Materia: Inteligencia emocional
Compete principalmente a los papás ayudar a los hijos a reconocer, identificar y poner inteligencia a sus decisiones y actos. Empecemos cuanto antes
ING. SOLEDAD SALABERRI | ORIENTADORA FAMILIAR | SOLEDADSALABERRI@GMAIL.COM
[dropcap]L[/dropcap] os padres somos responsables de la formación de nuestros hijos. En la mayoría de los casos delegamos casi por completo en la escuela la instrucción académica. La educación de las otras dimensiones de estos seres humanos se trabaja en conjunto: familia – escuela – sociedad.
Se acabaron las excusas
Eso de que nadie nos enseña sobre esta cuestión es cosa del pasado. Hay mucha oferta con la que contamos los papás: literatura, videos accesibles en las redes sociales y cursos especializados en inteligencia emocional para aprender a ser capacitadores emocionales. La parte más difícil es tomar conciencia de que nos han nombrado “Titulares de cátedra”. Y no nos han dado posibilidad de negarnos al cargo porque: ¡No hay reemplazo!En tono de broma, pero es real. Daniel Goleman, especialista en el tema, afirma en su libro “La inteligencia Emocional”: la familia es la primera escuela para el aprendizaje emocional. Es donde los pequeños sientan las bases fundamentales de reconocimiento, identificación y asociación de las emociones. En su hogar, al lado de su papá, mamá y hermanos, aprenden. En la vida corriente. Con prácticas sencillas y cortas. Tomarnos el trabajo de educarlos en esta materia les ahorrará a ellos, a nosotros y a todos los que tengan que relacionarse con ellos, muchos inconvenientes.
Hay que pensar las emociones.
A veces son segundos,
otras lleva más tiempo.
Tenemos en nuestras manos la posibilidad de formar chicos con alto o bajo coeficiente emocional. Contamos con la ventaja de trabajar con una materia pasible de ser aprendida, donde la genética, si bien influye, no determina.
En el día a día
Atención. Obviamente, no se trata de darles una clase y asunto terminado. Si bien hacerlo en todo momento sería agotador, tendemos a meterlo en el diálogo cotidiano. Veamos algunas situaciones corrientes.
Martina rompe el librito nuevo de Florencia, su hermana, porque no se lo quiso prestar. Tenemos la opción del grito, el enojo de mamá y el castigo. O podemos preguntarle: “¿Martina, por qué hiciste eso? Estás enojada porque Flor no te prestó el libro, pero no está bien romperlo. Ahora no lo pueden leer ni ella ni vos”. ¡Punto ganado! Se reconoce la emoción: “enojo e ira”, sin que falte la consecuencia lógica de haber roto a propósito el libro de su hermana.
Pedro se esconde debajo de la cama porque se comió todos los caramelos de Diego, su hermano. “¿Pedro, por qué estás escondido? ¿Hiciste algo que no debías? Te da vergüenza, pero salí que te ayudo a contarle a tu hermano lo que pasó. Vamos a ver cómo lo enderezamos.” ¡Punto! Introducimos así el reconocimiento de la emoción de la vergüenza.
Teresita, de 2 años, está a punto de recibir su regalo de cumpleaños y no para de dar saltitos cortos, aplaudir y sonreír con sus ojos bien abiertos. “¡Qué entusiasmada estás, Tere! ¡Qué ansiedad, te dan ganas de abrirlo!” Otra vez, en un evento más que cotidiano, le enseñamos a ponerle nombre a eso que está sintiendo: alegría.
En estos casos los ayudamos a reconocer lo que sienten, “te dio tanta bronca que lo rompiste”, “te dio vergüenza y te escondiste para que no te vean”, “estás entusiasmada y ansiosa”. Les ponemos nombre: “bronca – enojo”, “vergüenza”, “entusiasmo – ansiedad”. Y les ayudamos a pensar qué hacer con esas emociones que afectan a sus cabecitas.
Son cuatro los pasos que tenemos que enseñarles a recorrer:
• – Reconocer: Que está sintiendo algo diferente y que le provoca: ganas de salir corriendo de esa situación, de llorar, de estar solo, de esconderse, de saltar, de gritar, de abrazar, de golpear.…
• – Ponerle nombre: miedo, tristeza, vergüenza, alegría, furia, celos, culpa, orgullo, gula…
• – Pensar: ¡Hay que pensar sobre las emociones! En algunas ocasiones unos segundos, en otras más. Los papás los ayudamos a que se pregunten: ¿Qué hago con esto que siento? ¿Rompo el libro, la empujo y le pego, lloro, le digo que es amarreta?
• – Decidir: Elegir qué hacer. Infinidad de variantes afectan a cada decisión: contexto, personalidad de cada hijo, el tema de su carácter en el que quizás esté trabajando. Luego ellos, con nuestro apoyo, comprenderán que hay determinadas acciones que están siempre mal, otras siempre bien, otras según el caso.
Optimistas
Claro que no se trata de tener vergüenza, ni miedo de las emociones que se les vienen a la cabeza, porque, como bien dice la expresión, “se les vienen”. Ellos no controlan esa parte, pero no por eso, van a dejarse dominar por ellas, sino que van a intentar usarlas para bien, hasta el enojo. Aristóteles afirmaba que enojarse es fácil, pero enojarse en la medida apropiada, con la persona apropiada y en el momento apropiado, es bien difícil.
Pero el broche de oro lo da el optimismo. Si logramos que nuestros hijos vean la vida con mirada optimista tenemos la batalla por la felicidad casi ganada.
¿Por qué? Porque el optimismo es más que un pensamiento positivo. Es un hábito de pensamiento positivo o, según la definición del diccionario, “una disposición o tendencia a mirar el aspecto más favorable de los acontecimientos y esperar el resultado más favorable”. Más allá de la predisposición genética, el optimismo es una capacidad emocional que se puede aprender.
Tener una mirada optimista
no es negarles la
experiencia del dolor.
¿Esto implica negar las emociones como la tristeza, el miedo, el enojo? No. Significa entenderlas y aceptarlas como parte de la vida. Pero como algo temporario, específico de una situación y no como algo permanente.
Pesimistas
Los pesimistas entienden los acontecimientos negativos como algo permanente y estable. Y las cosas buenas que pasan, como acontecimientos de la suerte. Por el contrario, el optimista entiende la vida entera como una sucesión de eventos positivos que se interrumpen en forma temporal y específica por algún acontecimiento negativo, el cual aceptan, y trabajan para poder transitarlo de la mejor manera posible.
Tener mirada optimista no es negarles la existencia del dolor, del sufrimiento, de la tristeza o la ira que nos generan las cosas cuando no salen como nos gustan. Es enseñarles a ser realistas: con lo que sienten frente a los desafíos que se les presentan y las capacidades que tienen y las que pueden adquirir para salir enriquecidos de esa situación.
Hijos con “coeficiente emocional” alto
Si preguntamos a cualquier padre qué quiere para su hijo, la respuesta casi inmediata es “que sea feliz”. Una forma realmente eficaz de conseguirlo es ayudarlos a que tengan un alto coeficiente emocional. Que se conozcan, entiendan sus emociones, aquellas con las que tienden a relacionarse y aquellas con las que no, y aprendan a tomar buenas decisiones.
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+Info
Entrevistas a Clarina Pertiné en SV 70 y SV 71.
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