ANTICUERPOS CONTRA EL BULLYING

CHICOS

En las discusiones y peleas entre hermanos, solemos tomar partido por el hijo más frágil, aquel que termina llorando o cediendo.¿Qué pasará cuando no estemos ahí para salir en su defensa?

ING. SOLEDAD SALABERRI | ORIENTADORA FAMILIAR | SOLEDADSALABERRI@GMAIL.COM

En la vida familiar, en las relaciones con hermanos y primos, es donde los hijos aprenden a sociabilizar. Es su primer encuentro con la sociedad. Es donde se preparan para desenvolverse en el jardín, el colegio, el barrio, la universidad y el mundo laboral.

Todas las situaciones familiares sirven para desarrollar habilidades sociales en los chicos: las comidas, las salidas, los juegos pautados, los juegos libres, la subida al auto, etc. En las discusiones y peleas entre hermanos, nuestros hijos aprenden mucho más de lo que parece. Sea cual fuera el tema en sí: un autito, una muñeca, un rol a adoptar en un juego (maestra o alumna, villano o superhéroe). Lo mejor para nuestros hijos es que los adultos seamos espectadores de estas situaciones e intervengamos sólo en caso estrictamente necesario.

La vida familiar es el primer
encuentro de los chicos con la sociedad.

Dos hermanos de 8 y 6 años están jugando con una pista de autos. Sofía, la mamá, fascinada de poder tener un rato de “paz” se sienta a leer su libro mientras goza de verlos jugar juntos. Pasados diez minutos José (6 años) le saca el autito a Tomás (8 años) quien comienza a llorar: “¡¡Mamá, José me sacó el autito!!” Sofía enojada, ya que siempre ocurre algo parecido, lo pone a José en penitencia y abraza a Tomás: “Pobrecito… vos siempre terminás llorando”.

¿No tenemos que ayudarlo?

Ayudarlo sí, pero ser sus abogados defensores no, porque lo estamos perjudicando. No le damos lugar para que encuentre (solo o con nuestras sugerencias) sus propias herramientas para aprender a:

} – Defender su punto de vista, su interés de ese momento: “Yo tenía ese auto, no me lo vas a sacar sin pedírmelo”.
} – Negociar: “Vos querés el autito, te lo presto un rato y cuando mamá dice ‘cambio’ me lo das”, o “lo tenemos cinco minutos cada uno”.
} – Ceder: No siempre se gana, es sano para nuestros hijos entender que a veces toca dar lugar a la voluntad del otro sin pataleta ni rabieta.
} – Ser mediadores, conciliadores de los otros hermanos: A algunos chicos no les gusta ver elevar el volumen de la pelea, por lo que al primer síntoma de ira de alguno intervienen intentando conformar a las dos partes: “¿Qué te parece si te doy este auto y ese otro lo tiene tu hermano?”. Buscar consenso.

Generando los anticuerpos

Llevar a un hijo al vacunatorio a toda mamá y papá nos cuesta. Sabemos por un lado que le estamos haciendo un bien, porque al vacunarlo lo prevenimos del contagio de muchas enfermedades graves. Pero también nos cuesta porque sabemos que el hijo lo pasa mal desde que decimos “Juanito, vamos a vacunarnos”. En la sala de espera se le retuerce el estómago de los nervios, el pinchazo hace que llore, y por varios días le duele en la zona porque quedó sensible.

Sin embargo, como los padres consideran que es mayor el beneficio que el daño, no piensan en eludir ese trance.

Cuanto más chiquitos dejemos
que se defiendan solos, mejor.

En cambio, si pudiéramos evitarle todos los sufrimientos de ser aquel a quien los hermanos molestan, lo haríamos de buena gana. El problema es que, al igual que la vacuna, si le evitamos ese mal momento le generamos un daño peor: lo dejamos indefenso frente a los otros. No damos lugar a que desarrolle los anticuerpos. Al dejarlo que viva esas situaciones, ayudamos a ese hijo a que descubra sus propias herramientas para defenderse. Si nosotros le damos indicaciones precisas de lo que tiene que decir y hacer, no hacemos más que confirmarle que nos necesita para subsistir.
bullying
Así como, aunque a nosotros mismos nos duela, lo llevamos a vacunar, lo mejor es dejarlo que se enfrente en la pelea. Quizás nos sorprenda y saque fuerzas de adentro y a su manera haga valer su opinión. Quizás no, entonces en privado, luego del mal momento, podemos hacerle preguntas que lo ayuden a comprender: ¿Te molestó eso que hizo tu hermano? ¿Pensás que tu hermano entendió que te molestó? ¿Cómo te parece que se lo podrías dejar más claro? ¿Te dio miedo decirle que no? ¿Por qué?

Cada hijo es distinto. Uno quizás no sepa demostrar con su cuerpo el enojo que le provoca una situación. Reacciona gracioso, ni siquiera con cara de disgusto o malestar y genera en el “agresor” más deseos de molestar. Podríamos ayudarlo, haciendo que se mire en un espejo y practique caras de enojo…

Otro hijo quizás tenga miedo. Habrá que indagar a qué, y ayudarlo a que ese miedo que siente frente a una pelea no lo paralice y lo deje sin hacer nada. Por el contrario, ayudémoslo a que logre vencer ese miedo. Podemos ayudarlo dándole palabras para que pueda demostrar su postura: “No me gusta que hagas eso”, “No me lo saques sin pedirme permiso”, etc.…

Y después, aunque nos cueste, dejarlo nuevamente que se enfrente a la situación, alentándolo y confiando en que lo va a poder resolver solo. Evitar la típica palabra «pobrecito», ya que es tremenda para su propia seguridad. Similar a las inmunizaciones biológicas, la mayor parte de las «vacunas» emocionales se dan en el primer año de vida. Cuanto más chiquitos dejemos que se defiendan solos, mejor.

Male, de 3 años, corre llorando adonde está su mamá porque su hermana no la deja ser maestra. Su mamá le puede decir: “Qué barbaridad, no puede ser que te obligue a ser alumna, si vos querés ser maestra o ayudante ella te debería dejar”. O puede decirle: “¡Andá y decile que querés ser maestra o ayudante!”. En esta última opción, lo más probable es que Male vuelva a llorar y le conteste a su mamá que la ayude, que su hermana no la va a dejar. En cambio, en la primera opción, la mamá la envalentona, le da ánimo para que luche por el rol que ella quiere tomar. Un juego de palabras, pero con unas alentamos la confianza propia y con la otra aseveramos que nos necesita, porque la idea se la dimos nosotras.

Recordemos que estamos tratando con peleas entre hermanos. Es en nuestra propia familia, en las peleas cotidianas, donde ellos van generando estos anticuerpos contra el quizás futuro bullying: “Me pude defender en mi casa… ahora en el colegio no dejo que me pasen por arriba”.

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