«Ellos saben»

[button link=»» color=»purple» icon=»» size=»large»]NOVIOS[/button]  ¿Se casan?

Sumergidos muchas veces en una paternidad frágil, los padres nos sentimos desarmados frente a algunas decisiones vitales de los hijos. ¿Podremos acompañarlos cuando anuncian casamiento?

LUCÍA D. DE STELLATELLI | ORIENTADORA FAMILIAR | LUCIADODDS@HOTMAIL.COM

Hay momentos de la vida de nuestros hijos que nos hacen temblar. Cuando empiezan a tomar vuelo con decisiones personales, a algunos padres les invade un complejo de inferioridad que los paraliza. Si se acerca el anuncio de casamiento, orientar y aconsejar parecen fuera del radar, son reemplazados por un sentimiento parecido al miedo al ridículo.
Seducidos por una rara forma de evasión, piensan que es mejor dejarlos hacer y reaccionan con un desvinculado “ellos saben”.

Se los ve nerviosos, “ellos saben”. Discuten sin parar, “ellos saben”. Se agrandan las grietas del carácter, “ellos saben”. ¿Será verdad que ellos saben?… Muchas veces podrán estar esperando un apoyo sin animarse a pedirlo. Otras, querrán estar todavía más lejos y evitan a sus padres a toda costa. Pero, si la experiencia de vida hace intuir algún asunto grave, que podría –incluso– agravarse todavía si no se tratara a tiempo, ¿cabe callar por evitar y evitarse ese disgusto?

El miedo a que “lo tomen mal” o a equivocar el consejo y después haya que soportar terribles sentimientos de culpa llevan a un debate interno, fuente de contradicción, que llega a sacar el sueño.

Se impone la prudencia bien entendida, hablar cuando hay que hablar y callar cuando hay que callar. Respetando su libertad y confiando en su responsabilidad.

En palabras de Elisabeth Lukas, doctora en Psicología por la Universidad de Viena, combinar el “no meterse, a menos que sea necesario” con “hacerse tiempo para conversar con el hijo” garantiza, en cierta forma, una relación armónica de la distancia y la proximidad con los hijos. El arte del desapego amoroso.

Hace falta hablar

Inmersos en un costado cultural cuestionable, muchos jóvenes deciden no casarse. Prevalece el “mi novio/a me gusta” (con todo lo que eso incluye –¿o excluye?–: tiene buen cuerpo, es divertido, promete una vida cómoda, es famoso, tiene influencias, etc.) y se deja de lado un compromiso sostenido en el tiempo. Razones pobres para una realidad grandiosa como es el matrimonio.

Combinar el “no meterse, a menos que sea necesario” con “hacerse tiempo para el otro” garantiza la relación armónica de proximidad y distancia en la convivencia entre padres e hijos.

Dice José María Contreras, profundo conocedor del ser humano, que “el egoísmo disfrazado de amor nos come el terreno”. La pobreza en el discernimiento trae grandes y costosas consecuencias.

Puede pasar que los novios crean saber todo lo que hace falta saber y, sin embargo, atraídos por la civilización de lo efímero, pasen por alto grandes temas. Mal consejero es el silencio que hace añicos la comunicación, generando pequeños cotos cerrados que, paradójicamente, ocuparán cada vez más espacio, haciendo que los temas para compartir disminuyan y aumenten los campos de la desconfianza.

Hace falta hablar de la forma de enfocar la vida, de compartir las creencias, de entender los sentimientos propios y ajenos, de afrontar las situaciones difíciles. Por ejemplo, se hace foco solamente en algunos terrenos parciales como la sexualidad o la diversión, componentes importantes del matrimonio, pero no absolutos. ¿Qué los une? Es la pregunta infaltable. Están ante una decisión que acarrea mil dificultades, ¿para qué mentir? La realidad matrimonial es difícil y exigente, demanda esfuerzo y renuncia personal. Los novios que quieren empezar bien su matrimonio miran los temas importantes para tomar una decisión inteligente. Allí los padres pueden estar como un despertador que estimula esa espera trabajada y fecunda que prepara lo mejor posible esa nueva realidad de a dos. Es una espera esperanzada, una percepción real de que se hace algo productivo mientras llega el “sí, quiero”.

[notification type=»information» title=»PREGUNTAS PARA ANTES DEL “SÍ, QUIERO”»]¿Cuál es tu peor miedo si te casás con esta persona? ¿Qué es lo que todavía necesitás saber para estar seguro de que querés casarte? ¿La admirás y respetás? ¿Confiás en sus juicios? ¿Qué ves cuando mirás a sus ojos? ¿Son compatibles sus valores, prioridades, filosofía y metas? ¿Es una persona infeliz, depresiva o confundida? ¿Entienden de verdad las diferentes necesidades emocionales de los hombres y mujeres? ¿Podrías vivir con esta persona como es ahora? ¿En qué ambiente se mueve? ¿Te identificás con él? ¿Podés expresar tus sentimientos y opiniones honesta y abiertamente cuando están juntos? ¿Se escuchan uno al otro? ¿Sentís que trata de cambiarte? ¿Te sentís emocionalmente seguro con ella?¿Te sentís totalmente aceptada?¿Estás seguro de que va a respetar tus sentimientos y necesidades? ¿Te gusta cómo te sentís cuando están juntos?¿Te sentís relajado? ¿Tiene alguna adicción? ¿Te importa realmente lo que le pasa y querés ayudarlo a salir adelante en la vida? ¿Querés tener hijos con esta persona?¿Te gusta el modelo de padre/madre que representa para tus hijos?¿Están de acuerdo en las creencias con que educarán a sus hijos, en el estilo de vida y las expectativas de familia?[/notification]

Sobre la intimidad

El casamiento pone en juego de manera definitiva lo más íntimo de las personas, despertando la necesaria sensación de cuidado. Sin pudor, sin la defensa de lo más esencial, se pierde el misterio, aquello que llama a descubriral otro en su ser completo y único. Una comprensión insuficiente del valor de lo íntimo destapa al público lo que debe permanecer oculto, tanto en el plano del cuerpo como de la interioridad personal provocando, buscándolo o no, la cosificación de sí mismos. Crece el riesgo de que aquello que se expone como objeto, sea tratado como tal. La anestesia del pudor, está matando al misterio que tiene mucho que ver con el encanto. “En el pudor hay una parte del misterio de la persona y del amor”, continúa Contreras. “En una relación de enamoramiento lo que va atrayendo es eso que no se ve, que no se sabe, esa otra forma de ser persona que se nos va desvelando, que atrae, que engancha a la persona entera”.

En definitiva… 

Los hijos no cierran la puerta del hogar tras de sí “como si tal cosa”. Siempre quedan sus huellas en el hogar paterno. Es preciso que la despedida sea generosa y conciliadora para que puedan tomar de su mochila los recuerdos que necesitan para encaminarse hacia la nueva realidad. Como alguna vez dijo Borges, tengamos el coraje y la esperanza suficientes para pensar que puede ser posible.

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