espacio hecho por y para adolescentes
Por Clara Minieri
El programa escolar de biología de mi sexto grado tenía una unidad dedicada a la genética. Así fue que un día, en clase, descubrí que los humanos “normales” tenemos 46 cromosomas y las personas con Síndrome de Down, 47.
Siendo curiosa e inquisitiva desde chica, y teniendo un tío con Down (Paco), el dato me inquietó.
¿Cómo podía ser que tener algo de más (como el cromosoma número 47) generase algo de menos (un retraso)?
En los días que siguieron a esa clase, no encontré ninguna respuesta que me satisficiera y guardé a un lado mi inquietud. Pasaron muchos años hasta que, finalmente, descubrí que no había encontrado la respuesta porque, como suele ocurrir, lo que estaba mal planteado era la pregunta; era un problema de perspectiva.
Entendí que el cromosoma “de más” también generaba una sensibilidad que los humanos de 46 cromosomas no teníamos. Una capacidad para amar muy superior, sin barreras, sin condiciones.
¡Es que estamos tan acostumbrados a ser amarretes con nuestro cariño, a ponerle barrotes a nuestros sentimientos! Las personas con Síndrome de Down vienen a romper con estos esquemas impuestos por la civilización. La frialdad, la indiferencia, la hipocresía pierden su lugar ante su corazón que siente y no teme mostrarse.
Son personas que regalan su cariño incluso a desconocidos. Con sus mimos acarician nuestras almas. Lo hacen con soltura, sin rodeos. A través de su transparencia nos recuerdan que el amor es gratis, que es nuestro llamado. Nos hacen reír con sus ocurrencias y llorar de emoción con sus palabras directas que van sin escalas al alma. Así logran tocar una fibra íntima, profunda de nuestro ser que, entre las corridas del mundo de los “adultos” y de las preocupaciones diarias, a veces
descuidamos.
La suerte de tener a Paco
En mi caso, tengo la suerte de tener a Paco, que tan bien encarna las virtudes del maravilloso cromosoma 47. Es el tío con el que tuve la suerte de jugar de chica y, ahora, de grande, es de las personas más comprensivas que conozco. Es perceptivo, al punto que es intuitivo, y no necesita que le diga lo que me está pasando. Me llena de abrazos, sonrisas, cariño. Me dice “mi cielo” y “corazoncita”.
Todas sus sobrinas queremos ser su preferida, aunque él es muy diplomático y nunca va a quedar mal con ninguna.
No puede guardar un secreto; y aunque su vida dependiese de ello, tampoco podría hacerlo. Una vez mi abuela redecoró el cuarto de una de mis tías y le dijo a Paco que no dijera nada, que esperaran a que ella lo viera. Ni bien llegó, Paco exclamó “Ayyy, Vicky, no sabés, ¡las colchas!”. Es que, cuando sabe algo que va a poner contento al otro, no encuentra el sentido de callarlo.
Cuando juega Boca, se pone todo el uniforme de su equipo, desde las medias hasta la gorra, así no vaya a la cancha y vea el partido solo en su cuarto.
Él no hace las cosas para aparentar. Las hace de todo corazón, aunque nadie lo esté mirando. En su sencillez es feliz con las cosas pequeñas de la vida. Viniendo de una familia numerosa, cuando nos juntamos en su casa, baja un sinfín de veces a abrir la puerta y siempre lo hace con una sonrisa (cuando los demás, a la tercera visita, abriríamos bufando).
Paco ha inventado millones de términos que pasaron a formar parte de nuestro vocabulario familiar. Sus comparaciones de la vida diaria con sus libros y películas preferidos son de lo más ocurrentes. Una vez me dijo que me quería “hasta el Cielo como Hagrid y hasta el Infierno como Voldemort” (para los no entendidos, en el universo de Harry Potter, Hagrid es el personaje más puro y bondadoso y Voldemort, el villano).
Lo mismo cuando estuve en cama, con la cadera rota: llegó a casa y me anunció: “Clara, el abuelo te va a llevar a la montaña y vas a volver a caminar, te lo prometo”; y es el día de hoy que me dice Clara Sesemann, refiriéndose a la amiga de Heidi a quien le ocurrió este milagro.
Deja huella
Paco derrocha cariño, sin pedir nada a cambio, y uno no puede hacer otra cosa que no sea devolvérselo con todo gusto. Lo conoce todo el barrio -aunque vive en una gran ciudad- y hasta los vendedores ambulantes lo saludan cuando pasa.
Paco deja una huella en la vida de todas estas personas con las que se cruza.
Paco no entiende de odios, de rencores, ni de enojos. Tampoco concibe la idea de amores que no son para siempre. Nos hace reír porque cada vez que alguien aparece con un novio o novia nuevo/a, él parece desarrollar una obsesión con el novio/a anterior. Es que él no puede aceptar que existan traiciones o rupturas. Para Paco, amor e incondicionalidad son lo mismo; él no conoce otra cosa.
Excelente la nota, estoy totalmente de acuerdo, los que tenemos 46 cromosomas nos falta el del AMOR!!
Gracias por tu mensaje, prendete a la Sala Lejeune vas a encontrar eventos de interés.