Recién llegados a España, lejos de los afectos, reciben la peor noticia: su tercer hijo en camino sufre una malformación irreversible. Una historia que muestra cómo la vida y el amor se abren paso contra todo pronóstico
CANDELARIA LUCCA | SUSCRIPTORA | CANDELUCCA@HOTMAIL.COM
A mediados de 2014, por una beca doctoral de mi marido, partimos hacia España con nuestros dos hijos -de cinco y tres años- y nuestro tercer bebé en camino, sin saber entonces que la vida para nosotros iba a adquirir un nuevo significado.
Llegamos en pleno otoño de Pamplona, que viste de todos colores los bosques y los montes navarros. Inscribimos a nuestros hijos en el cole, y nos preparamos para vivir los ocho meses de nuestra estadía aprovechándolos al máximo.
Lo cierto es que diez días después de llegar, mientras me hacían la primera eco, vi con preocupación que el médico que me atendía dejaba de sonreír y miraba muy serio la pantalla. Con una seriedad que excedía la del mero profesionalismo.
Cuando terminó, me dijo que la bebita (¡de esa manera me enteré que esperábamos a nuestra primera hijita mujer!) no estaba bien. Que tenía una importante lesión en los riñones. Salí del consultorio con una espada en el pecho y llorando a mares. Esa misma tarde, muertos de miedo e incertidumbre, pedimos una interconsulta en otra clínica. Nos atendieron muy bien, pero el diagnóstico y el pronóstico fueron igual de lapidarios.
La jefa de ambos servicios era la misma persona. La conocimos, nos atendió de la mejor manera. Continuamos bajo su seguimiento y fue ella la que atendió el parto meses más tarde. Aunque la cirugía era de improbable éxito, se comprometió a intentar que nos recibieran en Barcelona, donde trabaja uno de los equipos de cirugía intrauterina más prestigiosos de Europa.
Casi de urgencia tuvimos que partir para Barcelona, dejando a nuestros dos hijos en casa de unos amigos.
La peor propuesta
En el hospital donde nos recibieron, hicieron una serie de estudios, nuevas ecografías y finalmente una punción.
Cuando salimos, nos explicaron que la situación era peor de lo que ellos creían, y que no sólo no estaban dispuestos a hacer la operación por los riesgos que implicaba, sino que sugerían abortar.
“Es probable que el embarazo se detenga antes del parto, y si llega a término, seguramente la beba no podrá salir de la sala de partos. Para el improbable caso de que pudiera sobrevivir, creemos que va a necesitar siempre asistencia respiratoria mecánica y diálisis, pues sus pulmones y riñones no pueden funcionar bien”.
Nos propusimos cuidar
y mimar a nuestra hijita
cada día que pudiéramos
tenerla con nosotros.
Unos días más tarde recibimos los resultados de los análisis genéticos. Nuestra hija tenía síndrome de Down. A partir de ese momento nos propusimos cuidar y mimar a nuestra hijita cada día que pudiéramos tenerla con nosotros.
Nuestra vida normal
Hicimos el esfuerzo de seguir la vida con una sonrisa. Saliendo a pasear. Trabajando normalmente. Tratando de cuidar a nuestros otros dos hijos con amor y con alegría, para que sus rutinas no cambiaran tanto y ellos no se preocuparan.
Procurando, tanto yo como mi marido, que nuestro cónyuge se sintiera apoyado. Juntándonos con nuestros amigos en España, que nos dieron un apoyo increíble. Hablando con amigos y familia en Argentina, que estuvieron al lado nuestro como si no hubiera un océano de por medio.
El dolor era grande, pero estuvimos en paz y tranquilos. Hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance para ayudar a María del Rosario.
Y llegó el día esperado
El trabajo de parto fue rápido. Y el parto, rapidísimo. Menos de 10 minutos desde que comenzó hasta el momento en que escuché el primer grito de María del Rosario.
En efecto, la médica que me atendió, apenas nació nuestra hija, la alzó y empezó a llorar. La doctora nos miró y nos dijo: “¡Respira!” Fue la primera gran sorpresa. Y con lágrimas en los ojos, agregó: “Este es el desenlace que quería, pero no el que esperaba”. Inmediatamente comenzaron a hacerle una serie de trabajos para analizar sus funciones vitales.
Pocos minutos después, la ginecóloga me la puso sobre el pecho para poder darle miles de besos y hablarle. Luego nos explicó que aunque restaba un largo camino, el hecho de que estuviera respirando por sus propios medios era una excelente señal, y eso significaba que su vida no corría riesgo inmediato.
Esa noche no dormimos. De los nervios, de la felicidad, del miedo.
El pronóstico continúa
siendo incierto; el camino
será largo y muchas veces
nos parecerá escarpado.
María del Rosario ya tiene dos meses y está con nosotros en casa. El pronóstico continúa siendo incierto; sin dudas el camino que tenemos por delante será largo y muchas veces nos parecerá escarpado, pero estamos viviendo algo que casi habíamos descartado.
Y es por esto que con mi marido nos hemos propuesto llenarle de Vida y Amor cada uno de los días que la tengamos con nosotros.
El nuevo desafío
Tenemos por delante un enorme desafío familiar, que nos llena de alegría e ilusión. Nuestra hijita es una luchadora que se supera día a día. Sus hermanos están enamorados de ella.
En uno de los controles que tuvimos después del parto, una de las médicas que nos atendió nos sugirió que llevemos a María del Rosario a Barcelona para mostrársela al médico que nos había sugerido abortar. Quizás deberíamos hacerlo.
El haber vivido tantas cosas estos meses nos ha hecho unirnos más como matrimonio (siempre nos decimos: “¡Somos un equipazo!”), nos ha ayudado a descubrir bellezas que antes no sospechábamos, a aprender a discernir las cosas realmente importantes de la vida y, sobre todo, a dar fe y poder
gritar a los cuatro vientos que ¡cada Vida vale la pena!!!
Buenas tardes. Soy periodista y me gustaría contactar lo antes posible a la madre de rochi para hacerle una nota en radio Continental. muchas gracias. Enrique Bianco