EN EL IMAGINARIO COLECTIVO

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Centenario de la muerte de Adolfo P. Carranza

Si les digo Himno Nacional, Cabildo Abierto o Mariano Moreno en su mesa de trabajo, ¿qué imagen les surge?, pregunta Araceli Bellota, directora del Museo Histórico Nacional

 

[dropcap]A[/dropcap]A través de estas preguntas, la Dra. Bellota destaca uno de los enormes logros de Adolfo P. Carranza: que todos los argentinos tengamos una imagen propia de estos momentos clave y de personajes de nuestra historia. «Eso es lo que llamamos imaginario colectivo -agrega-; están en todos los libros de historia con los que hemos estudiado”.

Una personalidad

Un joven animoso y patriota, con infatigable vocación y entusiasmo, golpeaba puertas, concertaba entrevistas, visitaba salas ministeriales con el fin de obtener el apoyo necesario para fundar un museo histórico nacional. La apatía oficial y privada era muy difícil de quebrar y tuvo que luchar para alcanzar su propósito, comenta Silvia Bayá Carranza.

Quién era este joven, nos preguntamos. En la Academia de la Historia, en un acto presidido por su presidente, el dr. Miguel Ángel De Marco, tenemos la oportunidad de quitarnos las dudas gracias a las investigaciones de la profesora Sofía Rufina Oguic.

Adolfo_P_CarranzaAdolfo Pedro Carranza, nos dice, nació en Buenos Aires el 7 de agosto de 1857, era el sexto entre sus quince hermanos. Su casa era lo que se llama un hogar patricio. Su madre, María Eugenia Mármol, era sobrina nieta de Remedios de Escalada. Su abuelo fue un pionero precursor de telégrafos, caminos y ferrocarriles, y poseía importantes yacimientos mineros en Catamarca hasta que las dificultades económicas y las presiones políticas lo llevaron a la quiebra.

Carranza pasó su infancia y adolescencia en la casa de sus padres en la calle Florida, entre Viamonte y Tucumán y los veranos en la “quinta” que la familia tenía en Belgrano. Siempre recibían interesantes huéspedes y “las niñas Carranza” se destacaban en el piano mientras Adolfo les acercaba las últimas partituras de ópera y zarzuelas para que las interpretaran. Era un gran melómano.

Inquieto

Se casa -muy joven- en la iglesia de las Mercedes, en Belgrano, con Carmen García Lara, con quien vivió algunos años en Paraguay mientras fue Encargado de Negocios

Había iniciado sus actividades culturales a los 16 años, como miembro de la Sociedad de Ensayos Científicos y Literarios. Siguió la carrera de Derecho, que dejó tempranamente por no considerarla adecuada a su carácter. Sin embargo, la reanudó 20 años más tarde, y se graduó y doctoró en la Universidad de Córdoba. También fundó la Revista Nacional, que consta de 45 volúmenes.

Fue claramente su personalidad la que lo movilizaba a coleccionar, a reunir el material, objetos y documentos que permitieran recuperar la historia argentina. «Su actividad es incesante -continúa la Profesora Oguic-: congresos, comisiones nacionales e internacionales, libros propios y editor de otros autores.

«Sin embargo, su sueño más preciado era la fundación del Museo Histórico Nacional y no se dejó vencer por el desaliento y la incomprensión general hasta que, por fin, logró la ayuda del intendente Francisco Seeber, quien lo apoyó en su proyecto, creó el Museo Histórico Nacional y lo nombró director».

Por fin, el museo

Con ese cargo comienza su tarea febril y el museo va aumentando increíblemente su patrimonio. Dona al museo su biblioteca personal de 1.000 volúmenes de historia americana. Le solicita a Manuelita Rosas el sable de San Martín y a la nieta francesa del libertador, la donación del dormitorio completo. También se ocupó de pedir las bandas y bastones presidenciales a los ex presidentes. Contrató a diferentes escultores para las estatuas de los miembros de la Primera Junta y otros próceres y aconsejaba y discutía con los mismos artistas explicándoles cómo debía ser la expresión y las vestimentas de los distintos personajes. Con entusiasmo, Silvia Bayá nos dice que fue él quien nos dio los rostros de la Patria.

El antiguo caserón de la familia Lezama, en Defensa al 1600, es la sede definitiva del Museo Histórico. «Allí fallece Adolfo a los 57 años, cuando todavía podía esperarse mucho de su descollante personalidad», concluye Silvia.

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