Ozono para los vínculos

 

La casa es un ecosistema, y el balance de su clima se mide en la mesa compartida. Todo comienza con la ubicación de los platos, que dará lugar a la danza de los cubiertos y los vasos y culminará con las servilletas y demás accesorios.

 

Mariana Kappelmayer de Palacios  |  Orientadora Familiar  |  palaciospym@fibertel.com.ar

 

[dropcap]H[/dropcap] ay momentos especiales en la rutina diaria, la casa es ecosistema y en la mesa compartida  parece condensarse toda la vida de una familia. Quizá, el rito principal es el de sentarse a la mesa. La frecuencia con que comemos juntos, los comensales, los lugares de cada uno, el clima del encuentro, nos hablan de un balance acerca de cómo estamos y de cómo están nuestras relaciones. Es, también, un diagnóstico de cuán traslúcida es nuestra comunicación familiar.

[button link=»» color=»yellow» icon=»» size=»large»]La mesa compartida[/button]

Desde los primeros momentos de vida, la alimentación está unida a lo vincular. El bebé necesita de su mamá (real o sustituta), que lo alimenta; en esa interacción se crea un vínculo de seguridad y amor. Esa relación entre alimento y encuentro se repite de diversas maneras a medida que el hijo crece. El “avioncito” con la cuchara, el cuento antes de ir a dormir y el más simple de los juegos, son modos en los que el amor se impone para garantizar que el plato quedará vacío.

La mesa familiar siempre ha sido un espacio sagrado porque reúne, aglutina, celebra. Trasciende el acto de comer, por el amor y la unidad que experimentan quienes la comparten. Muchos recordarán el día tan esperado en el que la edad y los modales les permitieron acceder a “la mesa de los grandes”. Y con ello, a un sinfín de confidencias y complicidades, recuerdos y anécdotas, que quedan entrelazadas en la memoria con el olorcito a pan caliente. Son instancias cruciales que marcan nuestra historia y nos dan la oportunidad para crecer, recibir y dar.

 

[button link=»» color=»yellow» icon=»» size=»large»]Eco sistema en peligro[/button]

Sin embargo, estos espacios valiosos corren peligro de extinción, si no los resguardamos de algunos vicios de estos tiempos como el apuro, el cansancio del día, la televisión o el celular: lluvias ácidas que pueden ser una amenaza para el encuentro cotidiano.

La comida rápida, el self-service o el delivery fuera de hora son recursos que cumplen con el objetivo de alimentarnos, pero nos privan de lo nutritivo de compartir el momento con quienes más queremos. Los tiempos nos marcan estilos de vida, pueden cambiar las formas y redefinen los roles; el desafío es preservar lo esencial. Cuando se debilita la mesa familiar, se perfora la capa de ozono en la atmósfera doméstica.

Transformar, recuperar, recrear la mesa familiar es una tarea que enriquece la vida de nuestros seres queridos. Educar los hábitos y los buenos modales, estimular una alimentación variada, se alcanza cuando enseñamos a escuchar, a saber esperar, a interesarse por la vida de los otros. El objetivo de los padres es lograr que el acto de comer siga alimentando también las relaciones, que invite a que todos puedan contar novedades, comentar preocupaciones, confrontar ideas, compartir sueños y proyectos

 

El apuro, el cansancio del día,
la televisión o el celular son lluvias ácidas

que amenazan el encuentro cotidiano en torno a la mesa.
Necesitamos esa nutrición para los vínculos

[button link=»» color=»yellow» icon=»» size=»large»]Balance más creatividad[/button]

 

Hacer pequeños cambios en el menú, incluir una sorpresa, dedicar la comida a alguno de los miembros que esté pasando por un momento especial, recibir a un invitado, contar un chiste, una noticia o un cuento, pueden ser generadores de buenos recuerdos. También las rutinas, si están bien aprovechadas, pueden transformarse en rituales que nos permita conectarnos con lo más profundo que hay en nosotros.

Encarar lo cotidiano con una cuota de creatividad le dará nueva vida a un aspecto de nuestro día que, de lo contrario, puede resultar tedioso y reiterativo. Padres y madres no necesitamos ser cocineros expertos ni tener un presupuesto abultado para que nuestras comidas sean momentos felices. Sólo tenemos que entregarnos a la creatividad y animarnos a renovar lo más simple.

 

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