[La Familia, la Escuela y el Estado]
Si queremos ser una sociedad que cuida a sus jóvenes, que los protege, guía y enseña, tenemos que trabajar en conjunto y coordinadamente.
Lic. Lucía Sáenz Briones | sociosenelcambio@gmail.com
Clara Naón de Aberastury | Orientadora Familiar | claranaon@gmail.com
[dropcap]A[/dropcap]A la sociedad la hacemos entre todos, ¡cuánta urgencia de pasar de la teoría a la práctica! En estos momentos resulta especialmente necesario que construyamos, con acciones concretas y sostenidas en el tiempo, un clima preventor de adicciones.
Ese clima va a depender de muchas cosas. Por ejemplo, está sujeto a la percepción que cada actor tenga acerca de las distintas sustancias, de cuáles son las necesidades reales y no reales asociadas, de sus efectos y consecuencias en lo personal y en el tejido social.
Entre los factores de mayor riesgo destacaríamos la pobreza, el alto consumo, la disponibilidad de la droga, la movilidad social limitada, así como los modelos de éxito fácil frente a una cultura del esfuerzo.
Desde nuestros estudios y experiencia de trabajo de campo queremos sugerir cuál es el aporte que cada sector de la sociedad puede y debe hacer para ayudar a nuestros jóvenes a no caer en el consumo. Advertimos que es necesaria una verdadera y efectiva articulación para que se potencien sus acciones a fin de alcanzar los objetivos deseados para el bien de nuestros jóvenes y de la sociedad misma, dado que las consecuencias del consumo indebido nos alcanzan a todos.
[button link=»» color=»green2″ icon=»» size=»large»] DESDE LA FAMILIA [/button]
La familia es el lugar apropiado para que el chico adquiera las primeras herramientas para desarrollarse en esta vida. Al sentir el amor de sus padres alcanzará una autoestima sana, y construirá vínculos saludables. Para ello en la familia conviene que exista un clima emocional estable, sereno y alegre. No hablamos aquí de familias perfectas sino de la atención necesaria para que en cada detalle se privilegie la protección de los hijos.
También en la familia se adquieren las primeras habilidades sociales como comunicación, identificación y transmisión de emociones o resolución de conflictos.
Todo esto es posible si la familia está asentada en un “hogar” más que en una casa, donde el chico sabe que está su refugio y, por esto, se siente seguro. Donde se reconoce apoyado emocionalmente por sus padres porque confían en él, y las reglas y límites son manifestación del mismo amor.
Además, elogian su esfuerzo y sus logros fortaleciendo así su tolerancia a la frustración.
El chico aprende en casa a posponer sus deseos por un bien mayor y se prepara para lograr un objetivo que requerirá esfuerzo, trabajo, constancia, pero que vale la pena.
La descripción puede parecer idealista cuando, en realidad, se está hablando de un camino que requiere paciencia y perseverancia de parte de los padres que muchas veces necesitarán “recalcular” el rumbo. Estamos frente a un arte -la educación- que precisa de mucha flexibilidad.
Un chico con habilidades sociales y una autoestima sana va a ser menos vulnerable. Advertimos que uno de los principales factores de riesgo es el estrés: el estrés porque no estoy en un grupo, el estrés porque no estoy consiguiendo lo que quiero, el estrés porque no me gusta cómo soy, el estrés porque no me gusta cómo me veo, todas estas típicas características, carencias, del adolescente.
La familia es el centro vincular por excelencia. El afecto entre sus miembros es algo natural y estas características hacen de la familia un “lugar” donde la felicidad es posible.
Los vínculos familiares brindan cierta protección. Tal vez no en todas las familias logremos esta cadena afecto-vínculo-felicidad y menos en la edad de la adolescencia donde los chicos intentan, justamente, marcar sus diferencias para construir su propia identidad. Por esto ocurre algo curioso que puede llevarnos a “adoptar” transitoriamente amigos de nuestros hijos que no tienen o se distancian -por cosas de la edad o problemas reales- de una familia protectora. Esta actitud que lleva consigo algo de generosidad, a la larga, es también una forma de proteger a mi hijo de una influencia potencialmente negativa.
[button link=»» color=»green2″ icon=»» size=»large»] DESDE LA ESCUELA [/button]
La escuela es el segundo lugar donde los chicos aprenden a vivir en sociedad y, por lo tanto, es un espacio de prevención que permite trabajar desde tres propuestas: diagnóstico, prevención y abordaje.
