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El juego es parte de la experiencia humana y está presente en todas las culturas. Jugar ayuda a conocer y conocerse. Activa las funciones del aprendizaje.
LIC. MARÍA CATARINEU | PSICOPEDAGOGA DE BEBES Y NIÑOS PEQUEÑOS – ESPECIALIZADA EN DINÁMICAS VINCULARES DE JUEGO – COORDINADORA DE RAYUELA – RAYUELATIEMPODEJUEGO@GMAIL.COM
[dropcap]E[/dropcap] n el arenero de la plaza se encuentran dos chicos. ¿Qué será lo primero que se pregunten? La edad, el nombre o simplemente: ¿Querés jugar conmigo?
Esta pregunta puede plantearse en absoluto silencio. Bastará que uno de los
niños arrime el balde a los pies del otro y como en el juego hay dos, aun sin conocerse entrarán en relación, se comunicarán.
Hacer, jugar, trabajar
El pediatra inglés Donald Winnicott decía que para dominar lo que está afuera, la realidad que nos rodea, es preciso hacer cosas, no basta con pensar y desear. Y hacer lleva tiempo. Para el niño su hacer es jugar, es el trabajo que desarrolla en su infancia. Y para eso necesita de un espacio y un tiempo.
Es preciso hacer cosas, no basta
con pensar y desear. Y hacer
lleva tiempo.
En “Homo Ludens”, Johan Huizinga decía que en este hacer el niño llega a ser protagonista, que cuando el juego termina, sale fortalecido, más confiado y seguro.
Resolver problemas
Si la inteligencia es la capacidad de actuar con un propósito y enfrentarse de manera efectiva con el ambiente, el juego favorece el desarrollo de la inteligencia porque permite el despliegue de la creatividad y facilita la manipulación de objetos como la resolución de problemas.
Desde los juegos cara a cara, el bebe va conociendo su propio cuerpo. A medida que la mamá le presenta gradualmente distintos objetos que lo representan -chupete, sonajero, mantita- el chico va construyendo entre ellos un campo de juego que los une. El bebe pareciera llevarse todo el mundo hacia a su boca. En ese juego nace la curiosidad, la exploración y la intención de descubrir la realidad que lo rodea.
Desde edades tempranas, comienza a enfrentarse a nuevos desafíos: al observar la mamadera que rueda delante de él y se esconde bajo el sillón, intentará mover el obstáculo para encontrarla; o bien para alcanzar su vaso de jugo comenzará a tirar con sus pequeñas manitas del mantel.
Vemos sobre la sencillez de este juego cotidiano verdaderos despliegues de una conducta inteligente, donde ahora el fin se antepone y se distingue de los medios. Ya es posible observar cómo emergen de forma “embrionaria” las primeras funciones ejecutivas.
No lo tengo… lo invento
El espacio de disfrute se va ampliando en las diferentes etapas del desarrollo, junto a los nuevos objetos de conocimiento que lo rodean: pelota, cuchara, cacerolas. Entre los rincones y sabores del hogar, el niño comienza a representar la realidad. Es en el juego simbólico donde da cuenta de una elevada operatoria mental ya que desacopla el uso convencional de un objeto, para dotarlo de un significado propio: una caja de zapatos se convierte en un auto de carreras, o bien, un simple palo de escoba en su flamante corcel. Estos objetos de juego creados por él son los juguetes más enriquecedores.
Entre los rincones y sabores
del hogar, el niño comienza a
representar la realidad.
Con este juego donde lo que no se tiene se inventa, se despliegan todos sus aprendizajes: planifica una estrategia para atrapar al lobo, construye un refugio con mantas para ocultarse y transforma una caja de cartón en una gran camioneta para regresar sano y salvo del bosque.
Creamos acuerdos
Vemos entonces que para jugar no hace falta una nave espacial ni un montón de objetos con luces de colores, ni prender la Play o la computadora. Hace falta, principalmente, estar de acuerdo. Porque jugar crea acuerdos.
A veces basta una simple mirada, en otras consensuamos códigos propios. Los guiños en el truco, las treguas, los “pidos”. Al entrar en juego con otros, nos conocemos también a nosotros mismos. Por eso jugar no es sólo entretenerse: jugar es construir vínculos.
Las situaciones lúdicas entre pares le permiten ejercitar la discusión, la reflexión crítica, la capacidad de adaptarse a normas establecidas y aceptadas por todos, desarrollando sus habilidades para la vida social. Y preparándolo para un mundo en el que -al igual que en el juego- se debe seguir un orden, un respeto por el otro.
Cuando un niño juega se activan todos sus potenciales de aprendizaje. Porque
jugando comunica y construye vínculos con sus pares, con sus docentes. Crea nuevas habilidades, resuelve conflictos y se asombra ante lo desconocido. Por ello el juego en el niño es signo de salud.
El niño construye su mundo lúdico en el seno de la envoltura familiar. Desde allí irá descubriendo los grandes misterios que lo rodean: el camino de los caracoles, el reflejo de los charcos, el silencio de las “escondidas” y la maravillosa luminosidad de la noche; para apropiarse de este modo de la sorpresa de cada día. Podemos decir con Chesterton que: “Con cada niño el universo se pone nuevamente a prueba”.