Un cuento de Navidad
Traemos hoy un cuento que nos lleva al mundo de la Navidad, a sus luces y sombras.
En esta adaptación del original, la Nochebuena cobrará un sentido nuevo para todos los hombres de buena voluntad.
LUCIA DODDS DE STELLATELLI | ORIENTADORA FAMILIAR | LUCIADODDS@HOTMAIL.COM
La abundancia de luz nos regala lo inmediato, lo que veo ahora mismo: este árbol, este pájaro, esta flor. Nuestra mirada se aquerencia en lo que está cerca, en lo que nos rodea. Nos quedamos quietos en medio de nuestro día y todo viene hasta nosotros traído por esa luz que abunda. Los colores, las formas, el movimiento.
Pero la luz abundante puede amputar en nosotros la capacidad de volar para ver lo que se esconde más allá de la claridad. Y el que es incapaz de volar, termina por reducir la realidad a su pequeña existencia. Todas estas cosas que creemos poseer porque las vemos bajo un destello, pueden terminar por convertirse en lo único que existe o en lo único que vale la pena pensar que existe. Terminaremos así por olvidar que en nuestra misma tierra existen lejanos desiertos y ríos, montañas con nieve y selvas con pájaros en libertad. Aunque sepamos que existen otros mundos más allá del nuestro propio, esos mundos podrían no interesarnos para nada, pensando que nada tienen para aportarnos.
Y es entonces cuando viene la noche. La noche que nos empobrece radicalmente al dejarnos desnudos de esa realidad que creíamos absoluta. Que al quitarnos la luz, nos arrebata sin compasión todo lo inmediato. La noche que da lugar en nuestro interior a todos los viejos miedos e inseguridades; que nos hace sentir pobres y desprotegidos. Que nos vuelve a hacer sentir la necesidad de creer en el ángel de la guarda, en que nuestro niño se despierta y vuelve a buscar refugio en su madre. En que buscamos el abrigo.
La noche de Navidad
nos da la oportunidad del
silencio y nos dispone para
la búsqueda de lo sagrado
Y sucede que la noche, al quitarnos con la luz la presencia de lo inmediato, vuelve a encender allá arriba, muy lejos, la luz de las estrellas inmensas. Porque las estrellas necesitan de la oscuridad para poder brillar. Aunque tal vez no sean las estrellas las que necesiten de la oscuridad. En realidad somos nosotros los que necesitamos ser liberados de nuestra pequeña seguridad luminosa, para ser capaces de ver lo divino que estaba allí, brillando desde siempre. Porque al arrebatarnos lo inmediato, la oscuridad nos abre el camino para ver lo soberano que brilla mucho más lejos, aunque esté tan cerca. Nos ensancha el horizonte, nos obliga a emprender el vuelo hacia algo más profundo.
Cuando la oscuridad de un hombre se fecunda con una estrella, su Noche mala se convierte en Noche Buena. La oscuridad de la noche de Navidad nos da la oportunidad del silencio y nos dispone para la búsqueda. Nos ayuda a ir hombre adentro y nos invita a adentrarnos en el mar de nuestra piedad.
Lo fecundo de la noche no está en que nos libera de las cosas cercanas, sino que abre en nosotros la capacidad de ver más allá de lo inmediato. Nos obliga a ver lo verdadero detrás de lo evidente. Nos hace superar la necesidad de sentirnos seguros y crecer hasta el deseo de ser mejores. Por eso nos capacita para la renuncia, que será fecunda sólo si nos abre el camino para ver lo sagrado de la vida.
Desde Sembrar Valores les deseamos una Nochebuena llena de esa luz que sólo desde la profundidad del corazón puede hacer nacer al hombre nuevo.
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+Info
«Lo inmediato y la Nochebuena» en «La sal de la tierra», Mamerto Menapace, Editorial Patria Grande
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