¿Quiere usted entrar en una discusión sin fondo y aparentemente sin solución?
Le doy una receta actualizada para entrar en una de esas conversaciones tan “animantes” de las que siempre hay tema bajo el sol. Un método seguro es empezar por la inseguridad: alguna desafortunada anécdota personal o de algún amigo cercano nunca falta. Casi sin proponérselo, el tema derivará en drogas, y ya está, al instante se compró el combo completo: indigencia, desempleo, delitos y narcotráfico, servidos a la buena disposición de su humor. A esta altura, el panorama se nos abre ampliamente. Usted puede abordar las megacausas: mal sistema educativo, corrupción política, clientelismo asistencial… o amargarse volviendo a las anécdotas personales. También puede optar por las proyecciones futuras, no se preocupe, en esta instancia de la discusión su temple estará lo suficientemente caldeado como para dejar espacio a la esperanza o a los buenos pronósticos. Cuídese,eso sí, de no conversar con gente joven, esa que tiene ideas, esa muchachada que todavía osa pensar que es posible vaya a saber qué utopía optimista.
Ahh, ¿usted quería una receta en contra de esas discusiones? ¡Y con final esperanzador! Bueno, perdóneme pero está difícil, porque no se vende mucho, pero ¿sabe qué?, en esta farmacia de las conversaciones con otros hay un poco de todo. Por eso uno siempre tiene que elegir lo que le viene mejor a uno ¿vio? Este remedio menos comprado se llama proyectos de intervención social que van funcionando. Le dejo la conversación siguiente como muestra gratis. Posiblemente usted pueda encontrar más de este remedio en personas que estén en su entorno.
LAS MARAS
Estuvimos hablando con Silvia Guevara, quien trabaja de cerca con una de las más temidas amenazas de los poblados de El Salvador: las maras. Estas organizaciones delictivas se formaron con hombres que quedaron huérfanos cuando eran muy jóvenes durante una guerra civil (1980- 1992) en el país. En este contexto, se criaron sin estudios y junto a la violencia, por eso lo único que saben es estar armados y pelear para sostenerse.
La mara tiene ciertos códigos: para ingresar se exige matar a alguien, pero una vez dentro, se cuenta con protección ya que la mara actúa como una familia. Existen dos grupos de mareros enfrentados en el país: la mara 13 y la mara 18 o Salvatrucha. Cada acción que realizan los mareros la llevan tatuada en el cuerpo, por eso los tatuajes no son bien vistos en El Salvador. La mara opera como mafia extorsionando a los pueblos más pequeños. Matan, secuestran, roban, ¿para qué? Drogas, alcohol, principalmente. Lo invito a conocer esta realidad difícil y profunda de ese país de Centroamérica, chiquito y lindo que es El Salvador. También lo invito a conocer cómo un asunto profundo puede ir mejorando si se ocupa desde lo profundo también. Trabajando desde el núcleo de la sociedad, la familia, y desde el núcleo de la familia, la mamá. “La primera clase que les damos a las mujeres trata sobre la dignidad de la persona humana. Y después de esa charla, salen destrozadas.” Esto nos cuenta Silvia Guevara, una ingeniera industrial que, de forma muy comprometida, trabaja en Siramá, una ONG que opera en El Salvador. Esta organización forma a mujeres de escasos recursos y les enseña que, al contrario de lo que ellas creen, tienen una dignidad que deben hacer valer. Siramá nació en el año 1970 con el propósito principal de construir la sociedad en base a la formación de la mujer. Está ubicada en el centro de un barrio carenciado en la zona más pobre del país, donde se concentran las maras, organizaciones de pandillas criminales extendidas por Centroamérica. Siramá ayuda a mejorar la delicada situación social del lugar, ya que muchas de las mujeres que se forman allí son esposas o acompañantes de los mareros.
De acuerdo con la descripción de la entrevistada, la sociedad de El Salvador se caracteriza por un fuerte machismo, donde las mujeres son consideradas como objetos, son excluídas y dependen del hombre para vivir. El trabajo de Siramá es independizarlas, incorporarlas al medio social y darles herramientas para independizarlas hasta desarrollarse en la sociedad.
“Cuando una mujer se mete dentro de la mara, se trata de convencerla para que no lo haga” explica Silvia. Estas mujeres, que son tratadas como cosas, de la misma forma tratan a sus hijos. Les pegan, los maltratan, “porque para ellas son una carga, no los necesitan, no los quieren”.
