VALIENTES SOMOS TODAS

mujer

 

Lo primero que se me viene a la cabeza es: ¿Por qué no hay un día internacional del hombre? Un día de celebración dedicado al género masculino…

 

Arantxa Escribano | Periodista | arantxaescribano.724@gmail.com

 

[dropcap]E[/dropcap] l 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Se hace desde principios del siglo XX, pero fue en los años setenta cuando Naciones Unidas lo hizo mundialmente conocido e invitó a los Estados miembros a formar parte.valientes somos todas
Lo primero que se me viene a la cabeza es: ¿Por qué no hay un día internacional del hombre? Me refiero a un día de celebración dedicado al género masculino… Supongo que, si ahondo un poco más en la pregunta, me percato que ellos no sufrieron (tanto) la discriminación, ni la humillación, ni la violación de sus derechos fundamentales por ser varones como sí lo han padecido durante siglos, a lo ancho y largo del mundo, las mujeres. Sólo por ser mujeres.

[button link=»» color=»bordeaux» icon=»» size=»large»]Los mismos derechos[/button]
Las personas deberían gozar de los mismos derechos humanos sin importar su sexo, raza o religión. Hoy no lo hacen. Tengo claro que las civilizaciones han sido muy injustas con esto y que la sociedad ha evolucionado lo suficiente para hacer a los más débiles, fuertes. Pero sobre todo, valientes.

Sin embargo, en los últimos años, debido a mi experiencia profesional en distintos foros internacionales que tenían como objetivo preservar la dignidad y los derechos de las mujeres y niños, me he sentido muy poco (nada) identificada con el tipo de mujer que llaman “valiente”.

[button link=»» color=»bordeaux» icon=»» size=»large»]Creo en la diversidad[/button]
Creo en la diversidad porque eso nos hace ser una sociedad rica y porque siempre hay algo que otra persona diferente a nosotros nos puede enseñar. Creo firmemente en la complementariedad entre el hombre y la mujer; en la vida que estos logran crear cuando se une su esencia más profunda. Y en lo valiosas que son la ternura y firmeza que cada uno, a su manera, aporta a la educación de los hijos.

Las cumbres internacionales como la de la Mujer (CSW, por sus siglas en inglés) en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, o la regional que organiza la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) que el octubre pasado se celebró en Montevideo, nacieron con el legítimo objetivo de velar y reclamar igualdad y respeto hacia todas las mujeres del mundo. Sin embargo, en los últimos años, se han convertido en un desfile de personas que responden a los intereses gubernamentales de uno u otro país (ahorro en la salud pública y control de natalidad), así como al de los laboratorios e instituciones que financian con viajes y premios el activismo más político que social de este montón de mujeres que dicen ser mayoría.

Llevo años asistiendo. He escuchado infinitas ponencias donde las mujeres reclaman el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, a determinar cuándo y cómo convertirse en madres, bajo cualquier condición y circunstancias. Las he visto exigir subsidios nacionales para cambiar de sexo mientras se debate el presupuesto a otorgar en hospitales donde otras muchas se quedan sin tratamiento adecuado para tratar enfermedades terminales por falta de recursos.

[button link=»» color=»bordeaux» icon=»» size=»large»]  No critico  [/button]
No lo critico. El mundo hoy dispone de mecanismos para que cada una pueda alzar la voz donde y cuando quiera. Pero extraño que en todos esos foros se hable con la misma intensidad e igual protagonismo, por ejemplo, de la “mujer-madre”. La madre que se ocupa de que su casa esté impecable (con ayuda o por sus propios medios), la mamá que con su cariño contribuye a la crianza de los hijos, a la educación de ciudadanos del mundo, a la madre que siempre será hija, quizás nuera y por qué no, suegra. Extraño el reconocimiento a la “mujer-esposa” que logra un equilibrio en su matrimonio y otorga con ello estabilidad emocional a sus hijos.

[button link=»» color=»bordeaux» icon=»» size=»large»] Mujeres corrientes [/button]
Tampoco pude escuchar en un panel de estas dimensiones el testimonio y experiencia de mujeres que encuentran su vocación en otra misión que no sea la de madres o profesionales. No se menciona por ejemplo, a las mujeres que han dedicado su vida a otros en misiones humanitarias. Que resignaron su capacidad de formar una familia para entregarse al servicio de los más débiles.

Extraño escuchar la experiencia de las mujeres que tienen hijos y trabajan. Que consiguen un equilibrio adecuado entre familia y actividad profesional. Que están, además, satisfechas y orgullosas de lo que hacen: en la oficina y en casa.

Echo de menos en los foros internacionales encontrar a “otras” mujeres corrientes que entienden y valoran la diversidad, que comprenden la complementariedad y que representan a otro sinfín de mujeres que también son valientes, siendo lo que son.

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