Cara y contracara del Zoom, nos conecta y ¿nos comunica?… Una mirada a esta herramienta que se nos «impuso» en pandemia.
La fatiga de la compasión es un “síndrome” grave y de múltiples síntomas, aunque no todos concurren al mismo tiempo, que provoca cansancio, desaliento, desesperanza, frustración, irascibilidad, impotencia, procrastinación, desilusión, tristeza, depresión, pensamiento automático y disociado, comportamiento errático, anomia, conflictividad, desinterés, agotamiento, sensación de soledad, abatimiento, irritabilidad, dificultades de comunicación y concentración, problemas para la introspección, resistencia a pedir ayuda y muy escasa resiliencia.
Básicamente, es frecuente, entre quienes se dedican a las profesiones asistenciales, del cuidado, del servicio y de la protección: personal sanitario, de seguridad y vigilancia, de auxilio, de rescate, de ayuda y apoyo psicológico y espiritual, de solidaridad con los más desfavorecidos, reporteros de guerra y de catástrofes naturales e industriales, personal de ONG’s ocupadas de situaciones de extrema vulnerabilidad y/o en casos de violencia…
En Pandemia
Desde el comienzo de la pandemia, en marzo de 2020, se ha añadido a este síndrome la “fatiga del Zoom” (Google, 729.000 resultados en español, 23.200.000 en inglés), también descrita profusamente, y que viene a consistir en la profunda decepción por una plataforma que nos prometía “comunicaciones” cuasi reales, o al menos virtuales por medio de rostros y voces ubicuos, pero que las más de las veces son meras “flatus vocis”.
En el zoom se nos pide amablemente, y conminatoriamente también, que silenciemos nuestros micrófonos y apaguemos nuestras cámaras.
En el zoom se nos pide amablemente, y conminatoriamente también, que silenciemos nuestros micrófonos y apaguemos nuestras cámaras para garantizar mejor calidad del ancho de banda de quien hace uso solitario, totalitario y dogmático de la palabra, impidiendo o al menos dificultando todo diálogo verdadero y genuino, salvo por medio de emoticones ridículos y estentóreos o de brevísimas y siempre políticamente correctas preguntas en un chat exiguo cuyo aciago destino es el de quedar casi siempre sin respuesta, pues el tiempo apremia a los oradores, tan inmisericorde como implacable, tal vez con destino todos ellos a un nuevo Zoom en apenas cuestión de minutos y para relatar lo mismo ya anunciado.
¿Cuánto Zoom y competencia?
El promedio mundial es de dos Zoom al día con una duración estimada para cada uno de ellos de 40 minutos en las reuniones individuales y dos de 75 minutos para las grupales, es decir, 80 y 150 minutos, o una hora y veinte y casi tres horas. En este último caso un 66% de una jornada laboral de 8 horas que ya no existe.
Muy en contra de lo inicialmente pronosticado con optimismo, todos estamos dedicando al trabajo on line mucho más tiempo del que dedicábamos al presencial, según el informe Bloomberg 2021, entre 10.5/11 horas diarias.
Las enconadas competencias a Zoom por parte de Google Meet, Microsoft Teams o Webex, por citar a las más utilizadas, no parecen ofrecer resultados mucho más satisfactorios con sus voces enmudecidas coercitivamente y rostros convertidos en fantasmagóricos y desencarnados espectros.
Zoom en positivo
Es bien cierto, y debe reconocerse, que apenas hay medios alternativos para estar en contacto en estos tiempos del Covid-19 y que estas plataformas permiten reunirse a quienes, familias, amigos y colegas, muchas veces distantes, tal vez no tendrían ninguna posibilidad de lograrlo de otros modos, que proporcionan información relevante a los ciudadanos y a los equipos de trabajo, que alientan y animan a los entristecidos y desmotivados.
Estas plataformas permiten reunirse a quienes, familias, amigos y colegas, muchas veces distantes.
Es sin duda la contracara de la fatiga del Zoom, la “euforia del Zoom”, los muy felices encuentros y rencuentros, la era de los contactos y del estar en contacto, el #new deal#, el nuevo contrato social de la presunta (y presuntuosa) proximidad imposible y hasta ahora impensable.
Pero como sabia y sagazmente escribió alguna vez el profesor Albarello no son ni mucho menos lo mismo contacto (conexión), comunicación y comunión. Tal vez sea tremendamente injusto esperar de la empresa fundada por Eric Yuan en 2011 que nos ofrezca esa amplia gama de prestaciones. Quizás por tal motivo ésa fue y sigue siendo precisamente su única promesa de marca: “mantenernos conectados”. No más.
En ese caso no estaríamos tan lejos de los penosos rasgos que caracterizan a la fatiga de la compasión y sería muy saludable que el futuro DSM-6* las contemple a ambas para incluirlas en su, por ahora extraordinariamente restrictivo y miope nomenclátor, más atento a los desórdenes psiquiátrico-bioquímico-organicistas que a los psíquicos, emocionales y espirituales.
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*El “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders”, quinta edición (DSM-5) —en español, “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5)”— es la actualización de 2013 del mismo documento del año 2000, DSM-4, una herramienta de clasificación y diagnóstico publicada por la “Asociación Estadounidense de Psiquiatría” (APA, por sus siglas en inglés). A pesar de la abundante bibliografía al respecto, tanto científica como divulgativa, el DSM-5 –hasta donde se tiene conocimiento- todavía no ha incluido a la “compassion fatigue”, a la “fatiga de la compasión”, en su extensísimo elenco de patologías psiquiátricas, psíquicas y emocionales. Al 09.07 de este año Google recoge al respecto 14.300.000 resultados en inglés para esa expresión y 434.000 en español, cifras nada despreciables ni merecedoras de ser desdeñadas.
Creditos: Foto de Entrada Eric Yuam – creador de Zoom que se hizo millonario con el COVID 19