Eugenia y Néstor querían ser padres y por caminos inesperados ¡lo lograron!
Por Eugenia Cabo – Suscriptora
Cada vez que pienso en nuestra historia con Néstor, la defino como construcción. Aprendí que tiene un significado en mi vida: yo también soy una constructora.
Para mí, construir es darle forma, que tome sentido lo que uno sueña y anhela: Los cimientos, la pareja y los primeros pilares para formar nuestra familia.
Construimos y reconstruimos, replanteamos nuestra vida según los cambios y necesidades, ampliamos nuestra obra para albergar a nuestros hijos, cambiamos la mirada y nuestras prioridades, tiempos y demandas. Cada ladrillo, cada nuevo proyecto con sus tiempos y desafíos lleva siempre nuevos aprendizajes, algunos más dolorosos que otros pero lo importante es que siempre nos encuentra juntos; nuestra casa y hogar es donde estemos como familia, estamos y somos la familia que quisimos construir.
Nuestra casa y hogar es donde estemos como familia, estamos y somos la familia que quisimos construir.
Aprendí a gestionar, planificar y organizar, a pesar de que no siempre salga como uno desearía. Emprendemos siempre y apostamos al nacimiento de nuevas oportunidades.
Así comienza la historia
Néstor y yo nos conocimos en 1995 en Rosario, pero no fue hasta nuestro reencuentro en 1997 que finalmente nuestra historia empezó a crecer. Él era estudiante de Ingeniería y yo de Psicología, pero ambos constructores de alma, armamos charla a charla, mate a mate, los cimientos para todo lo que vino después.
Nuestro primer embarazo llegó sin planificarlo. Y en esto quiero ser honesta: deseados todos, planificados… es otro tema. Como los sueños eran compartidos, decidimos casarnos, así que el festejo y la unificación de la familia también se ensambló con esa primera base que sería la arquitectura de nuestra vida juntos.
Deseados todos, planificados… es otro tema
Después de hacer el curso prenupcial, rompí bolsa. Inició el trabajo de parto, pero era demasiado pronto. Nuestro camino para formar una familia empieza con esa primera pérdida. No hay palabras para expresar ese vacío y ese dolor. Devastados, seguimos con nuestro proyecto y aferrándonos a nosotros. Él y yo. Teníamos 21 y 27 años.
Un tiempo más tarde, decidimos volver a intentarlo y nos alentaron a buscar la ayuda de un nuevo obstetra. Después vinieron nuevas consultas, y con cada una se abre todo un mundo de diferentes caminos posibles: una batería de estudios médicos tanto para mí como para Néstor; chequeos, histerosalpingografía, estudios genéticos, laparoscopia por sinequias en el útero, análisis, ecografías… Tuvimos que poner el cuerpo, poner el corazón.
Perdimos cuatro embarazos en los que probamos todo: reposo, cerclaje, tratamiento de estimulación ovárica para mejorar la calidad de los óvulos, inyecciones, ecografías. Nos convertimos en los mejores alumnos de cada una de las indicaciones que nos dieron. Paseamos por las rutas de Santa Fe, Córdoba, Rosario, Buenos Aires. Mate en mano, ruta, charla, compañía y nuestro sueño construido con nuestro amor a cuestas. En la cuarta pérdida de embarazo, cursando el segundo trimestre, después de un cerclaje, reposo, estando internada tuve una hemorragia. El médico que nos atendió dijo que no había posibilidades de un nuevo embarazo; el cuello del útero se había desgarrado y borrado prácticamente.
Cerrar esa puerta era un dolor inmenso y la semilla de adopción ya estaba gestándose en nuestras vidas y corazones. Hicimos nuestro duelo de padres biológicos con cada pérdida, y cada vez dolía un poco más. Pérdida, dolor, vacío, soledad.
Pérdida, dolor, vacío, soledad.
Néstor se volvió mi pilar, y su tenacidad para encontrar más y nuevos caminos en cada cosa que se propone siempre son inspiradores para mí. Así que ahí terminé mi carrera universitaria y me recibí. Decidí tomar mis riendas nuevamente. Seguir más sueños. Y con el corazón más entero y sanando de a poco, pensamos “hay otros caminos” y empezamos a transitar la adopción.
Hay otro camino
Ahí estábamos nuevamente en pie, decididos, empezando otro capítulo en nuestras vidas. Esta vez en lugar de médicos, eran papeles, informes, armar nuestra carpeta para inscribirnos en el Registro de Adopción… espera, ansiedad, ilusión y fe. Años más tarde, el mismo amor que nos permitió llegar a nuestros primeros tres hijos, tendió puentes hacia los mellis.
Yair fue nuestro primer hijo. Una historia de amor a primera vista: conocernos en el hogar y no separarnos más. Años más tarde fuimos bendecidos con la adopción de Mateo y a los pocos meses con Benjamín que, sin ser mellizos biológicos, son casi mellis en nuestra familia. Y nos enseñaron y nos enseñan día a día. Cómo ser mejores, cómo conectarnos con lo que vale la pena.
Aprendimos a los ponchazos desde lo que es pelear con una pesadilla a mitad de la noche hasta los procesos de adopción. Aprendimos los tiempos de cada uno, lo que es tener un bebé recién nacido en casa y… lo que son dos. Los celos y el compartirnos.
Una estrella nos cuida
Cuando pensábamos que ser padres biológicos ya no era una posibilidad, “por un descuido”, me enteré que estaba nuevamente embarazada.
Nos mudamos a Buenos Aires, por indicación médica: reposo estricto y que el resto de la vida pase alrededor de la cama. Juan llegó al mundo en enero, un guerrero como pocos, pero demasiado frágil. Lo lloramos los cinco juntos y se convirtió en nuestro angelito estrella que nos cuida desde otro lugar.
Esta vez, de mellizos
Tras algunas investigaciones en Estados Unidos, volvimos a Argentina y pocos meses después, de nuevo estaba embarazada. Esta vez, de mellizos. Sin antecedentes en ninguna de las familias, felices y en estado de pánico en iguales proporciones. Volvimos a vivir en Buenos Aires, cerclaje, reposo absoluto, internación, trombofilia, diabetes gestacional… pero Franco y Simón llegaron a revolucionarlo todo. Nuestro embarazo arco iris.
Esta familia que hemos construido entre los dos, después entre los tres, luego entre los cinco y ahora abrazándonos los siete, nos obliga siempre a salir del automático, a romper nuestras barreras, a animarnos, a acompañarnos.
Mirando hacia atrás, me acuerdo que una noche, cuando éramos novios, Néstor dibujó la casa de sus sueños y ahí estábamos nosotros “con nuestros cinco hijos”. Pasaron 23 años… y es la casa construida con nuestros sueños, con nuestra felicidad, nuestro amor… y nuestros cinco hijos.
Las habitaciones de nuestra casa familiar cambiaron, la misma casa cambió, y cambió en Pandemia, cuando además nos mudamos de Paraná a Buenos Aires, donde estamos ahora.
Para soñar juntos
Concentrarnos en las diferencias y en los miedos hace que no podamos soñar juntos para armar estos espacios que se transforman en habitaciones que sentimos nuestras. Son habitaciones donde protagonizamos hechos importantes de nuestra vida.
Néstor tiene un rezo de cuando era chiquito: “gracias por todo lo que me das, espero que me lo sigas dando”. Todas las noches cuando eran chicos era ese nuestro momento especial donde cada uno decía algo por lo que estaba agradecido y un sueño que perseguir. Eso somos: un gracias y un sigamos soñando juntos para construir día a día el presente que queremos vivir.