BAJO EL DILUVIO

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El agua es arrasadora, puede llevarse nuestro auto, arruinar nuestra ropa y muebles… pero no puede arrancarnos nuestros valores, nuestra fe, los momentos compartidos con seres queridos, las buenas conversaciones, los gestos de amor que hemos regalado.

[dropcap]E[/dropcap] sta noche me siento a escribir con el  espíritu  inquieto y el cuerpo con algo de barro todavía… tratando de procesar tanto acontecimiento que estamos viviendo. Este fin de semana en mi querida Córdoba llovió en 12 horas un tercio de lo que normalmente llueve en un año entero. El resultado fue un desastre: 7 muertos, más de 1000 evacuados y cientos de familias que perdieron todo. Entre  ellas una que aprecio especialmente a la que fui a ayudar esta tarde.

alta 67La experiencia me dejó reflexionando en varios niveles.

NO DABA LO MISMO

Llegamos después del mediodía y encontramos ya muchas manos  trabajando. Más de un metro y medio de agua había entrado a la casa dejando barro en todos los rincones.

La imagen era impactante. Al entrar saludé a la dueña de casa que me devolvió el abrazo fuerte y diciendo, “Gracias, ver que tantas personas vinieron nos llena de fuerza”. La primera conclusión es obvia: éramos muchos, sí, pero no daba lo mismo estar o no estar allí, ni para ellos ni para mí.

La segunda imagen que continua resonándome adentro ocurrió a eso de las cinco de la tarde cuando, después del primer par de horas de trabajo nos llamaron a todos y nos dieron cita en el jardín. Cada uno dejó lo que estaba haciendo por un momento y nos encontramos afuera alrededor  de algo que al principio no logré divisar. Arriba de muebles y valijas con ropa mojada se encontraba una imagen de la Virgen que, al  parecer, había sobrevivido.

Fue ese el momento, afuera y alrededor de la Virgen, en donde por primera vez pudimos dimensionar cuantos éramos y mirarnos unos a otros. Un pequeño ejército embarrado y armado con elementos de limpieza. No tan pequeño en verdad, éramos más de cincuenta  personas.

Los dueños de casa agradecieron con palabras que pusieron brillosos los ojos de la mayoría “Gracias por estar acá trabajando, porque en verdad esta casa, esta familia, son ustedes”.

Nada más cierto para ellos que, quien los conoce, sabe que son una  familia en donde las puertas siempre están abiertas. Luego hicimos una breve oración. Después de eso, con otro ánimo y los bríos de quien se sabe parte de una misión noble continuamos la labor.

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El haber visto como entre la angustia de quien no sabe dónde dormirá esa noche se colaban también algunos chistes y sonrisas me llevó a una nueva reflexión. El agua es arrasadora, puede llevarse nuestro auto, arruinar nuestra ropa y muebles… pero no puede arrancarnos nuestros valores, nuestra fe, los momentos compartidos con seres queridos, las buenas conversaciones, los gestos de amor que hemos regalado, mucho menos a Dios. No conseguí evitar preguntarme ¿En qué invierto mi tiempo, dinero y energía? ¿Son nuestros tesoros a prueba de inundaciones?

Pone en perspectiva el valor de las
cosas, invita a reconocernos necesitados
de los demás, interrumpe la
inercia para invitar a la acción y
abre la posibilidad de lo nuevo.

Definitivamente las situaciones límite nos encuentran con lo que hemos cultivado en nosotros mismos y también con el otro. Dan cuenta de la  fragilidad de lo individual frente a la potencia de lo colectivo. Fue conmovedor para mí experimentar una vez más la fuerza de  lo comunitario y la potencia de quienes tienen fe, esos que aun cuando todo parece derrumbarse, tienen donde hacer pie.

POR ANALOGÍA…inunda

Estaba con el secador de piso sacando agua embarrada fuera de la casa, cuando visualicé una analogía entre lo ocurrido ese día y algo acontecido en nuestro país. Dos acontecimientos que aparentemente no tienen relación. Y es que el fallecimiento del Fiscal Nisman ¿No ha sido otro diluvio que nos ha dejado a los argentinos inundados y con sensación de desprotección e impotencia? ¿No hemos sentido también ante esta otra catástrofe la necesidad de, por un momento, dejar lo que estamos  haciendo para reunirnos en solidaridad hacia las víctimas, encontramos para hacer silencio, guardar luto por lo que se llevó la crecida y honrar valores como justicia y verdad que nos urge encarnar? ¿No deberemos también renovar el ánimo sabiéndonos juntos para retomar la labor?

Entre la angustia de quien no sabe
dónde dormirá esa noche se colaban
también algunos chistes y sonrisas

El diluvio –literal y figurado- es sin duda arrasador y angustiante, pero eso solo es un aspecto. También pone en perspectiva el valor de las cosas, invita a reconocernos necesitados de los demás, interrumpe la inercia para invitar a la acción y abre la posibilidad de lo nuevo. No es poco. En uno u otro caso, no ha sido posible evitar el diluvio.
inunLo que sí está en nuestras manos es no paralizarnos por lo que se llevó y ser capaces de aprovechar las posibilidades que ha traído. Después de todo, siempre que llovió paró. Que el sol nos encuentre diciéndonos unos a otros “Gracias por estar acá trabajando, porque en verdad esta casa, esta familia, son ustedes” o, lo que es lo mismo,  “Gracias por estar haciendo tu parte, por no mirar al costado, porque este país no somos más que nosotros.”

 

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