¡AY, ESOS BERRINCHES!

chiquitos

A las mamás les gusta mostrar a sus hijos preciosos, tranquilos. Cuando se encapricha, ¿qué hago? Pegar no, ya sé, pero, ¿cómo reacciono?

Adriana Ceballos | Lic. en Orientación Familiar | adriana.ceballos@gmail.com
Foto – Agustina Ray

Hay una edad para los berrinches, que normalmente suceden entre el primero y los tres años, pero también pueden darse en niños de cuatro o cinco años. Y no hay que sorprenderse ni preocuparse.

Sin embargo, hay bebés que los tienen y esto está  directamente relacionado con la madre y su capacidad de tolerancia y ansiedad.

El berrinche es ese estado en el que el niño no responde a ninguna orden, llora, se tira al piso, se revuelca y rechaza cualquier gesto amable.

¿Por qué el berrinche?

Se generan por frustración, miedos, ansiedades y rabia incontrolable. Parte de la vida es tener enojos y la tarea de los padres se focaliza en encauzar esos enfados desde pequeños para que los hijos consigan entender sus emociones y, en un futuro, controlarlas.

Un berrinche empieza porque se desea algo que no se puede conseguir. Darle inmediatamente el gusto o dárselo después del “ataque”, es un reaseguro para que un próximo berrinche suceda. Asimismo, las órdenes permanentes, la excesiva exigencia y el deseo casi de perfección, provocan mucho malestar y una sensación en el niño de no llegar nunca al percentil que sus padres esperan.

Los niños perciben de una manera especialísima, entienden perfectamente si los papás están ofuscados, enojados o emocionalmente desestabilizados.

Y… se enojó

Es el momento de la paciencia infinita, tanto en público como en privado. Aquí no caben los gritos, ni los golpes o malos tratos. Aunque cueste, se mantendrán firmes en aquello que el niño debe acatar.

Si sabe que conseguirá lo que quiere a través de la rabieta, la repetirá siempre que lo necesite. La coherencia en los límites es definitoria.

No conviene darle importancia al capricho, los adultos  intentarán mantener sus conversaciones y sus actividades a pesar del escándalo que arme, pero permanecerán con ojo  avizor para evitar que pueda lastimarse.Ay esos berrinches 2

Tampoco son oportunas las recompensas a cambio de que no estalle. Con creatividad, es el momento de distraerlo.

Cuando todo haya pasado, llega el momento de hablarle, con palabras adecuadas, y de explicarle lo que ha sucedido y por qué. Cuanto antes aprenda a tolerar la frustración, antes será un chico feliz. Para los padres, esto supone contar con un apoyo para la educación en las siguientes etapas. El estímulo estará en el reconocimiento de las actitudes positivas que tiene durante el día. Crecerá confiado.

¿Cedo por la paz?

Hay madres que se pasan el día entero enojadas y retando al chico, hasta que ceden para que se calme.

No es la solución; por el contrario, sirve ser consecuentes con aquello que consideramos importante para su bien.

Si ante una inminente explosión empezamos a perder la paciencia y a gritar, entramos en la misma situación  emocional del niño. Se crea un círculo vicioso o secuencia que  sólo el adulto puede cortar. El autocontrol y la perseverancia son fundamentales para que no se pierda el foco: cada orden responde a un límite que se quiere poner en favor de la educación de ese niño.

En este sentido los padres tienen que apoyarse y no desautorizarse el uno al otro.

Se puede prevenir

Los berrinches se pueden evitar anticipándose a situaciones  como el sueño y el hambre, teniendo organizados sus  horarios, o bien, si sabemos que algo le va a provocar enojo,  como no comprar una golosina o un juguete en el súper,  acordar con él antes de salir las reglas de esa salida y las  compensaciones posteriores, que pueden ser bien sencillas  pero atractivas para el niño.

 No le importan los castigos

La sanción tiene que ser acorde con el acto equivocado, y  también posible de cumplir. Muchas veces en el fragor de la  situación, el enojo lleva a tomar una decisión tajante, tan  tajante, que al rato los padres comprenden que es imposible  continuar en el tiempo con la sanción impuesta. Dejar de aplicar la sanción es lo mismo que decirle al niño que todo es  posible, y que da lo mismo portarse bien o mal, total, al final  nada ocurrirá. Por eso, cuando se sanciona, hay que tener la  mente fría y ser justo. Desde luego que se descarta todo  castigo físico.

Con clara intencionalidad
educativa papá y mamá
programan qué valores
transmitirán a sus hijos
para que crezcan sanos.

Si al niño no le importan las sanciones, puede ser que esté demasiado acostumbrado a recibirlas o a que no se cumplan.

Siempre por la positiva
Una vez que ha pasado el berrinche es el momento de la  palabra, de hablar de lo que pasó y por qué pasó. Los niños  entienden bien aunque sean pequeños. La palabra sana. Y  luego se vuelve a las actividades habituales. Recordarle todo  el día que se ha portado mal no es bueno para el niño; más  bien hay que hacer hincapié en aquello en que ha acertado y  en las virtudes que tiene.

Pensando en el futuro

La educación comienza desde la panza. Esto conlleva una  preparación en los padres, que se inicia con mucho trabajo y conocimiento personal, y un buen cultivo de certezas básicas, que reemplacen las dudas relativistas. Con clara  intencionalidad educativa papá y mamá programan qué valores transmitirán a sus hijos para que crezcan sanos. Los valores no se negocian.

La claridad en los objetivos consigue la energía, la calma y el  amor que no se evaporan en momentos complejos y así, de  pequeños, se evitan muchos berrinches; en la etapa  adolescente, algunas rebeldías, y el día de mañana tendremos en nuestro hijo una persona de bien.

Los hijos miran la conducta de sus padres y es lo más probable  que tiendan a imitarla; de allí el valor del ejemplo…  Comportarse (portarse, sostenerse a uno mismo) es de  adulto, pero como los padres somos contención y sostén de  los hijos, comportarse es también posible para los niños,  quienes de a poco irán logrando tener las conductas  apropiadas para cada situación.

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