿O es el momento oportuno para rectificar el rumbo y para enseñar a nuestros hijos (niños aún) que compartir, reírse, hacer confidencias, cantar y bailar, recordar anécdotas de los 12 años pasados, no requiere de millas acumuladas, de alcohol, de cero límites, de grandes costos materiales…?

Todo se consigue de manera más genuina y más valiosa aprendiendo que lo esencial está a la mano y es más sencillo y fácil que lo que hoy se intenta imponer.

[notification type=»note» title=»¿HAY CAMINOS?»] Salimos a investigar, tenemos redes por todo el país, y nos costó… Comprobamos que el problema con sus más y sus menos está bastante generalizado. Sin embargo, en colegios del cordón urbano de distintas localidades pudimos recoger testimonios más sencillos.

Cecilia nos cuenta que para ella y su familia no fue un problema, no hubo ni una sola discusión porque de entrada, los compañeros estaban de acuerdo en invitar a sus amigos, «sólo» a sus amigos, no a través de Facebook. Cada uno invitaría a uno o dos, tal vez cuatro, a una fiesta en la casa con jardín que ponía la familia de uno de los egresados. Había seguridad en la calle para que no entraran otros, en caso de que la música y el movimiento atrajera a desconocidos. La seguridad dentro de la fiesta estaba a cargo de los padres que se turnaban en grupos de seis u ocho, eran parejas amigas. «Ninguna ni ninguno tenía el delirio de desfilar como una princesa, queríamos festejar entre amigos», concluye Cecilia.

Más complicada fue la situación de María y sus amigos. No había consenso y no tenían ganas de pelearse con el resto. Les llevó tiempo ir tomando sus decisiones, «maduras» con sus charlas en familia, escuchando y -ninguna necesidad de negarlo- sus rebeldías. Al final la decisión fue simple. Entre las 600 personas que habría en el boliche ¿quién notaría que ellas faltaban? Decidieron no ir. Sus padres eligieron para llevarlas a cenar esa noche un lugar que a ellas les gustaba especialmente.

La tristeza vino al día siguiente: ¿Quién se dio cuenta de que Sofi no había entrado a la fiesta? Sofi entró en coma alcohólico por la ingesta y al bajar del trencito se cayó al suelo. La encontraron cuando se iban.
Llamaron una emergencia médica. [/notification]

 

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