Gracias María Catarineu @rayuelatiempodejuegos

 

Los tiempos de juego entre padres e hijos constituyen el mayor despliegue vivencial de encuentro y conocimiento mutuo, donde se construye el vínculo fundante de seguridad y confianza. La posibilidad de compartir en familia o con amigos, el despliegue de juegos con reglas propias o los clásicos juegos de mesa con reglas preestablecidas nos permiten compartir códigos comunes dentro de un mismo espacio y tiempo de acción, donde todos se integran y nadie queda afuera.

En la compra y venta de campos del Estanciero, sobre la marcha de los peones y la danza de las damas, en el aroma de la sopa de letras con todos sus sucedáneos, en la corrida de la mancha o el grito de “¡piedra libre!”, se pone en marcha una gran posibilidad de vivencias para enfrentar juntos nuevos desafíos.

La capacidad de espera en los turnos, el soportar perder y equivocarse, nos permite postergar los impulsos en pos de los tiempos de reflexión. Los logros y frustraciones sobre el tablero colaboran con el fortalecimiento de la autoestima, forjando lazos de confianza y seguridad necesarios para conocernos.

El juego nos permite, principalmente, encontrarnos cara a cara para barajar de nuevo, estrechando conocidos y nuevos vínculos. Es por ello que afirmamos con lo que decía el gran pediatra inglés: “El juego es una forma básica de vida, es en esencia satisfactorio, ya que jugando se crea un área de descanso libre de exigencias”.