Chicos
Capacitarlos en la toma de decisiones implica guiarlos en la anticipación de posibles consecuencias. Estos días de encierro, charlas y juegos compartidos se convierten en oportunidad.
Maria José Castilla Sastre | Docente | castilla.majose@gmail.com
[dropcap]T[/dropcap] e vas a caer. Te vas a caer. Te vas a caer… Inútil. Lo veremos poner el pie en donde temíamos y lastimarse. ¿Cuál es la explicación de ese perseverante impulso hacia el «acantilado», si es tan obvio su peligro? Permitámonos, por hoy, cuestionarnos lo obvio.
[button link=»» color=»smoked» icon=»» size=»large»] Derribando supuestos [/button]
De pequeños no medimos riesgos porque no proyectamos en el tiempo. Y los avances en este sentido se realizan de manera gradual, de acuerdo a los tiempos evolutivos de cada uno.
Las funciones que intervienen en la planificación, la anticipación de consecuencias y, por lo tanto, la toma de decisiones, no sólo no vienen dadas al nacer, sino que además se encuentran en el lóbulo frontal del cerebro, el más tardío en lo que refiere a maduración.
En su primer año de vida, un bebe empieza a descubrir los efectos inmediatos de su conducta. Aún no podrá registrar la trascendencia en el tiempo. Del mismo modo, los niños, poco a poco, van aprendiendo a usar la información para predecir los resultados de una acción que puedan realizar.
La complejidad aumenta cuando abordamos acciones ya no centradas en el mundo físico sino en situaciones socio-afectivas, donde la presencia del otro ramifica los posibles desenlaces de nuestras decisiones.
[button link=»» color=»smoked» icon=»» size=»large»] Midiendo nuestra intervención [/button]
Entonces, si no pueden proyectar las consecuencias o medir los riesgos, tendremos que intervenir para evitar esas tremendas caídas que siempre visualizamos.
Es cierto, pero… ¿son realmente todas ”tremendas caídas”? Y ¿es realmente esa “tremenda caída” el único posible desenlace? Nuestro lóbulo frontal adulto recordará, cada vez, esa oportunidad en que terminó fatal, alertándonos del peligro inminente.
LA COMPLEJIDAD AUMENTA CUANDO ABORDAMOS
ACCIONES YA NO CENTRADAS EN EL MUNDO FÍSICO SIN EN
SITUACIONES SOCIO-AFECTIVASPero ¿no fueron acaso muchas las veces que dio pasitos inestables sin caer? Para enseñar a nuestros hijos a «parar y pensar», frase famosa entre educadores, primero estamos invitados a parar nosotros y a evaluar nuestras intervenciones.
Marcarle las consecuencias negativas como inevitables “te vas a caer”, en vez de como posibles “te podés caer”, invita a paralizarlos. Desde lo pragmático e inmediato, logra anular el riesgo, pero formaríamos niños cada vez más dependientes e inseguros.
En contrapartida, anular nuestras intervenciones se materializará en niños que necesiten constantemente caer y chocar para llegar al aprendizaje deseado, y, si bien equivocarse es una manera eficiente de aprender, conlleva un riesgo muy alto y probablemente roces innecesarios con los que lo rodean.
Como seres sociales, aprendemos también sobre la base de experiencias ajenas.
[notification type=»information» title=»Para poner en práctica»]
• ⇒ Comencemos con los más pequeños. Al compartir un juego: puede ser que gane o que pierda. ¡Y qué bien les hace que los dejemos perder para que entiendan esto!
• ⇒ Al ir creciendo, ayudaremos visualizando y también acotando las opciones a elegir. Muchas opciones “agobian” a los más chiquitos. Proponerles sólo dos conjuntos de ropa, o dos opciones de golosina en el kiosco.
• ⇒ De a poco, vayamos haciéndolos protagonistas. Invitémoslos a tomar decisiones concretas: si ayudan a poner la mesa, pueden decidir si convendrá el uso de cucharas o tenedores. Elegir cómo vestirse abre una ventana de oportunidades. Podemos ayudarlos a acudir a información meteorológica para tal fin.
• ⇒ Frente a una consecuencia que no les gustó, ponemos en palabras la relación causa-efecto. Es clásico que explicitemos que el dolor de panza es causado por los caramelos que comió. Estemos atentos a dejarlo claro también en las grandes alegrías, propias y ajenas: «¡Qué contenta se veía a tu compañera cuando le compartiste ese caramelo!»
• ⇒ Habilitemos nuestra imaginación para recurrir a relatos acerca de algo que le pasó a otro chico. Por ejemplo: narrar lo que decidió un niño en su misma situación, y cuál fue el desenlace. No hablo del clásico: «yo a tu edad». Inventemos historias de niños y relatemos sus travesuras y aciertos.
• ⇒ Decidir no decidir: frente a algunas situaciones, es válido recurrir al azar. Proponer un «piedra, papel o tijera» para resolver quién elige el lugar en la mesa esta noche. Luego, aceptar la suerte echada.
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