Por Carlos Alvarez – Dr. En Comunicación Pública. calvarez@austral.edu.ar
La sociedad es el ámbito privilegiado para que las mujeres y los hombres de nuestro tiempo expresen sus legítimos intereses y preocupaciones por el bien común.
Sin embargo, la sociedad civil contemporánea se caracteriza por tal pluralismo de voces y actores que en ocasiones parecen mostrarse ciertos límites del diálogo público para alcanzar entendimientos sobre asuntos en común. Se trata de lo que algunos teóricos políticos han denominado “concepciones inconmensurables sobre la vida buena”.
Desde el diálogo…
¿Qué hacer en esos casos, en los que el diálogo, la comunicación, parece no dar más de sí? ¿Tiene sentido seguir dialogando a pesar de todo cuando las diversas posturas se vuelven enconadas hasta el límite de prefigurar una fragmentación de la convivencia?
Éste parece ser el tema de nuestro tiempo en las sociedades democráticas: la inconmensurabilidad de las concepciones del bien y la convivencia.
En una obra breve y preciosa, “Tratado sobre la convivencia”, el pensador español Julián Marías, uno de los discípulos privilegiados de Ortega y Gasset, define la convivencia como “el arte de la concordia sin acuerdo”.
“el arte de la concordia sin acuerdo”
Y conviene hacer notar que tanto “concordia” como “acuerdo” proceden de la misma raíz semántica latina, cor, cordis, corazón. La convivencia vendría a ser, pues, la posibilidad de mantener un mismo corazón aunque las mentes se encuentren separadas o incluso en posiciones diametralmente opuestas.
Es mantener un mismo corazón aunque las mentes se encuentren separadas
Es esto lo que conviene “recordar”, es esto de lo que conviene hacer memoria: que por habitar una misma sociedad civil en común tenemos vínculos afectivos que no debiéramos perder cuando el diálogo llegue a sus límites.
Ante las cuestiones disputadas, como dirían los escolásticos medievales, nunca es buen camino romper la baraja con la que todos estamos llamados a seguir jugando. Así, aunque discrepemos en nuestras concepciones del bien común, podríamos al menos mantener un acuerdo mínimo, básico, fundamental, esencial, prioritario y primordial: que la con-cordia no puede ser motivo de des-acuerdo, que sobre eso no puede haber dis-cordias.
Hacia… la cordura
Se trata de la amistad civil, fundamento de toda convivencia. Una actitud interior de profundo respeto a todas las cosmovisiones (y microvisiones) que cooperan o compiten en el espacio público. Se trata, en el fondo, de una verdadera teoría de la cordura, cómo mantenernos cuerdos a pesar de los des-acuerdos.
Cómo mantenernos cuerdos a pesar de los des-acuerdos.
La amistad civil está así por encima de toda dis-cordia, de todo desencuentro con pretensiones de ser definitivo, de toda ruptura, de toda grieta, de toda brecha.
“¿Qué vida podéis tener si no tenéis vida juntos?”, se preguntaba el premio Nobel de literatura, el poeta T.S. Eliot. Y también decía Aristóteles que un hombre en soledad puede alcanzar la virtud pero que para ser feliz necesita amigos.
Todos necesitamos de amigos civiles, aquellos con los que discrepamos, quizás en cuestiones esenciales, pero sin los cuales no podemos aspirar a la profunda felicidad que solo nos regala la vida en común.
NdR: Agradecemos a María Lescano el trabajo de edición del texto.
Foto de entrada, freepick: Hola, Life style.Dibujo via pinterest, gratis con créditos.