[button link=»» color=»purple» icon=»» size=»medium»][/button] Adopción
Podríamos empezar con el clásico “Había una vez…” que nos remite a esos cuentos que escuchábamos de chicos y que sabíamos que tenían un final feliz. Algo así pasa en esta historia, sólo que por suerte, es real.
[dropcap]C[/dropcap]uando les pedí que contaran su historia para la revista, se quedaron un poco sorprendidos. ¿Qué interés podría tener algo que ellos vivieron de forma tan natural? Mientras lo pensaban, se dijeron que con su relato no querían vulnerar la intimidad de nadie. Son cosas muy íntimas que se van a referir.
Sin embargo, aunque tuve que decirlo, ellos intuían que su testimonio podría hacer bien a mucha gente. Antes de tomar la decisión, quisieron consultarlo con su muy extensa familia. Y aquí está su historia, lista para ser compartida con nuestros lectores.
Pensando en la adopción
Poco antes de cumplir nuestro primer año de casados, llegó Juan, nuestro primer hijo. Estábamos tan felices que enseguida empezamos a buscarle un hermanito.
Tras varios embarazos frustrados, cuando Juan tenía casi cinco años, decidimos adoptar.
Sabíamos que es un camino largo y presentamos en Resistencia los papeles para el trámite de adopción. Al tiempo nos llegó la noticia: ¡Estaba por nacer el bebé que nos iban a dar en adopción!
Mi marido y yo viajamos con Juan a recibir a Cecilia. Estábamos muy felices y una frase de mi hijo se me grabó en la memoria: “¡Qué lástima que para que yo tenga una hermana, alguien haya tenido que darla!”.
Toda nuestra familia nos esperaba en Aeroparque, para conocerla y darle la bienvenida. Aún hoy, 32 años después, el recuerdo nos emociona profundamente.
Cecilia creció muy bien, y al poco tiempo, tuvimos a Marina… y éramos una familia numerosa, en la que no faltaron los juegos, las peleas, los abrazos, los celos…
Algo de curiosidad
Siempre tuvimos en claro que no había que ocultar a Cecilia su carácter de hija adoptiva. Aunque sabía que no podía entenderme, yo -como cualquier mamá- hablaba con mi hija de nueve meses y le contaba cuánto la queríamos, que aunque no hubiese estado en mi panza, igual era nuestra hija y que era nuestra hija del corazón.
La sentencia de adopción plena fue motivo de fiesta familiar y también cuando llegó su documento con nuestro apellido. El tema de su adopción salía con naturalidad pero nunca había demasiadas preguntas. Consultamos a algunos especialistas que nos recomendaron ir dándole la información en la medida que ella nos solicitara. La verdad es que no surgieron esos pedidos. Años más tarde, nos aclaró que ella no preguntaba por temor a lastimarnos, pero que siempre había tenido interés, que sentía curiosidad.
Cuando Cecilia se desarrolló, tuvimos una charla larga y más explícita. Le dije que pensaba muchas veces en su madre biológica, que la había llevado en su vientre durante nueve meses y que se había ocupado de buscarle una familia. Agregué que admiraba especialmente su valentía, porque en la situación en la que estaba, tal vez, le hubiera resultado más fácil deshacerse de ella y había optado por tenerla. Quería que Ceci entendiera que todo eso era un acto de amor muy grande y que nosotros, sus papás, le estábamos muy agradecidos por ello. Me miró atentamente. Varias veces volvimos a hablar de ello. Pero nada más. Hasta que un día…
La búsqueda
Un viernes a la noche, habíamos invitado a unos amigos a cenar. Cecilia ya tenía 21 años y se acercó a decirme, en voz baja, que al día siguiente viajaba a Resistencia a buscar a su familia biológica.
Esa noche tuvimos la primera charla absolutamente clara sobre su identidad. Le mostramos las copias del expediente completo de adopción, que habíamos preservado cuidadosamente, en el cual figuraba el nombre y apellido de su mamá biológica, y en ese documento también Cecilia llevaba ese apellido.
