CÉLULAS DE AMOR

 

Nos atrevemos a hablar de los enemigos, de esos venenos ocultos y que son capaces de corromper el amor que nos une como pareja y como familia.

 

Felipe Yofre | Escribano | Instructor en talleres de Protege tu Corazón | felipe@escyofre.com.ar

 

[dropcap]C[/dropcap] uando lo que alguna vez brilló se opaca, lo fuerte se debilita, lo que nos atrajo de la otra persona se oculta o tiende al olvido… aparecen el tedio, los defectos de la otra persona se agigantan, pesan, y se hace mucho más patente lo malo, lo negativo.

Además, lo malo que percibimos del otro se reitera con el transcurrir del tiempo. Desaparece el espacio para la sorpresa, para lo que en una época nos cautivó. La rutina entra en nuestra vida.

En general, todo esto coincide con el crecimiento en las obligaciones de toda índole y, seguramente multiplicado con la llegada de los hijos. Entonces, la princesa se esfumó, el príncipe azul se destiñó.

De modo que pueden entrar a jugar un papel importante la tristeza y el desánimo en el proyecto más importante de nuestra vida. Incluso existe espacio para que empiece a revolotear la idea de que nos hemos equivocado de persona.

[button link=»» color=»blue1″ icon=»» size=»large»]   Un mal con remedio   [/button]
Ciertamente es un gran mal que corroe el vínculo en las parejas; sin embargo, existen medios para evitar que nos invada y tenerla bajo control y lejos de nuestra relación.

Quienes tenemos ya varios años de casados, hemos experimentado -en mayor o menor medida el fenómeno de la rutina. Conocemos el daño que hace y sabemos vencerla. Una vez detectada, si nos ponemos de acuerdo, existen caminos no demasiado escarpados para salir del pozo. “Hacer pie” en buenos recuerdos o vivencias compartidas, que el polvo cubrió un poco pero que están, puede servir de escalón.

A veces, con pequeños gestos se abren ventiletes de luz que vuelven a iluminar nuestra habitación matrimonial. Un programa, un diálogo sincero, el volver a reír juntos, etc, etc.

Me animo a decir que lo experimentamos con frecuencia: un día nos sentimos muy lejos y, con pocos movimientos de ajedrez, estamos de nuevo cerca.

[button link=»» color=»blue1″ icon=»» size=»large»]   ¿Será peor?   [/button]
Hay algo que encuentro definitivamente dañino, y es la falta de habilidad para superar los desencuentros, las peleas, los defectos del otro. La falta de capacidad para generar “pequeños perdones” diarios que, si no están, dan espacio a la formación de enormes piedras en nuestro camino, en nuestro hogar. Se llega al nacimiento de verdaderos “tumores” llamados “rencor”.  Y encuentro al rencor peor que la rutina.

[button link=»» color=»blue1″ icon=»» size=»large»]   La próxima pelea    [/button]
Esos silencios de días y días llevan en su interior mucha más ponzoña que la rutina. Generan huecos donde anidan -sin intención de irse- malos sentimientos hacia el otro. Cuando se retoma el diálogo ya se hace con “células de amor dañadas” que son difíciles de regenerar. A mayor tiempo de silencio y mayores ofensas, quedan más cantidad de células de amor dañadas.

Se dificulta la solución del problema porque se perdió perspectiva y la acentuación del disgusto hacia el otro hace que queden en el arcón de las cosas viejas puntos no tratados, no solucionados, para que salgan a flote en el momento de la próxima pelea.

COMO DICEN LOS MÉDICOS, LAS ENFERMEDADES
QUE SE SUPERAN AYUDAN A LOS ORGANISMOS A
QUEDAR INMUNES CONTRA ELLAS.

 

Al llevar esa dinámica de relación puede ocurrir entonces que el territorio de nuestro matrimonio  se vaya achicando, que haya zonas que no se puedan explorar de a dos y otras que subsisten como un campo minado.

[button link=»» color=»blue1″ icon=»» size=»large»]   Batallas sin sentido   [/button]
Ante cualquier cosa que nos moleste del otro empieza la batalla campal, aunque ese hecho en concreto no daba argumento para semejante pelea. He conocido parejas que, a pesar de ser buenas personas y buenos padres, no pudieron manejar bien este tema y se han separado. Me ha tocado participar en discusiones que, si uno las veía de afuera, no ameritaban semejante confrontación. No se habían ido solucionando, al andar, las dificultades.

El tiempo, en lugar de curar, amontona rencor y malos recuerdos. Quedan heridas y esquirlas que lastiman al otro y a los hijos.

Puede ocurrir también que no comience una batalla campal sino una “guerra fría” que es tan dañina o más que la ruidosa porque, además de llenar de polvo el edificio, ataca los cimientos.

Es que hay mucho guardado, no perdonado, no asumido de a dos. Uno de los significados de perdonar es “hacer propio, asumir lo que me molesta del otro”. Si asumo, hago mío un defecto del otro y lo empiezo a recubrir de amor, lo que era malo y dividía lo transformamos en “nuestro” y pasa a ser como un espacio donde dos piezas difíciles en un rompecabezas encajan.

En la vida de pareja se da el efecto bola de nieve como en ninguna otra relación. Lo pequeño que no se solucionó, que no se perdonó, se agiganta.

El famoso dicho “no se vayan a dormir peleados” cobra una importancia vital.

[button link=»» color=»blue1″ icon=»» size=»large»]   En positivo   [/button]
Como sabrás, en la revista tenemos una visión positiva del matrimonio y como dicen los médicos, las enfermedades que se superan ayudan a los organismos a quedar inmunes contra ellas. Aquí vienen mis propuestas.

Para actuar contra la rutina démosle a nuestra pareja la sal y la luz que necesita para que corra sangre viva en ella. No porque seamos perfectos sino porque agradecemos al otro que nos ame como somos, lo cual nos ayudará a aceptar, a abrazar, a amar los defectos del otro.

Para no entrar en palabras difíciles, un ejemplo. Esa manera fuerte y frontal de decir las cosas que de entrada molesta, encierra el enorme valor de conocer lo que una persona está pensando.

Es cierto que tenemos defectos y también virtudes. Pienso que no hay mejor negocio que poner el acento en ellas, haciéndolas crecer en beneficio de todos. Sin duda, por acá pasa el camino para ser felices y aquí está el antídoto recomendado para el peor de los venenos, que no debemos dejar entrar en nuestra vida de relación.

De esta forma nuestro amor en vez de achicarse y oscurecerse puede tomar alas y elevarse. Nuestros bordes iniciales que no encajan, con la lija paciente del amor, pueden pasar a ser dos piezas difíciles que se unen. Allí el amor es poderoso, transformador,  unitivo  y agradecido.

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