Matrimonio
Con una metáfora del rugby, vamos ver qué pasa con nuestras miradas, asumir su fuerza comunicadora y su impacto. Conocer, también, los efectos de su ausencia.
Felipe Yofre | Escribano | Instructor en talleres de Protege tu Corazón | felipe@escyofre.com.ar
No sé nada, o casi nada, de rugby. Sin embargo, tuve la oportunidad de acompañar, como colaborador, a un equipo en el cual juega uno de mis hijos. Como gran ignorante del tema, siempre estuve atento a las palabras de los entrenadores queriendo retener sus conceptos, sus consejos, su entusiasmo y sus ganas.
Así, una vez escuché al primer entrenador de este equipo, lindísima persona y gran jugador de antaño. Decía que, si alguno de los contrarios hacía alguna jugada desleal, él lo miraba fijamente sin decir absolutamente nada, establecía un contacto visual muy fuerte.
Ese gesto, decía el entrenador, “sacaba” del partido a ese jugador, ya que sabía que, al ser “mirado”, estaba dentro del radar del contrario, y se cuidaba más de que no le hicieran daño en la próxima jugada que en generar juego. Resultado: ese contrario ya no dañaba, ni con el juego ni sin él.
A través del rugby me di cuenta de que el contacto visual que envía un mensaje tiene más peso que cualquier tackle.
[button link=»» color=»green3″ icon=»» size=»large»]Los ojos en el lenguaje corporal[/button]
Y creo que, efectivamente, es así. Los ojos son la fuente más poderosa del lenguaje corporal. Tienen una fuerza tremenda, que puede ser negativa por su forma -incluso por su ausencia-, o positiva, como herramienta de vínculo, de acercamiento, de restauración y, por supuesto, de conquista.
Mirar descubre lo que albergamos adentro nuestro. Lo que miramos efectivamente nos importa, nos interesa, nos preocupa. Nada revela los pensamientos, los sentimientos y el interior de una persona más que los ojos. La mirada es el cordón umbilical de cualquier relación.
Se me ocurren cuatro “tipos” de mirada, como para ayudarnos a reconocer en cuál de ellas solemos estar. Seguro que, en el mismo día, pasamos de una a otra, según con quién nos vinculemos. Mi idea es que este pequeño listado nos sirva de herramienta para detectar en qué estamos con nuestras parejas. Pero pienso que también es aplicable a todas las relaciones humanas.
Mirada negativa: Es mala, muy mala, pero no la peor de las versiones. Busca el defecto de los demás. Resalta el error; no se detiene, dentro del territorio del otro, en las lindas colinas con buena vista -que seguro están-, sino en los terrenos pantanosos o secos, que probablemente también existen. Esta mirada, muy probablemente, se sustente en realidades. Lo peligroso es que, al detenerse ahí, parece absolutizar ese defecto del otro, agrandándolo.
La mirada que resalta el defecto, en verdad, lo agranda. Aplasta la autoestima y hace estacionar al otro en la tristeza frente a una realidad propia difícil de cambiar. Aquí no se trata de no reconocer defectos, sino que, al ponerlos en evidencia para ganar batallas, terminamos todos perdiendo la guerra.
La no mirada: Cuando no queremos enfrentar algún tema. Cuando ocultamos algo. Cuando vamos poniendo en nuestra repisa interior malos sentimientos, mentiras (pequeñas o grandes). En esos momentos evitamos el contacto visual, que expone nuestra alma. Es como si la mirada del otro nos preguntara justo aquello que no queremos contestar.
No es tan grave como la anterior; además, cuando nos ocurre, nos puede servir de “despertador” para enfrentar ese tema, por molesto que sea. Si no se afronta, puede llegar a adquirir el carácter de enfermedad.
Mirada indiferente: Peligrosísima. Diría que la peor de todas. Me dejan de interesar las cosas del otro o, más grave aún, el otro. Más dañina que una tormenta tropical para un árbol, que lo mueve y lo hace sufrir, es la sequía, que reseca por fuera el follaje y por dentro la savia.
Esto puede ir pasando de a poco, cuando la mirada de amante, a quien todo lo del otro le interesa, se va perdiendo. Las causas pueden ser muchas y variadas. Externas o internas a la pareja.
En la vida de locos que llevamos, escuchamos más a un cliente o a la peluquera que al esposo o esposa. Hay falta de espacio sincero y franco por nuestras corridas hacia no sé dónde, como las del hámster en su rueda. El excesivo “ombliguismo”, donde todos se tienen que adaptar al centro de mi universo, etc., etc. Ustedes lo saben mejor que yo. Enemigo mortal del amor de pareja.
La mirada positiva: Qué lindo. Cómo nos gusta estar con alguien que nos haga sentir lo que somos: valiosos, porque todos lo somos. Sin un criterio irreal, pero que vea y pose su mirada en nuestros esfuerzos, que impulsados por esa mirada, se multiplicarán para retroalimentar la búsqueda de felicidad.
El mirarse produce un efecto de círculo virtuoso que fortalece la relación, dándole una vitalidad siempre nueva.
Con esa mirada se pueden decir tantas cosas: “te necesito”, “aprecio y valoro tu esfuerzo”, “sos importante para mí”, “te perdono”, ”te sigo queriendo” y tantas cosas más.
Nos convertimos en transmisores de afecto cuando ponemos en acción y en juego este poder enorme que tenemos: el poder de la mirada
[button link=»» color=»green3″ icon=»» size=»large»]Una invitación[/button]
Desde esta página los alentamos a trabajar en ese sentido, sabiendo que la mirada “no queda en mirada” únicamente, sino que pasa a fijar base en la sonrisa y el corazón. Restaurando. Sanando. Edificando.
Y cuando los problemas lleguen -es inevitable-, podamos decirles a quienes nos rodean, sin palabras, sólo con los ojos: “No te preocupes, acá estoy, acá estamos, acá estaremos. Hoy y siempre.