Adiós, amigo

Podríamos llenar esta página como habitualmente, con mensajes sobre la revista. Siempre están los que comentan una nota, los que agradecen una suscripción de regalo. Los que se olvidaron de renovar y los que no la recibieron porque se perdió en el correo o en la base “misteriosa». Pero…

Esta vez, nuestras casillas se vieron invadidas de mensajes para nuestro crítico de cine. A veces en las redacciones, cuando “parte” alguien del equipo, nace replegarse y un «no lo vamos a compartir, es triste». No es nuestro caso: recordar a Ricardo Alvarez Balmaceda no es algo puertas adentro de una redacción, es compartir con todos los que hacemos Sembrar Valores, es un recuerdo que nos estimula.

¡Cuánto para aprender!

Este exalumno lo describe tal cual era:
Richard podía escribir sobre el teclado de una computadora mirándote a los ojos y a toda velocidad.
Richard podía apretarte la mano tan fuerte cuando te saludaba, que te retorcías del dolor hasta que le decías “Perdón, me equivoqué”.
Richard podía desafiarte al juego de las palmas sobre palmas de las manos y se dice que nunca nadie logró ganarle.
Richard podía entrar a cualquier salón con cualquier profesor y sacar a alguien para tutorías.
No tocaba la puerta y no pedía permiso. Pero igual lo hacía.
Richard podía hacer un leve “chst” con los labios y se callaba su clase, la de al lado y los que pasaban por los pasillos. Si era un doble “chst chst”, estabas en problemas.
Richard podía, en una clase, ponerte cien ejemplos exagerados sobre una cuestión para que quedase bien clara antes de la evaluación.
Richard podía, cuando algo le gustaba o le llamaba la atención, frotar sus manos vigorosamente con una alegría total.
Richard podía, en una frase corta y concisa, decirte algo que había dado vueltas por tu cabeza  durante un mes sin encontrarle solución.
Richard podía, con un semblante serio, pedirte algo descabellado y negarse a firmarte el analítico cuando terminaras 5to año si no lo hacías. O amenazarte con anulártelo si ya eras exalumno.
Richard podía mirar en la cara a un chico de primer grado de una manera terrible y asustarlo. Por lo general, ese mismo chico terminaría buscándolo él mismo a Richard en la secundaria para pedirle consejos.
Richard podía hacer muchas cosas. Primero porque era el director.  Después porque era profesor. Sobre todo, era tutor. Pero más que nada, porque era Richard.

Enumerar sus frases, contar sus proyectos logrados, describir sus virtudes, relatar sus anécdotas o intentar entender cómo lo hemos querido tanto no es algo que sea vano. No lo hago porque no sé por dónde empezar. Y no estoy seguro que sepa cómo terminar.

Durante doce años fue mi tutor. El resto fue mi amigo.

La última cena de exalumnos fue templo de eternidad. Todavía escucho los aplausos, interminables, haciendo eco en el hall de entrada. Escucho los aplausos y veo cómo todos se levantan. Se levantan y aplauden y corean su nombre. Amaga a apagarse, pero el aplauso sigue vivo. ¿Por qué aplauden? Aplauden porque quieren. Aplauden porque agradecen.
Aplauden porque no quieren que termine. Aplauden porque es lo que sale.
Aplauden porque quieren otra tutoría. Una más. Aunque sea la última. Todos queremos irnos a casa después de haber escuchado sus palabras, sus consejos.

¿Por qué aplauden?
Porque éramos su familia y ahora nos dejó su vida. Nos regaló su última tutoría con su vida, que es su legado. Su ejemplo es perenne. Somos herederos. Porque si no es para nosotros, ¿para quién más? Si todo lo que alguna vez nos dijo y enseñó no es para nosotros, ¿para quién más? Si aquel gesto, aquella mirada o palabra justa no era para nosotros, ¿para quién más? Si los cimientos del oratorio que se levantan en el patio del colegio no son para nosotros, ¿para quién más?
Pensaba terminar con una de sus frases preferidas, una que le gustaba repetirnos para hacernos acordar que “como seres humanos, somos una porquería”. Muchas veces lo somos.

Pero luego me acordé que, al final, siempre nos repetía una misma cosa. Después de estudio, carrera, familia, novia, deportes y amigos, nos pedía una cosa: “No te olvides de rezar”. Y ya al final, en los últimos meses: “Rezá por mí”.

Último mensaje de Ricardo:
Hoy por hoy no estoy bien, de hecho, en cama porque me salió un trombo en la pierna derecha que me tiene a mal traer: reposo absoluto. Llegué a ver 300 (buena, aunque muy exagerado todo): en un rato te mando la crítica, de esa y de alguna más, aunque sinceramente hay poco para ver.
(…)

Todo depende de lo que me digan los médicos, concretamente mañana, que hay una “reunión magna” con el equipo que me atiende (ni que fuera la Cristina Elizabeth).
Me daría una pena grande no ir a la reunión porque de verdad uno se encariña con la revista y ver a todos los que ponen el hombro siempre es gratificante… pero, veremos porque no depende de mí.

Saludos y seguimos en contacto.

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