LOS LíMITES EN JUEGO – jugando al límite

Lic. Maria Catarineu. Psicopedagoga especializada en bebes y niños en primera infancia – Lirios del Talar – rayuelatiempodejuego

¿Es posible ofrecer límites a nuestros hijos desde el juego? ¿Pierde la seriedad ese borde? ¿Los estamos distrayendo de lo que les pasa por entrar en juego?

Cada etapa vital requiere obsequiar a nuestros hijos la delicadeza del tiempo, la puesta del cuerpo y la donación de la palabra.

Cómo armar bordes

Hablar de los límites con nuestros hijos suele tocar nuestros propios bordes, nuestras exigencias y por supuesto nuestra historia. Como dice la canción* “cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir”. Es por eso que se trata de una artesanía cotidiana que se construye en relación con otros y que por supuesto: es cosa seria.  ¿Cómo armar bordes que permitan regular esos escenarios vinculares siendo firmes con respeto y cariño?

Frente a cualquier escenario donde ofrecemos un límite, en alguna trifulca entre hermanos, en berrinches inesperados, en los momentos del cierre del día o en contestaciones fuera de los tonos, armamos diferencia al ofrecer-nos como borde y sostén. Cada etapa vital requiere obsequiar a nuestros hijos, la delicadeza del tiempo, la puesta del cuerpo y la donación de la palabra.

Adecuados a cada edad 

En edades más tempranas, nuestra oferta es con la palabra y sobre todo con el cuerpo, mientras los acompañamos en sus primeras aventuras de exploración. Es por eso que Chesterton decía que “con cada niño el universo se pone a prueba”. A medida que crecen, la distancia que donamos opera de seguridad y confianza. La puesta del cuerpo para armar los límites toma nuevas formas, quedando de la mano de la mirada. Esto lo pescamos cuando al intentar tocar el enchufe, el pequeño se da vuelta buscando nuestro rostro como pidiendo permiso.

En tiempos de berrinches es importante ubicar que, están atravesando la etapa del “no” como organizador del yo, momento central en la construcción del psiquismo del niño, una manifestación necesaria a transitar, en el despliegue de su desarrollo. Es esperable que cuando menos lo esperamos, nuestro hijo se desparrame en el piso entre llantos y gritos, sobre todo en los encuadres más desafiantes como el cierre del día, en el medio del shopping o en momentos de apuro familiar. Habilitar y dar permiso a la frustración es habilitar la no satisfacción inmediata de los deseos.

El deseo tiene que aparecer, pero hay un camino a recorrer. Si ese deseo se satisface inmediatamente, no aparece esa distancia que se dona para transitarla ¿con quién? Con nosotros, los adultos. El armado arquitectónico de límites va tomando forma y figura a medida que avanza el desarrollo. Todos aquellos modos pueden cambiar y tienen que hacerlo, ya que es parte del camino, y la riqueza del crecimiento de nuestros hijos y al mismo tiempo de nosotros como padres. Pero lo que no puede cambiar de cara a los límites son las posiciones en el vínculo, es decir: la asimetría.

Agotamiento VS asimetría

Es importante poner de relieve que los adultos muchas veces nos sentimos agobiados de estar sosteniendo la disponibilidad, y nos encontramos agotados con la demanda de nuestros hijos.

Al mismo tiempo trabajamos, en casa o fuera de ella, nos ocupamos de las tareas domésticas, y nuestras dolencias en cualquiera de sus niveles, nos dejan en un estado de derretimiento, cansancio y chispazos con los que también tenemos que convivir. Nos cuesta esperar y regular con ellos sus emociones. Es por eso que, al poner límites, la guardia se nos baja y aparece la fantasía de tirar la toalla. Estas vivencias son esperables dentro del correr de lo cotidiano, entendibles y tenemos que normalizarlas, no culpabilizarlas. Ahora bien, las posiciones están dadas por la naturaleza del vínculo filial. Ellos son los niños y nosotros los adultos. Los padres y los hijos no tenemos la misma posición. Nos suele pasar que frente a las frases de “le dije un montón de veces y él sigue haciendo lo mismo”, debemos recordar, que no podemos poner sobre los “hombritos”, que la responsabilidad es de ellos. La posición del cuidado en asimetría es nuestra, la responsabilidad en el sostén y el entendimiento está en las manos de adultos como sus figuras de cuidado.  Hay que armar diferencia, con la construcción del valor de la responsabilidad en nuestros hijos. Esa es una tarea de artesanía cotidiana, que se va desplegando todos los días, en compañía nuestra y en sostén de la asimetría. Los relevos entre adultos son fundamentales para poder acompañar, con intercambios de ida y vuelta en nuestras funciones de cuidado.

