Algo valioso, algo banal

A veces es difícil hablar con los hijos de asuntos que nos llegan tan hondo y que confiamos que para ellos también es así. Este papá resolvió escribirles una carta. Es simple, es clara, te puede ayudar.

A mis hijos queridos: 

P ermítanme tratar de poner en blanco y negro algo que fui pensando a través de mis largos años. Es un tema que me gusta (no es un chiste) y además es MUY importante, vale la pena dedicarle atención y cabeza. Aunque parezca mentira, a nuestra generación no le resulta tan fácil hablar de estas cosas con sus hijos, así que pruebo con escribir. Lo primero que quiero decirles es que la sexualidad es un regalo maravilloso y a la vez algo  bsolutamente sagrado. Está en nuestras manos la transmisión de la vida, y además, de una manera genial y admirable, se entrelaza con el amor: la vida es fruto del encuentro más íntimo entre dos personas, la vida es
fruto del amor. ¡Tremenda metáfora llena de sentido! No hay nada más sagrado y sublime que la vida y el amor. Y la sexualidad, que alcanza su sentido y su plenitud en esas dos dimensiones entrelazadas, es por lo tanto
algo especialmente sagrado y sublime. Justamente por eso hay que cuidarla, defenderla, protegerla, aprovecharla al mango y tratar de vivirla de la manera más plena, sin banalizarla ni malgastarla. Por supuesto que la vida tiene muchas otras dimensiones muy importantes y varias de ellas, seguramente, son más importantes que esta. Pero no es menos cierto que de la forma en que vivamos la sexualidad depende, en cierta medida,
nuestra felicidad (y la de los que nos rodean). Freud, por lo menos en eso, tuvo una intuición acertada. La única moral que tiene sentido, es la que nos conduce a una vida más plena y feliz. Y de la misma manera, la única moral sexual que tiene sentido, es la que nos conduce a vivir nuestra sexualidad más ple namente y de manera más alineada con nuestra felicidad. No se trata entonces de acotar, coartar, limitar, o tapar la sexualidad, sino todo lo contrario: se trata de permitirle florecer en la plenitud de su sentido, como un aspecto clave de nuestro camino a la felicidad (y la de los que nos rodean). Podemos aceptar el regalo maravilloso de una sexualidad vivida plenamente en el marco del amor y de la transmisión de la vida, o podemos banalizarla y rebajarla al minúsculo placer pasajero y barato de un momento o de una suma de momentos sin trascendencia.

En una máquina compleja como somos, hay piezas menores que igual son imprescindibles para que el avión pueda llegar bien a destino.

Un detalle

Hay «un pequeño detalle”, que no por obvio deja de ser muy relevante: en un encuentro sexual hay involucrada otra persona. Y las personas también son sagradas. Y, conscientes o no, los que se acercan a un encuentro sexual exponen su yo más íntimo. La sexualidad está arraigada en lo más íntimo del alma, por eso es algo con lo que no se puede jugar. “Ok, papá, entiendo, el sexo deportivo no va. Es decadente, destructivo, machista, irresponsable, inconducente, una pésima manera de prepararme para una vida en pareja y una familia fundada en la fidelidad y el respeto. Lo acepto (y ojo, no creas que es fácil ir contra la corriente en eso). Pero… y con mi novi@ ¿por qué no?” Un noviazgo, por definición, es algo que puede o no prosperar. Se pueden tener 3, 4 o más noviazgos antes de casarse. Pensémoslo desde el lado de la mujer, que es más claro todavía. ¿Es lógico que una chica entregue y exponga su intimidad –algo que toca la carne viva del alma– con cada novio que tiene, sin estar segura que cuántas chances tiene ese noviazgo de prosperar? ¿De si su novio le es realmente fiel? ¿De si ella misma no lo va a dejar dentro de unos meses por otro que le gustó más o viceversa? Las rupturas de las relaciones son siempre más o menos traumáticas y dejan alguna marca en el corazón, espec almente en la persona que es “dejada” por el otro. A veces con la sensación de haber sido traicionada o usada, aunque no haya sido así. Lógicamente, esa herida será mucho mayor en una chica que decidió involucrarse sexualmente. Y en la medida en que eso se repita, esas heridas van dejando una huella más profunda. ¿Es lógico que se exponga a eso en cada noviazgo? Ustedes, varones, piensen en su hermana mujer. Aunque el hecho de que se vea más claro desde la perspectiva de la mujer, no los libera de su responsabilidad, si quieren ser honestos y coherentes. ¿O es lógico pensar diferente sobre las hermanas de los demás que sobre la propia? En la cultura machista de la que venimos, los padres esperaban de la mujer que llegara virgen al matrimonio, mientras por otro lado alentaban a los varones al sexo deportivo. No parece muy sostenible como postura…

Muchas veces hacemos cosas que a priori parecían casi imposibles: es cuestión de valorar los motivos e intentarlo seriamente.

El momento

¿Y entonces? ¿Cuándo es el momento? Es simple y claro: el momento es cuando deciden, de mutuo acuerdo, que el compromiso es irreversible, a tal punto que se animan a quemar las naves como manera de sellar ese compromiso. O sea, cuando se casan (se comprometen) frente a Dios y a la comunidad. Nadie dice que sea fácil y mucho menos hoy en día, con el bombardeo de pornografía por un lado y por otro el relativismo imperante que sostiene que todo da igual. También es cierto que, en nuestra cultura, es cada vez mayor el tiempo que transcurre entre la madurez sexual y la edad del casamiento. No está claro que eso sea algo bueno -por de pronto no parece muy “natural”- pero es cierto que complica las cosas. Si hubiera que evitar lo que es difícil no habría montañistas, ni cirujanos, ni sinfonías, ni aviones, ni iPhones. Muchas veces hacemos cosas que a priori parecían casi imposibles: es cuestión de valorar los motivos e intentarlo seriamente.

Llamala como quieras 

La palabra castidad tiene pésima prensa. Pero la realidad es que si uno aspira a sostener un matrimonio duradero, fundado en la fidelidad, la castidad es una virtud imprescindible. Y si no se ejercita desde temprano, después resulta muy difícil. Si no les gusta la palabra llámenla como quieran. Pero se trata de no dejarse dominar por las pulsiones del momento, para buscar el premio mayor. Porque falta castidad, entre otras cosas, es que hay demasiadas familias destrozadas. Si hacemos un ranking de virtudes seguramente esa no sea la más importante. Le deben ganar por lejos la alegría, la humildad, la generosidad, y muchas otras. Pero en una máquina compleja como somos, hay piezas menores que igual son imprescindibles para que el avión pueda llegar bien a destino. Mi deseo, de todo corazón, es que puedan disfrutar de su sexualidad en todo su fantástico esplendor. Espero que estas líneas ayuden, pero sobre todo, los encomiendo a quien la inventó.

Con todo mi amor,
Papá.

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