[button link=»» color=»blue2″ icon=»» size=»small»][/button] CHIQUITOS – Integración o inclusión
El hijo con capacidades diferentes trae para sus padres y docentes nuevos desafíos. La experiencia de una mamá, una directiva de escuela y un alumno ponen un poco de luz en el camino.
MONIQUE MAURETTE | ALVARADOMONIQUE@GMAIL.COM
CAROLINA ARABETTI DE PEREYRA YRAOLA | ABOGADA | CAROARABETTI@GMAIL.COM
[dropcap]I[/dropcap]ntegración e inclusión son palabras que están en boca de muchos, pero hay que vivirlo para distinguir los matices. Por eso, nos acercamos a familias que viven esta realidad cotidianamente. No nos interesa armar un debate y aunque en ambos vocablos encontramos semejanzas, tienen también sus diferencias.
Habitualmente, el hablar de integrar implica que el niño con capacidades diferentes intenta adaptarse a un sistema ya establecido con las adecuaciones curriculares necesarias.
Mientras que, la inclusión se da cuando el sistema escolar envuelve al niño, adaptándose a él y dando respuestas a sus necesidades educativas. Para ello, la institución adecua la currícula y revisar el concepto de evaluación y promoción del alumno.
Por inclusión entendemos articular el concepto de calidad educativa, desde la perspectiva de valorar la riqueza de lo diverso y enfatizar el sentido de bien común. Incluir no es borrar las diferencias, sino buscar la mejor manera de aprender dentro de las propias particularidades, respetando los ritmos y modos especiales que tiene cada una para de desafiar el aprendizaje.
Como dice el prestigiosos psicólogo Vigostky “El desarrollo no consiste en la socialización de las personas sino en su individuación”.
Surgen entonces interrogantes que nos preocupan: ¿Priorizamos lo pedagógico, lo afectivo, lo social? Y entonces comienza una búsqueda, un largo peregrinar.
¿Existe el colegio ideal?
La inclusión a la escuela común no es la salida mágica. Ni siquiera es una garantía en sí misma para resolver la problemática del hijo con discapacidad. Se hace necesario evaluar el potencial en cada niño y en cada etapa de su vida. Para esto los tres pilares fundamentales de la integración serán siempre los padres, los docentes y los alumnos.
Al considerar que la escuela es un medio para ayudar a mejorar la calidad de vida de nuestros hijos, la elección será prudentemente evaluada de acuerdo a los talentos de cada uno de ellos.
Por su parte, la función de la escuela será evaluar con honestidad si está en condiciones de recibir y trabajar con la particularidad que cada niño trae.
Mi hijo con Síndrome de Down
María Pía Mitchell de Parisi (42) nos brinda su experiencia y también fue ella quien nos dio el título de la nota ya que habla de un continuo peregrinar. «Cuando me pidieron que escriba sobre el tema con relación a mi experiencia personal, lo resumí en esta palabra: ‘peregrinar’. Gracias a que no nos quedamos quietos y a tener amigos y conocidos con más experiencia que nosotros, que nos guiaron sobre el tema, vamos logrando el cometido… por ahora.
«Joaquín, que ya tiene 10 años, cursa cuarto grado en el Instituto Ambrosio Tognoni. Es un colegio parroquial que se dedica a la integración de chicos con síndrome de Down. Trabaja con grupos de 6/8 chicos con S.D., que estudian en un aula aparte del grado correspondiente, con el cual comparten algunas materias en distintos horarios de la semana. Además tienen con ellos los recreos, misas, campamentos, salidas recreativas, actos, cumpleaños, etc.
La familia cumple un papel fundamental en este proceso, es parte medular del equipo acompañando a su hijo paso a paso.
«De esta forma se va logrando al mismo tiempo la integración a su ritmo y la compañía de sus pares que son fundamentales a medida que van creciendo y conociéndose. Se afianzan en ellos el sentido de pertenencia, sin perder la estimulación continua, tan necesaria para la integración al mundo.
