En mi paso por la leucemia y el tratamiento de quimioterapia, palabras que me producían miedo y rechazo, ahora son parte de mi historia. Voy a intentar transmitir algo de lo mucho que aprendí.
Por Florencia González Venzano – Lic. en Cs de la Educación – gonzalezvenzanof@gmail.com
Después de arrastrar un cansancio crónico y las secuelas de un duelo doble, por la partida de mis padres, recibí el diagnóstico: leucemia. La noticia llegó mientras hacía unos días de retiro espiritual, pensé que Dios quiso cuidarme, en ese momento me puse en sus manos. Le pedí que la enfermedad se convirtiera en una oportunidad. Por el ejemplo que me habían dejado mis padres, me propuse no quejarme y llevarlo de la mejor manera posible. Y empezó este camino inesperado, por momentos duro y difícil, siempre contando con Su apoyo y descubriendo constantemente el amor, como la contracara del dolor.
Lo sentía a Jesús muy cerca, caminando a mi lado y me daba fuerzas para seguir. Como suelo expresarme en versos escribí:
¡Qué ingenioso que sos! Sólo se te ocurre a Vos, sacudir mi modorra, con una topadora. Esta enfermedad escondida, ahora la hacés conocida, para que vea con perspectiva, el verdadero valor de la vida.
El proceso interior se hace cada vez más rico y profundo, buscando cada día, con libertad interior, su voluntad. Aprendí a disfrutar el momento presente, a centrarme más en el ser que en el hacer, valorar lo importante: a querer y dejarme querer.
Sin entender
Sin embargo, todavía no era plenamente consciente de lo que me pasaba y no escuchaba las señales que daba mi cuerpo, me pedía atención y yo le exigía lo que ya no estaba en condiciones de dar… Por una errada auto-exigencia me sobreponía y quería seguir “funcionando”… hasta que una anemia autoinmune se sumó al cuadro general y en marzo del 2019 terminé internada, de urgencia en una clínica en Mar del Plata, en el límite de mis fuerzas.
No entendía lo que me estaba pasando. Me sentía muy vulnerable. Me hicieron más estudios y la punción de médula dio el veredicto: tenía el 90 % de la médula comprometida con células cancerígenas. Mi leucemia crónica se había activado y había que actuar con rapidez.
El médico me comunicó que empezaríamos cuanto antes con la quimioterapia. Yo seguía internada, al límite y me tocaba asimilar esta noticia. Esa tarde fue ardua aunque no me faltó el cariño y la compañía de mis seres queridos, frente a la enfermedad… estaba yo, cara a cara.
Traté de dormir y a la mañana siguiente, no quería despertarme… no quería enfrentar la realidad que me tocaba. La quimioterapia me daba rechazo y miedo. Además yo estaba literalmente sin fuerzas. Llevaba cuatro días internada y no atinaba a hacer nada… hasta respirar me suponía esfuerzo, porque me agitaba.
Una ayuda especial
Ese día vino a verme un sacerdote del Opus Dei, se sentó a mi lado. Yo lo miré con angustia y le pregunté: ¿Soy culpable de estar así? ¿Qué hice mal para llegar a esta situación? Y dejé correr el llanto contenido. El sacerdote con mucha paz me escuchó y me propuso recibir la ayuda de Dios, a través de tres Sacramentos. Me confesé, me dio la Comunión y me impartió la Unción de los enfermos. Y me quedé mucho más tranquila. Esa noche dormí en paz y a la mañana siguiente, antes de abrir los ojos… noté que estaba sonriendo. Enseguida pensé: acá pasó algo.
A la mañana, antes de abrir los ojos… noté que estaba sonriendo.
Soy la misma, la situación es la misma, estoy internada con cáncer y por encarar un tratamiento de quimioterapia. Ayer no me quería despertar y hoy estoy sonriendo…
Para mí, la conclusión fue evidente: la Unción de los enfermos curó mi alma de la angustia y el miedo y había recuperado la paz interior. Volví a aferrarme a la mano de Dios para encarar el camino que me esperaba. El sentimiento de culpa ya no estaba y me dispuse a transitar la enfermedad lo mejor posible. También noté cuánto me sostenía el cariño. Desde la Clínica 25 de Mayo de Mar del Plata, escribí: “¡Cuánto ayudan el cariño, la sonrisa, los mimos, las sorpresas, los detalles de afecto! Obvio que las bombas de corticoides hicieron su efecto, pero lo humano es clave: es el sostén de todo lo químico.” Y podría enumerar tantos ejemplos de esos días: una tía que estaba en Mar del Plata llegaba cada día con flores frescas de su jardín, dos de mis hermanos que viajaron desde Buenos Aires para acompañarme y mis amigas que estaban al pie de cañón.
En seguida, empecé con la primera quimioterapia en Mar del Plata. Otra de mis hermanas vive en Azul y se trasladó esos días para acompañarme y comprobar que toleraba bien la medicación.
Una buena decisión
De acuerdo con mi familia me trasladé a Buenos Aires para hacer seguir mi tratamiento en Fundaleu, son especialistas en leucemias y a vivir en San Isidro, de donde soy y donde viven varios hermanos y familiares que me querían acompañar más de cerca. Y fue una buena decisión.
De todos modos, me esperaba una nueva prueba en Fundaleu, ya que me internaron para la segunda sesión de quimioterapia y como venía de otro hospital, me aislaron. Estuve tres días aislada, recibiendo la medicación y me sentí muy rara, invadida, sin que me dieran muchas explicaciones, en un lugar nuevo y seguía viendo la medicación como un veneno que me introducían y que me dejaría sus secuelas…
Quiero curarme y acepto este tratamiento.
Con el apoyo de tantas personas y también de una psicóloga, a quien le estoy muy agradecida, que me acompañó en todo el proceso. Pude hablar de todo lo que me pasaba y encontrar modos de vivirlo con sentido positivo. Por ejemplo, asumir en nombre propio la decisión de recibir la quimioterapia y pedirla: quiero curarme y acepto este tratamiento. Aprendí a ver la medicación como un agua pura que limpiaría mi sangre y las células cancerígenas y que quizás arrastrara otras cosas más…pero que era necesaria para curarme.
Finalmente en agosto del 2019 terminé el tratamiento y, como en otros momentos, lo expresé en un verso que se tituló “Volver a nacer”
Quién iba a decir, que después de 55 años, iba a volver a nacer. Quién podía predecir, este remedio para aprender, un nuevo modo de vivir.
Cuando la doctora me dio el alta. Fue el 26 de mayo del 2021. Fui a Funadaleu a hacer mi control habitual y le pregunté si mis valores estaban bien , respondió:
– no están bien… están perfectos.
Terapia en el campo de Mariate Geogeghan