[button link=»» color=»bordeaux» icon=»» size=»large»]PAPA Y MAMA PRESENTES[/button]
La negación es una actitud de vida que se instala entre nosotros de manera muy peculiar. Revisar cómo anda la relación entre lo que juzgamos y lo que hacemos es la propuesta de esta nota.
MARIANA AGUIRRE DE FERRECCIO | ORIENTADORA FAMILIAR | MARIANFERRECCIO@GMAIL.COM
[dropcap]A[/dropcap] diario, y sin darnos cuenta, caemos en incoherencias; muchas veces son pavadas pero otras llegan a ser muy importantes. Esta pequeña anécdota sirve de ejemplo: Antes de que terminara la clase, como es habitual, la maestra pidió a sus alumnas que ordenaran y levantaran los papeles del piso. Mientras lo iban haciendo, algunas a desgano y otras no, se escuchó un murmullo: ‘Qué piolas, ellas nos hacen levantar a nosotros los papeles que tiramos; y ayer, cuando salía del colegio, vi cómo otra maestra bajaba la ventana del auto y tiraba el papel a la calle.
Los padres y docentes nos encontramos expuestos ante nuestros hijos, alumnos, jóvenes, chicos. Se me ocurre preguntarnos: ¿Qué hay detrás de esta actitud: “Si yo lo hago no pasa nada, pero si lo hace el otro, salto, corrijo, critico”? Será que nuestra vara para medir es en algunos casos corta y en otros larga; será comodidad, poca conciencia, será el “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”.
Esa incoherencia cotidiana
Pareciera que al mirar las situaciones como espectador, nuestra conciencia se aclarara para formar una opinión sobre el actuar del otro. Pero esa misma conciencia está más borrosa, empañada, permisiva, cuando se trata de nuestras acciones.
Desde chicos encontramos con facilidad razones para justificarnos frente a diferentes situaciones de la vida cotidiana. Otros ejemplos: “No pude estudiar porque mis compañeros no me pasaron los deberes de la semana que falté”, en vez de “porque me ocupé de ir a buscarlos recién la noche anterior de volver a clase”. El clásico: “Me aplazaron y aprobé”. Si me fue mal en el examen es porque la profesora es una bruja, no porque yo no supiera o no hubiera estudiado.
Si yo lo hago no pasa nada;
pero si lo hace el otro, salto, corrijo, critico.
Más adelante las situaciones cambian, pero si no se revisa, la actitud será: Choqué porque el otro ‘venía a mil’ y no porque yo venía tan rápido que no alcancé a frenar. Me emborraché porque mis amigos me dieron el balde, y no porque no tuve la fortaleza de negarme. Le mentí y le miento a mamá, porque con ella no se puede hablar y no porque yo no estoy dispuesto a oír lo que tiene para decirme. Discutí con mi marido porque él está nervioso, en vez de porque yo estoy cansada y ando con poca paciencia.
Olvidando nuestros defectos y que nuestras fallas pueden ser tan o más graves que las de quienes criticamos, nos constituimos en jueces de todo el que se nos pone delante, a la vez que hacemos “la vista gorda” con nuestra propia conducta, o buscamos el modo de justificarla para que sea aceptada sin más. Empezamos a deformar nuestra visión cuando admitimos a sabiendas pequeñas transgresiones.
Discutí con mi marido porque él está nervioso…
en vez de porque yo estoy cansada y ando con poca paciencia.
Ya se ve que los seres humanos, hombres y mujeres de toda clase y condición, tenemos inclinación a ver con mayor facilidad los defectos y las malas acciones de los otros, lo que nos lleva a criticarlos -en nuestro corazón y de viva voz-, por una razón o por otra, la mayoría de las veces con gran dureza como ocurre con tanta frecuencia en el tránsito, en un embotellamiento de autos.
Las máscaras de la conciencia
Los especialistas afirman que negar es un mecanismo inconsciente de autoengaño o defensa, por el cual escondemos a los demás, pero también -y en especial- a nosotros mismos, algo de la realidad que consideramos una amenaza a nuestra seguridad o a nuestra estabilidad: física, psíquica, emocional, laboral, económica o la que sea.
Las causas de este mecanismo natural de autodefensa pueden ser las más variadas, desde la angustia, la tristeza hasta el miedo o la culpa; pero también la comodidad para no tener que asumir una responsabilidad o tal vez admitir alguna incoherencia interna; la soberbia e inseguridad, la terquedad por la cual no queremos dar el brazo a torcer y aceptar nuestros errores, entre otras muchas motivaciones.
El comunicador y estudioso de estos temas Sergio Sinay opina que “la culpa tiene relación directa con la responsabilidad. Cuando aumenta la responsabilidad disminuye la culpa, cuando la gente se hace responsable de sus acciones no necesita ’tirarle el fardo’ al otro. Puede decirse que si la dosis de culpa es alta, la responsabilidad es baja”.
Como, inevitablemente, todos nuestros actos tienen consecuencias, no existe el “espacio” para hacernos los distraídos. No obstante, cuando nuestros errores traen consecuencias negativas, no los aceptamos tan fácilmente y tratamos de “endosarle” la responsabilidad que nos corresponde al otro.
Así, la insistencia en la negación y el autoengaño puede dejar de ser un recurso normal de defensa para transformarse en una práctica peligrosa, porque corremos el riesgo de que se instale como un modelo de conducta, como una forma de vida.
Al mismo tiempo, la recta conciencia no es algo adquirido de una vez por todas. Al estar ligada a la vida humana, nace, crece, se desarrolla, se modela o se deforma, se renueva o se apaga y envejece con la misma persona, según el cuidado que esta le dedique. Es un hábito y una actitud que se está formando continuamente y se va revisando a lo largo de la vida.
Soy imperfecto
¿Por qué nos cuesta hacernos cargo del error como tal? El temor que se presenta es el de tener que modificar la autoimagen: proyectando la responsabilidad en el otro ilusoriamente nos “liberamos” de “lo imperfecto”, y nos vemos a nosotros mismos “en lo correcto”, o a veces hasta como víctimas de ser “acusados de error”.
Quien asume el error flexibiliza la imagen de sí, se vuelve más humano y más hábil para ejercer la compasión, aceptando lo erróneo del otro porque ve que él mismo es capaz de equivocarse. Amar lo incompleto que uno es, lo incipiente, lo carente, lo no desarrollado, lo imperfecto, permite que no sea su ego quien dirija su vida.
[notification type=»note» title=»»]Que cada uno cumpla con su propio destino, reconozca sus pozos, riegue sus propias plantas y levante su casa.
Pero si sobre el final cae en la cuenta de que ha errado el camino, entonces que junte coraje, desande lo andado y reconstruya su vida…
Hamlet Lima Quintana,
poeta y compositor.[/notification]