«No fue fácil llegar a esta instancia. Al cumplir Joaquín dos años, en estimulación temprana me empezaron a decir que debía ponerlo en un jardín de infantes que integrara, para lo cual me recomendaron varios.
«Recorrimos todos los colegios que supimos que podían ser aptos para Joaquín pero yo seguía con las manos vacías y escuchaba mil voces que nos decían que tenía que caminar, que tenía que tener maestra integradora desde sala de uno, que no tenían sala de uno.
«Aunque creés que ya lo tenés todo re-asumido, cada entrevista remueve muchos sentimientos porque tu hijo es todavía muy chico y todo te sensibiliza. Mi hijo para llegar al a esta instancia ya había pasado por un montón de internaciones y una operación en su primer año de vida.
«Finalmente, Joaco empezó su salita de uno, con dos años y medio, en el Morning Glory. Allí, Joaquín fue muy feliz y aprendió muchas cosas. Hizo sala de dos años, pero debido a que el jardín es bilingüe, me recomendaron buscar uno que no tuviera inglés o que la necesidad de manejar otro idioma fuera mínima.
«Volvimos a peregrinar. Esta vez, ayudó que su hermano empezaba sala de dos años en el Champagnat, el colegio donde estudió mi marido. Así, después de que lopensaron un poco, nos dieron la inscripción para Joaco para sala de tres años. Allí, también, Joaco disfrutaba, hizo amigos nuevos y aprendió muchas cosas.
«A partir de mitad de sala de dos, ya tenía maestra integradora, recomendada por amigos, quien reforzaba los conceptos y lo ayudaba para estar a tono con el resto de la clase.
«Cuando empezó sala de cinco, comencé a buscar colegios para primer grado, dado que, las terapistas me aconsejaban un colegio más chico, más familiar y en lo posible con experiencia en integración. Hicimos la lista de los posibles colegios y a la cabeza estaba el Tognoni, por su forma de integrar.
«Cuando llamé para pedir la entrevista de inscripción, me informaron que el 1º grado con chicos con síndrome de Down ya había empezado ese año y que hasta dentro de unos cuatro años no iban a abrir otro grupo. En mi desesperación, les expliqué que, en realidad, Joaquín estaba bastante estimulado, para poder incorporarlo al grupo 2 al año siguiente. Pero como igual no me daban la entrevista, insistí y les dije que, al menos, quería hablar con ellos para que me ayudaran a elegir colegio.
«Llegó la entrevista. Fuimos con mi marido y todos los informes más recientes de las terapistas. La charla terminó acordando que lo llevara a Joaco para que lo evaluaran sin ningún compromiso de parte del colegio. Así, después de varias evaluaciones, nos propusieron incorporarlo después de las vacaciones de invierno. Esto significó para Joaquín dejar su jardín y el excelente grupo de amigos que había hecho, pero hicimos el cambio con la convicción de que sería lo mejor para él. También nosotros dejamos un grupo espectacular de chicos, padres y docentes, a quienes aprovecho para agradecerles todo el cariño que nos brindaron en el camino.
«A pesar del cambio de colegio, Joaquín sigue jugando al rugby con su hermano en el equipo del Champa, y lo disfruta enormemente.
[notification type=»success» title=»YO SOY ALUMNO»]Desde los tres años, estoy en el Colegio Juan XXIII. Entré en salita de tres, ahora estoy cursando en el Centro de Formación Integral. Mi escolaridad no fue fácil, pasé por muchas etapas. Siento que mi timidez influyó mucho. Desde 3er grado me acompañó una maestra integradora, quien me ayudaba en algunas materias, sobre todo en las que me costaban más: como matemática, lengua y geografía. Ella me adaptaba las actividades, las evaluaciones y los ejercicios. En algunas materias me sacaba de la clase y trabajábamos temas que después íbamos a ver con el grupo grande. En la secundaria no cursaba todas las materias, pero tenía otras como taller científico orientado a nuestros intereses, botánica, etc. Tenía un proyecto para mí. Mi relación con mis compañeros no fue fácil, por momentos sentía que me costaba integrarme al grupo y me empecé a llevar mejor a partir de 2do polimodal. La relación con mis profesores también me costó un poco, no me salía acercarme a ellos sobre todo cuando mis compañeros estaban presentes. Igualmente siento un gran cariño por el colegio porque me ayudó y me sigue ayudando mucho. Ahora estoy cursando Nivel 3 en el Centro de Formación Laboral del Juan XXIII junto con otros chicos con quienes me llevo muy bien y me siento muy cómodo. Mi deseo es trabajar en un vivero, arreglar jardines o trabajar en algo referido a la naturaleza. Esteban[/notification]
«Pero este peregrinar sigue, porque el colegio tiene un final pero ellos no.