Diagnóstico: se trata conocer el contexto del cual provienen los alumnos, cómo es su familia y la educación recibida hasta el momento. Respecto de este punto en concreto, habrá que detectar si la familia es o no un agente preventor y contenedor. Cuando la familia no pudo darle las herramientas para crecer sanamente, el alumno llega al colegio desprotegido. En este contexto, habrá que saber si el alumno consume, o no, a qué edad empezó, calidad, cantidad y frecuencia del consumo así como de dónde la reciben, quiénes son los proveedores. Qué piensa la familia sobre esto, etc.
Prevención: La escuela preventora es aquella que los alumnos sienten como su lugar de pertenencia, es contenedora y, a la vez, ofrece la necesaria consistencia normativa. Es un lugar donde los actos tienen consecuencias lógicas de premio y castigo. Esto les da seguridad.
Asimismo, se necesita un clima favorable a la comunicación, donde los chicos se sientan escuchados a través de espacios de diálogo. Allí se dan a conocer y manifiestan sus intereses, expresan sus miedos e inseguridades.
ES NECESARIA UNA VERDADERA Y EFECTIVA ARTICULACIÓN
PARA QUE SE POTENCIEN SUS ACCIONES A FIN DE ALCANZAR
LOS OBJETIVOS DESEADOS PARA EL BIEN DE NUESTROS
JÓVENES Y DE LA SOCIEDAD
Además, en lo posible, contribuye al sano desarrollo que exista una oferta extracurricular variada de deportes, talleres de arte, ciencia, música, para que el joven pueda elegir según su interés y encuentre una motivación sana que active las endorfinas.
Obviamente, si la actividad propiamente educativa se brinda de una manera motivadora, despierta intereses que los protegen. Se descubren capaces de cosas desconocidas, de ponerse metas y alcanzarlas.
El diagnóstico ayuda a que las expectativas sean adecuadas al perfil de los alumnos y su contexto.
La participación activa de los alumnos en el diseño de actividades y la responsabilidad en la toma de decisiones, por ejemplo, en un Centro de estudiantes con las consignas claras de funciones y responsabilidades, los hace sentir más grandes, les enseña a tomar decisiones, a ser consecuentes. Los logros y desafíos ponen en sus vidas una adrenalina que los aleja de la transgresión.
Abordaje: Hoy por hoy, si queremos ser preventores, necesitamos que Drogadependencia integre la currícula y sea un tema abordado a lo largo de toda la escolaridad e integrado en diferentes materias de manera transversal. Que sepan desde chicos sobre los daños que producen el alcohol y otras drogas, para que cuando tengan oferta disponible sepan claramente de qué se trata y no necesiten -por curiosidad o presión del ambiente- aceptar. Para que puedan reaccionar de esta manera, también se requiere adquisición de habilidades sociales como otro objetivo articulado en diferentes materias.
Cada colegio, de acuerdo con su perfil propio y las necesidades particulares de los alumnos, necesita un programa de prevención coordinado con los padres.
A no desalentarse cuando los resultados no sean los esperados. Si las drogas vinieron para quedarse, la prevención también.
[button link=»» color=»green2″ icon=»» size=»large»] DESDE EL ESTADO [/button]
Con relación al Estado se podría hablar de dos ejes.
El primero, tendiente a dificultar el acceso a drogas y alcohol creando un ambiente social de respeto a las regulaciones normativas y legales. En Argentina, donde lamentablemente las leyes no se respetan, es urgente que se limite la disponibilidad con políticas antidroga y control de la oferta.
En la escuela preventora
los alumnos sienten su
lugar de pertenencia, es
contenedora y ofrece la
necesaria consistencia
normativa.
Y el segundo eje sería trabajar en la disminución de la demanda. ¿Cómo?
Promoviendo a la persona, ofreciendo alternativas de ocio y tiempo libre, deportivas, artísticas, culturales, de fácil acceso a toda la sociedad sin diferencias originadas en el poder adquisitivo y en todos los barrios, creando entornos seguros. Las acciones comunitarias de prevención tendrán como actores a la familia, la escuela y el municipio.
El Estado debe disponer de programas de prevención: nacional, regional e internacional, basados en la evidencia, que sean evaluados periódicamente a fin de contar con datos frescos que permitan lograr el más alto nivel de eficacia.
[button link=»» color=»red» icon=»» size=»large»] Conclusión [/button]
Entre los tres actores, familia, escuela y Estado -en este orden- se puede y debe actuar articuladamente, potenciándose unos a otros, como factores de protección.
Esta actuación tendrá que abordar el consumo en la actualidad, los estereotipos vinculados al consumo, deberá contener información y habilitar la participación social.
Es el momento de los adultos convencidos y comprometidos para educar, comprometidos para que la sociedad mejore. A la sociedad la hacemos entre todos, no solo el político, sino cada ciudadano.