La educación de los buenos modales es casi lo mismo que la educación de la sociabilidad. Si logramos que cada uno de nuestros hijos se integre en la familia habremos dado un gran paso adelante, el paso definitivo.
En estos tiempos de pandemia hubo un gran desgaste en la educación en modales de los padres hacia los hijos. Los chicos se acostumbraron a comer con las tablets en la mesa, celulares, comer a la hora que les venía mejor, entre otras cosas. A los más chicos les está costando más obedecer porque se fueron acostumbrando a hacer lo que querían. Pero, es necesario no dejar de lado la implementación de buenos modales.
«Nos encanta que venga Pedro a casa, ¡es tan educado! Saluda, ayuda, conversa, obedece. ¿No querés prestárnoslo unos días?» Nos invade un sentimiento mezcla de satisfacción y desconcierto. ¿Está hablando de NUESTRO Pedro? ¿No se habrá confundido? En realidad, más que prestarlo, querríamos regalarlo. ¡El mismo Pedro al que le tenemos que estar siempre encima para que haga las mismas cosas que nos cuentan que hace afuera!
Motivar a los chicos es de gran utilidad
¿Qué padre no se ha sorprendido alguna vez con comentarios como este? Experimentamos la alegría de comprobar que aquello, que hemos intentado transmitirle con esfuerzo, ha servido para algo, pero nos preguntamos: ¿Por qué cuesta tanto conseguirlo en casa?
Tranquilos… Los chicos entre los 8 y 12 están en el período en que les encanta agradar, y es probable que en otros lugares reciban una ponderación y reconocimiento mayor. Reflexionar sobre qué buscamos al intentar inculcarles buenos modales, y cómo los motivamos puede sernos de mucha utilidad.
Con el objetivo claro
Si cuando educamos buscamos un bien para los hijos, eso podrá llevar a que el aprendizaje sea duradero y, lo más importante, los hará crecer en virtudes, que es en definitiva la verdadera razón de una buena enseñanza.
No olvidemos que la educación de las virtudes está muy relacionada con los buenos modales y viceversa. Al principio, no será más que la repetición de pequeños actos, hasta lograr determinados hábitos, que una vez interiorizados llegarán a comprender sus porqués, y los ayudarán a crecer como personas y a vincularse socialmente.
Solemos utilizar la expresión “que atenta es” para referirnos a una persona correcta, educada. Efectivamente, para desarrollar buenos modales es necesario estar atentos a los demás, captar necesidades en los que nos rodean, que otras personas menos cuidadosas no detectan. Prestar pequeños servicios a quien necesita un vaso de agua, un asiento, o una indicación en la calle. Tener buenos modales es, en cierto sentido, salir de mí para abrirme a los demás.
Cuando más se valora el respeto, mejor se entiende la confianza
Autodominio y autoestima, son claves a la hora de encarar esta tarea ya que solo los que los posean podrán darse a los demás. Solo si se consideran valiosos se preocuparán por estar limpios, prolijos, con finura, sin extravagancias, o sea, un porte externo de dignidad interna. Y aprenderán a valorarlo también en los demás.
Respeto
El clima de naturalidad y confianza que intentamos dar en nuestras casas puede llevar en ocasiones, si no estamos alertas, a confundirlo con la falta de respeto. Suelen verse como contrarias estas dos cualidades, confianza y respeto; sin embargo, pueden -y ojalá apuntemos a ello- a la hora de enseñar a nuestros hijos ser armónicas. Son como las dos caras de una misma moneda, y se exigen mutuamente como la libertad y la responsabilidad, o el cariño y la exigencia. Cuando más se valora el respeto, mejor se entiende la confianza.
Cuando evitamos las críticas, entre los padres nos tratamos con delicadeza, si no corregimos en público, si no tomamos como gracia las burlas entre hermanos o a los profesores, estaremos dando un importante paso en esta enseñanza. El tiempo de los demás, su intimidad, el cuidado de los espacios comunes y de las pertenencias ajenas, saber conversar de temas variados, tener en consideración la opinión del otro, son clave en esta formación.
No perder la calma
Un caso muy frecuente es el de la hora de comer. Pasa seguido que la madre llama a comer a los chicos y tardan en ir llegando porque uno está con la play, otro con el celular y otro en la televisión. En el momento de la mesa van llegando y no esperan a los demás, después usan el celular en la mesa mientras los otros familiares conversan. Terminan y se levantan rápido para retomar las actividades que habían dejado. Este es un círculo vicioso que se da con frecuencia, aunque a veces de manera inconsciente en muchas casas.
Darle importancia casi sagrada al momento de la comida
La recomendación para arreglar esto es establecer un lugar y horario fijo de comida, para darle a este espacio una importancia casi sagrada. Además, resaltar en el hecho de que las pantallas estén apagadas.
En cuanto a los hábitos, es bueno enseñarles a los chicos a esperar a que todos estén en la mesa antes de lanzarse a comer, ya que la comida tiene un principio y un fin que es bueno marcar.
Más allá de que la cuarentena los haya forzado a compartir espacios, habitualmente, es el único momento de encuentro familiar, por eso es importante darle ese espacio.
Esta transformación de la escena familiar es posible sólo si los padres no pierden la calma, ya que son quienes dan el ejemplo y, por eso, necesitan estar dispuestos a no darse por vencidos frente a la resistencia inicial a la que se verán enfrentados.
Con las características propias del verano, se entra en un proceso que va a llevar su tiempo, que depende de cuántos y cuán profundos sean los hábitos que hay que cambiar.
¡Ojo!
Existe un peligro bastante frecuente, al que probablemente de una manera inconsciente hayamos ayudado a provocar: que consideren lo que reciben en casa como un derecho adquirido.
En ocasiones nosotros mismos nos desvivimos en agradecimientos a terceros y pasamos de largo atenciones de los más cercanos. En cierta manera, porque consideran obvios esos favores y se han acostumbrado a que la casa esté limpia, a tener su ropa en orden, a que haya pasta de dientes en el baño o a que se los lleve y traiga a mil actividades. Sin pasarles factura, es bueno que de vez en cuando se los hagamos notar, y que, por supuesto, aprendan a colaborar ellos también.
Enseñémosles a ser agradecidos,ya que en esto es muy difícil excederse y es un requisito indispensable para la felicidad. Decir gracias es una forma de mostrar gratitud, pero existen muchas otras. Evitar las quejas, que no estén pendientes de lo que no tienen, no victimizarse cuando se les pide algo, intentar retribuir con algún detalle a quien nos hizo un favor.