Mi humilde consejo, si se me permite al compartir mi experiencia es: recen mucho, muévanse más, no bajen los brazos y relaciónense con mucha gente; estén atentos a todos las recomendaciones y datos que les brinden, ya que si bien algunos no son de aplicación inmediata, con el tiempo se vuelven muy útiles».
¿Quién se hace cargo?
Para responder a la pregunta acerca de quién y cómo hacerse cargo de esta realidad, conversamos Josefa Satragno de Torres que es la Coordinadora en Diplomatura de Educación Inclusiva en la Universidad de San Isidro y Directora General Colegio Juan XXIII, pionero en estas lides.
De acuerdo con la legislación vigente, el proyecto de integración escolar garantiza que la escuela especial lo avale. Cuenta con un equipo formado por: docentes, maestro integrador, gabinete escolar y equipo de profesionales externo.
El maestro integrador colabora y sostiene los proyectos de integración. El equipo profesional externo son los psicólogos, psicopedagogos, que trabajan con el alumno fuera de la institución escolar.
Es un trabajo interdisciplinario entre escuela común, escuela especial, padres y equipo de profesionales externos.
La familia cumple un papel fundamental en este proceso, es parte medular del equipo acompañando a su hijo paso a paso.
La integración escolar permite a un niño con capacidades disímiles, participar de una experiencia de formación en el ámbito de la escuela común, construyendo sus aprendizajes junto con otros alumnos que tienen otras posibilidades, aceptando las diferencias. Pero, no todas las instituciones educativas están preparadas para acoger niños con capacidades diferentes. Como miembros de una sociedad que anhela crecer en los valores, todo esto nos llevó a reflexionar en qué medida cada uno puede aportar responsabilidad, capacitación, voluntad, generosidad y compromiso, para que la inclusión sea posible.
Una historia repetida
A lo largo de muchos años venimos presenciando discusiones respecto de la escolaridad de niños y jóvenes con alguna necesidad especial.
La gama de contenidos de esta disputa es variada: escuela común VS escuela especial, escuela integradora VS escuela inclusiva, modelos de integración mixta VS inclusión total, gestión de equipo estatal VS equipos de gestión privada o externos…
Sin duda, cada persona interesada por el tema ha aportado desde su visión y con las mejores intenciones en este largo recorrido. El hilo conductor y la energía sostenida han estado siempre a cargo de las familias quienes han luchado para que los cambios sean efectivos.
Mirando a la distancia, comprobamos que se han dado pasos positivos, pero todavía queda demasiado por hacer para que las oportunidades posibiliten que cada alumno reciba la mejor propuesta educativa posible, sea cual fuere su situación.
Trabajar con alumnos que poseen alguna necesidad pone en el tapete a la educación toda. Nos encontramos ante un compromiso que nos involucra desde todos los ámbitos que confluyen en el educativo: político, social, empresarial, de la salud, confesional, legislativo, judicial, familiar…
«Asegurar que el derecho a la educación alcance a todos es un desafío que no puede esperar: este niño, este joven está aquí, hoy», enfatiza la profesora Satragno de Torres.
[notification type=»success» title=»¿QUÉ ES?»]Integración mixta: el niño cursa su escolaridad en un aula común y, a contra turno, asiste a la escuela especial. Integración total: en niño está integrado totalmente en un aula “común” con la ayuda de la maestra integradora.[/notification]