[notification type=»information» title=»COMPROMETIDA CON LA CAUSA»]Ingeniera industrial, activista, colaboradora, y solidaria. Así podemos describir en pocas palabras a Silvia Guevara. Desde chica le gustó ayudar al que no tiene, al que le falta. Pero al contrario de lo que se podría esperar, no fue su objetivo original el de trabajar en este ámbito. “Nunca me planteé trabajar en una ONG. Me llamó la atención por lo que hacían particularmente en esta. Siempre desde chica me gustaron los proyectos de ayuda social.” Implicada desde el inicio con proyectos de asistencia comunitaria, la entrevistada nos comenta lo importante que es involucrarse con una causa concreta para notar el verdadero cambio. “Creo que cuando vas y ayudás por una semana, siempre te lo planteás como: “Bueno, me voy y ya está. Nunca más voy a volver a ver a esa gente». Una cosa estructurada siempre llama más la atención. No me gusta ayudar a un pueblito y después a otro, siento que eso no sirve; sino por el contrario, siempre ayudar al mismo para poder hacer algo concreto. La idea de hacer un proyecto puntual, con un lugar específico y con gente específica me llama mucho la atención. Poder hacer un bien mayor.”[/notification]
Por eso, como ONG, Siramá trata de formarlas, de inculcarles valores, de demostrarles que ellas tienen dignidad y de que deben ser consideradas personas.
CÓMO TRABAJA SIRAMÁ
Luego de la primera charla que se tiene con estas mujeres, donde se habla de la dignidad, Silvia describe que ellas salen sorprendidas, que “no saben lo que valen, no tienen ni idea.” Honor, autoestima, orgullo; son algunas de las palabras que son incorporadas a su diccionario. Se les muestra un mundo totalmente diferente del cual no conocen su existencia. Culturalmente son educadas de esa forma por años, hasta que alguien les abre la cabeza y les demuestra que no es así. Es un trabajo muy complejo con cada mujer que llega para que ellas puedan formar pequeñas empresas, con un acompañamiento exhaustivo a través de los años. Como parte de la estrategia para motivarlas, se les pide a las mujeres que abonen por mes el 20 por ciento de lo que sale su educación. “No importa cuándo paguen, ya sea en una semana, dos o aunque tarden meses”. Lo esencial e importante es que ellas aprecien la ayuda, y sepan valorar el esfuerzo; dos aspectos sumamente fundamentales que les servirán de ayuda al momento de un trabajo digno e independiente.
[notification type=»information» title=»Cara a Cara»]Silvia y otra colaboradora pasan frente a un pueblo copado por las maras -de esos en los que se sabe que no conviene acercarse. El auto se frena por un alambre en el camino. A pocos metros, un grupo de mareros las observan. Aunque el miedo las paraliza, piensan “actuemos con naturalidad” y, armándose de valor, Silvia sale del auto para revisar el desperfecto. Mientras, dos hombres tatuados se acercan. La situación se vuelve más tensa, Silvia entra al auto. Los mareros rodean el vehículo y lo levantan. Luego de unos minutos, uno de ellos se acerca por la ventanilla y les dice “pueden seguir camino.” Ambos grupos se reconocieron. Sintiéndose estimados como personas y valorando el trabajo de Siramá, las dejaron ir.[/notification]
[notification type=»information» title=»HISTORIA DE ESPERANZA»]Sonia era una mujer casada con un cobrador de bus, con dos hijos y uno en la panza, que fue desalojada de su casa junto con toda su familia. Vivían en la calle, literalmente, hasta que un día vieron un anuncio de Siramá, y fue ahí donde el marido le propuso que se anotara, para aprender algo nuevo y poder salir adelante. Al llegar a Siramá le dieron clases y le proveyeron de unas tijeras para que emprendiera su propio negocio de cortes de pelo. Así fue como empezó, gritando en la calle “Se corta pelo, se corta pelo”. Al principio no cobraba nada, luego se hizo su propia clientela y comenzó a cobrar. Los años fueron pasando y su negocio fue creciendo: se compró su propia casa donde puso una Academia de Cosmetología y alquiló otra casa para su salón de belleza. “Se mudó a otro pueblo, porque no podía seguir viviendo donde había vivido en la calle”, nos cuenta Silvia. Es el día de hoy que Silvia sigue en contacto con Sonia. “Ahora a veces yo la llamo para que me ayude, porque en una ONG nunca tenés dinero, siempre te faltan recursos. Una vez que necesitaba copias para las mujeres de la ONG le pedí y ella llegó en su carrito y me trajo las copias. Y, como Sonia, muchas.”[/notification]