Matrimonio
Cuando la separación viene «sin más», como consecuencia de una infidelidad, puede ser una excusa para no abordar algo que subyace de fondo.
María Cornú Labat |Magíster en Matrimonio y Familia | sernosotros.com | mcornulabat@sernosotros.com
U n día él llegó a su casa, venía de la oficina. Como en una película, tenía todas sus cosas embaladas en cajas y valijas junto a la puerta.
Desconcertado, o tal vez no tanto, cuestionó con la mirada sin atreverse a hablar.
-Te vas. Te vas hoy mismo. No te quiero en mi casa. No te quiero en mi cama. No quiero que mires a la cara a Anita como si nada hubiera pasado, cuando se despierte mañana. Me das asco, no puedo creer de lo que fuiste capaz.
¿Le habría dicho cómo pudiste, no te creía capaz? Qué importaba, ya no la escuchaba. Sentía una mezcla de vergüenza y alivio. Vergüenza por la mentira que venía sosteniendo. Tan lejana a su estilo. Alivio porque ya no tendría que explicar nada. Las dudas, las inquietudes, la soledad, la marea de sentimientos silenciados que lo habían empujado a todo esto podían seguir sepultados en el mismo agujero donde les venía tirando tierra desde que habían surgido.
Habilitado
Le había allanado el camino, lo habilitaba a irse sin ser él quien tomara la decisión, a irse sin quedar tan expuesto, sin ser “el malo” de la historia. Pasando a ser casi… ¿la víctima? Mmm. ¿Por qué no? Y sí, será así. Y él mismo se iba autoconvenciendo. Nunca había podido explicarle nada, nunca se le dio la oportunidad de un descargo… Lo estaba echando. Sin más, quedándose con la última palabra de todas las palabras no dichas.
De a poco, la postura de víctima le iba quedando más y más cómoda… Al final, tenía razón. Con ella no se podía hablar. No sólo no le daba ninguna oportunidad de explicar o hablar ahora, sino que, por esa falta de comunicación de los dos, él había empezado a acercarse a aquella persona. Aquella que lo escuchó, primero. Un poco más tarde, de nuevo al escucharlo, sin reproches, además le sonrió… Y luego, esa sonrisa se convirtió en empatía, en comprensión, en complicidad, en una mano sosteniendo la propia que buscaba en gestos inquietos donde reposar…
Transgresión “renovadora”
Iba pasando el tiempo y la tensión del regreso a casa disminuía. No porque se fuera a encontrar con un escenario diferente. No porque fuera a poner de su parte dándole un beso cariñoso a ella y preguntándole cómo había sido su día. No porque fuera a subir corriendo al baño a encontrarse a su beba en la bañera feliz, y se le ocurriera arremangarse y compartir ese momento con ella. No porque ella lo empezara a recibir con una sonrisa y el pelo suelto, o la cara relajada. Nada de eso había cambiado.
El cambio venía de afuera. La novedad, que llegaba de otro lado, lo esperaba ahora en su cuarto. Sí. En el seno de su hogar. En lo más íntimo de su privacidad. Se sacaba su saco, se ponía cómodo, con renovado humor y sin necesidad de responder a ninguna agresión, se reencontraba con su ilusión en el esperado mensaje en el celular que habilitaba a ese rato de relajada transgresión. Esa transgresión que de pronto le estaba dando un renovado sentido a su vida.
-¿Cómo estás? Te extraño.
-Sí, yo también. Lo único que me motiva a esta hora es encontrarte acá… Y despedirnos hasta mañana sabiendo que te voy a tener enfrente, sonriendo, haciendo que me olvide de todo…
-Nos vemos mañana, a la misma hora, en el lugar de siempre…
Y después, no importaba qué había para comer en casa, o si no había nada, o si tenía que levantarse a la noche a atender la beba enferma porque ella le reprochaba no haberla ayudado la noche anterior… Qué importaba si todo se terminaba al otro día, a la hora del almuerzo en la plaza en frente de la oficina. Esa hora gloriosa de olvidarse de todo.