Nos confió que necesitaba conocer el lugar donde había nacido, buscar rastros, encontrarse consigo misma. Conocer su verdadera identidad. Aunque su papá y su mamá le ofrecimos acompañarla, ella no aceptó.
Sin embargo, a la mañana siguiente ocurrió algo muy lindo: Marina le dijo:
-Vos sos mi hermana. Si papá y mamá no van, ¡yo voy con vos!
Y Juan reaccionó:
-¡Yo también voy!
La esposa de Juan, mirándonos a nosotros, nos dijo:
-Si a ustedes no les importa, yo también voy.
Y partieron todos juntos. El viaje no fue en vano: Cecilia volvió con una foto de su mamá biológica, descubrimos ¡un increíble parecido entre ambas!
Por nuestra parte, ayudamos con la búsqueda en el padrón electoral y supimos que ahora vivía en el Gran Buenos Aires.
¿Qué hacer? ¿Cómo contactarnos? ¿Cómo acercarnos sin saber cuál era su situación actual o cómo podría reaccionar?
La solución surgió a través del viejo Servicio de Minoridad y Familia. Recurrimos a él y el Servicio de Asistencia Social se ocupó de tender los nexos y organizar el encuentro.
El encuentro
Cecilia fue con Juan y Marina a la oficina del Servicio de Minoridad; allí llegó también Silvia (su mamá biológica) acompañada por su marido.
Nosotros esperábamos en un bar cercano y, al rato, nos sorprendieron llegando todos juntos: nos abrazamos, lloramos, nos alegramos. Como siempre habíamos deseado, pudimos darle las gracias a Silvia por haberla tenido.
En sucesivos encuentros Cecilia conoció a una de sus hermanas que es casi de la misma edad de Marina y a su hermana mayor que está casada y tiene dos hijos. Silvia había adoptado a un niño pequeño que estaba al cuidado de ella y de su esposo.
Final feliz
Hoy, Cecilia tiene una familia extendida: nosotros, que somos su familia adoptiva: papá, mamá y dos hermanos y, por el momento, una cuñada y tres sobrinas. Están, además, su madre biológica con su marido y sus otros tres hijos, y tres sobrinos más.
Una de sus hermanas le presentó a quien es hoy su marido; es viudo y tiene una hija. El día de su casamiento estábamos todos, absolutamente todos. Cecilia se sintió muy feliz al estar con su gran familia.
No todas las historias tienen un desenlace tan feliz, ni las cosas se acomodan tan fácilmente como aquí parece. Pero esta historia es real, dolores y alegrías se entrelazan siempre en estas vivencias, el secreto, quizás, sea la grandeza de corazón con la que ambas familias -biológica y adoptiva- supieron darse, dejando de lado posibles recelos, susceptibilidades y temores pensando siempre en el bien y la felicidad de Cecilia.
[notification type=»information» title=»PARA PENSAR – Por: Dra. Ángeles B. de Housay»]Este testimonio puede servirnos como un disparador de varias preguntas para reflexionar:
- ¿Es siempre necesaria y/o aconsejable la integración entre ambas familias?
- ¿Existe prioridad del vínculo adoptivo sobre el biológico, o viceversa?
- ¿Es importante para un niño conocer su identidad de origen?
SI ES IMPORTANTE…
- ¿Qué va a pasar con aquellos niños que nacen producto de fecundación heteróloga (aquella en la que intervienen gametos de terceras personas), con donantes anónimos y extraños al matrimonio?
- ¿Alguien prevé las consecuencias psicológicas para estos niños a los que desde el inicio se les niega su derecho a conocer su identidad de origen?[/notification]
[notification type=»grey» title=»Imágenes del Film Kung Fu Panda 2: Desenredando el hilo rojo «]Trata la adopción de forma valiente: El descubrimiento de ser adoptado, la dificultad de hablar sobre orígenes de los padres, la necesidad de saber más, el dolor de lo que se descubre, el miedo a sentir lo que se siente. Una historia sobre la búsqueda de sí mismo. [/notification] correo@sembrarvalores.com.ar
Una verdadera historia de amor. Me conmovió especialmente el lazo fraterno. Gracias por compartirla.