Firmeza y cariño

Al ingresar desde el jugar, no se pierde la seriedad del límite

Sabemos, que frente al posible escenario donde nuestro hijo pequeño se escapa con la intención de cruzar la calle, nuestra certeza en la puesta de límite, tendrá una gran potencia de seguridad. En esos momentos no ingresa ninguna duda y sabemos con absoluta convicción que operamos con borde de sostén. Pero ¿qué pasa cuando, en lo cotidiano, se presentan otros escenarios de cuidado como acostarse en determinado horario, apagar las pantallas, bañarse después de un largo día, hacer sus deberes o comer todos juntos en la mesa? ¿Qué sucede allí con nuestra certeza, en ofrecer lo que nuestro hijo necesita? Sabemos que cuando nos sobrevienen dudas, los adultos ya no operamos con esa misma potencia de seguridad, los bordes se salen de su cauce, se posan las dudas en sus pequeñas manos y ellos quedan solos sin saber por dónde seguir. Es allí donde aparece el des- borde y nuestros hijos lo manifiestan porque nos piden una y otra vez, con diferentes y explosivos modos, ese apoyo, ese límite que necesitan para sentirse cuidados, y que les confirma que nada malo va a pasar.  

Los límites “de jugando”

 ¿Es posible ofrecer límites a nuestros hijos, también desde el juego? ¿Pierde la seriedad ese borde o los estamos distrayendo de lo que les pasa “por entrar en juego”?

Además de armar bordes con nuestros hijos desde la palabra y la contención, también podemos ofrecer y sumar nuestros bordes y “límites de jugando”, porque jugar es cosa seria. Al jugar, estamos entrando en relación con nuestros hijos, con lo que está pasando ahí en ese momento. Procesamos jugando, esa frustración, ese enojo, esa tristeza que está atravesando, que se le presenta con manifestaciones de berrinches, pataletas, y oposiciones. Se des- borda con sus modos y formas, necesitando de nuestra compañía para descubrir con nosotros, su nuevo cauce. La capacidad para jugar requiere de un estado de equilibrio psíquico que convierte a nuestros hijos en protagonistas de lo que están transitando. En momentos donde irrumpe una pelea entre hermanos, podemos ingresar “de jugando” al grito de ¡pausa – pausa! para aliviar esa tensión, suspender el tiempo, resolver con ellos. Al retirar del “ring” al que lo necesite hacia otro espacio de la casa y, si es necesario por fuera de ella, colabora para hacer “un corte y una quebrada” sobre ese lugar de aspereza, pudiendo donar, con mayor intimidad, una palabra de contención, una escucha de su llanto por fuera de la trifulca.

En ese escenario de jugando, no lo estamos distrayendo, no se trata de “tapar lo que le pasa” con alguna pantalla o distracción, sino todo lo contrario, se trata de poner a jugar el mismo escenario para entrar en relación con nuestro hijo. Si en los momentos del baño nos convertirnos en “los brujos que atrapan a los pequeños para meternos en la caldera”, esa rutina del día “des- tensa el arco”, porque al jugar, ingresamos en un espacio libre de exigencias, y como entramos en relación, nosotros los adultos también sentimos alivio.  

Ofrecer-nos

Al ingresar desde el jugar, no se pierde la seriedad del límite, ya que es una oferta que fortalece el vínculo. Ubicar los límites puestos a jugar como espacio de cobijo para otro y como lenguaje aprehensible para la infancia, es darles la oportunidad a nuestros hijos de asimilar naturalmente lo que les pasa.

*Joan Manuel Serrat, Esos locos bajitos.

Lic. Maria Catarineu. Psicopedagoga especializada en bebes y niños en primera infancia – Lirios del Talar – rayuelatiempodejuego

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