Esa hora en que cada día, la culpa por no haber intentado acercarse a ella, no haber tomado la iniciativa de componer las cosas en el matrimonio, no haber cambiado malas caras por caricias, responder reproches con abrazos, se iba esfumando, pasando por mera inquietud y llegando a ser simplemente un pensamiento…
NINGÚN OTRO VÍNCULO SE ELIGE VOLUNTARIAMENTE
PARA ACOMPAÑARNOS TODA LA VIDA. NI LOS HIJOS, NI LOS
PADRES, NI LOS AMIGOS. CADA UNO SEGUIRÁ SU CAMINO
[button link=»» color=»blue2″ icon=»» size=»large»] El peor día [/button]
Ese día había sido, sin dudas, el peor de su vida. Qué furia, qué desolación, qué tristeza. El teléfono de él tan celosamente guardado esos últimos meses estaba ahí, arriba de la mesa del comedor diario… Por algo, no lo dejaba nunca a mano. ¿Qué estaría guardando? Al fin y al cabo, él no abría la boca, estaba cada vez más metido para adentro, ni la registraba… Cada vez que le pedía algo, contestaba con evasivas. Es verdad, la agresión se había frenado un poco, pero el dolor de la indiferencia era casi peor… Sí, decididamente, estaba en todo su derecho. Lo iba a mirar. Se iba a animar a encontrar la respuesta a la pregunta que no se atrevía a articular.
¿NO LO QUIERO PERDONAR? ¿NO LE QUIERO PEDIR
PERDÓN? ¿QUEREMOS JUNTOS INTENTAR DESCUBRIR
QUE NOS PASÓ?
[button link=»» color=»blue2″ icon=»» size=»large»] Mil preguntas [/button]
¿La infidelidad se perdona? ¿Tiene vuelta atrás?
-No, claro que no. Yo perdono cualquier cosa, menos la infidelidad. Imaginate, ¿cómo se vuelve de eso? ¡Echalo a patadas!
Ella, en su desorientación, en su impostergable choque con la realidad, escuchaba el consejo.
Y esa noche, él se fue. Sin decir palabra. Silencio que acepta, que libera, que ensordece.
-¿Por qué llegamos a esto? ¿Qué encontró en los brazos de otra persona?
-¿Qué me llevó a no escucharla más, a no expresarle mi necesidad?
-¿No lo quiero perdonar? ¿No le quiero pedir perdón?
-¿Queremos juntos intentar descubrir qué nos pasó?
Esta historia tiene un final abierto. Conozco una similar que terminó en una noche como esa. Y escuché tantas otras que terminaron diferente. En las que los protagonistas se animaron a mirarse a la cara, a abrazarse, a reconocerse responsables en lo que a cada uno le tocaba asumir, a perdonarse mutuamente, a trabajar juntos.
Vale la pena.
[button link=»» color=»blue2″ icon=»» size=»large»] ¿Se perdona? [/button]
Y volvemos al “lugar de siempre”. Como retrocediendo unos cuantos casilleros, a la base. Cuando el amor no se nutre, cuando el matrimonio no se pone, todos los días de la vida, en la cúspide de nuestras prioridades, se abre al abismo del deterioro.
No sobra remarcarlo, no está de más que en cada espacio escrito sobre la materia, los protagonistas hallen el mismo consejo. Prevenir, encontrarse, dialogar. Mirarse y escucharse empáticamente, para conocerse, reconocerse y comprenderse.
Que nadie te gane en ser el primero que sabe qué le pasa al otro, el primero que descubre que en el otro hay una necesidad no cubierta.
Ante la necesidad del ser amado, estamos listos para recibirlo o recibirla, sabemos que su hombro va a estar esperando mi reposo, aquí está la prioridad de nuestra aventura.
El matrimonio, ese sí para siempre, ese compromiso de cuidar el amor para toda la vida, nos embarca en una labor incesante.
[button link=»» color=»blue2″ icon=»» size=»large»] Elección única [/button]
Ese compañero de ruta será la única persona a la que habremos elegido para estar a su lado siempre. Y que resuene fuerte: Ningún otro vínculo se elige voluntariamente para acompañarnos toda la vida. Ni los hijos, ni los padres, ni los amigos. Cada uno de ellos seguirá su camino.
Entonces, ¿cómo no buscar incesantemente la manera de cuidarlo, de renovarse, de encontrarse, de respetarse, de redescubrirse, por encima de cualquier otra prioridad?
La propuesta es apropiarse de ese sueño cada mañana, renovando la mirada hacia el otro, volviendo atrás si es preciso.
Y, si se cayó muy bajo, intentar levantarse, de la mano, juntos, animándose a bucear profundo para desenterrar los sentimientos no expresados oportunamente, los porqué sin respuestas, las necesidades no reveladas o no escuchadas. Perdonando desde lo más íntimo de los dos. Reformulando el compromiso. Recibiéndose de nuevo. Desde hoy y para siempre.