Por Mariano Serer Mora. Docente USAL. Vicerrectorado de Formación.
El significado de ser papá-mamá tiene que ver con el cuidado, con la protección, con el amor inconmensurable, es decir que no se puede medir porque es gigante. El ser papá-mamá que nos revela Jesús significa que los humanos somos aceptados, educados y acompañados por un Dios que sabe de pañales, un Dios que sabe sostener en brazos, un Dios de ternura extrema. El ideal de papás que trae Jesús y su cultura no siempre es el que experimentamos en la actualidad. Jesús piensa en papás que se entregan generosamente por sus hijos, como él, que se desvive por nosotros, incluso yendo a la cruz para dar su vida misma en el combate con la muerte. Nos basta con leer la parábola del padre misericordioso (Lc 15, 11-32), donde la misericordia del abbá-immá no conoce de límites y perdona sin que le pidan perdón, que, aunque los vecinos y el hijo mayor puedan avergonzarse del hijo menor, el abbá lo recibe con el mayor amor que una persona puede donar. Somos, como humanos, la fiesta de Dios, su heredad. Ese el un buen modelo de familia que aprendemos de Jesús, modelo heredado por María y José, papás de la misericordia.
Educar con valores
Jesús sueña (y trae) una propuesta de gobierno para el mundo con valores de un Reino novedoso. ¿Qué sucedería si verdaderamente Jesús gobernara nuestro mundo? Podríamos imaginar que se haría cargo de una justicia recta al mismo tiempo que compasiva, guiaría por medio de su ejemplo, daría prioridad a la solución de problemas, buscaría mejorar la vida de la comunidad, desmantelaría la corrupción, trataría a los niños y jóvenes como futuros líderes, educaría a las personas en los valores del Reino, se haría cargo de todo lo que tiene que ver con el bien común. Daría posibilidades a los más excluidos de la sociedad, visitaría a los presos, a los enfermos, a los que están solos. Defendería a los discriminados y aboliría todo tipo de esclavitud y bullying. En fin, el reinado de Dios es una transformación cultural-educativa donde todos son invitados. Nadie queda excluido de la pedagogía del Reino. Y esa pedagogía debe ser primeramente experimentada desde los mismos educadores:
Para un educador, la lucha contra el egoísmo cristaliza necesariamente en una realidad: el ejemplo de vida. No es válido, según nuestra concepción, el alto nivel profesional si éste no resulta una expresión más de la coherencia de vida. Pienso que, en este aspecto, debemos crecer en conciencia. A modo de ejemplo concreto: me preocupa la situación de irregularidad familiar de algunos, y pienso que -sin quererlo- caemos en el juego liberal de distinguir entre la “vida privada” y la “vida profesional”; y esto no es formativo, sino más bien deformante para la conciencia juvenil.[1]
Los jóvenes del futuro
La familia y las instituciones educativas somos responsables del tesoro de la vida. Al presentar a los jóvenes que son presente y futuro, recuerdo a los primeros apóstoles y los de hoy; cautivados por el nazareno y convocados a la misión de ser “pescadores de hombres y mujeres” en medio. Educamos para ello, la finalidad de la excelencia académica no es mero juego intelectual sino más bien misión para hacer de este mundo un Reino de Dios y no un reino del césar. Ellos tienen fuerza, como todas las juventudes de todas las épocas, igualadas en la confusión y en las convicciones. La Universidad tiene que ser espejo para revelar el rostro joven del judío Jesús que nos trae el modelo compasivo de vida humana. La Universidad debe ser espacio de salvación en el diálogo con la cultura, construyendo puentes de fraternidad con las demás religiones, las artes y la ciencia. Tenemos una sola casa llamada Planeta Tierra y hoy ella está padeciendo una gran enfermedad: el odio y la desesperanza. En esa realidad es que somos Universidad del Salvador, llamada a -como reza nuestra Carta de Principios “Historia y Cambio”- la lucha contra el ateísmo, el avance mediante el retorno a las fuentes y el universalismo a través de las diferencias.
¿Cómo controlar la vorágine digital?
¿Podremos controlar, poner límites, fiscalizar? Rotundamente no, pero sí que podemos evangelizar, nutrir, contagiar, pescar dentro de la vorágine digital. Vuelvo al llamado de Jesús que mencionamos anteriormente; si la red a la que somos convocados a través de los medios está rota y desposeída de esperanza, allí debemos estar, remendando las redes, cubriendo de la gloria del resucitado frente a la gloria de la egolatría. Allí queremos estar como Universidad para revelar que las redes que echaron aquellos jóvenes en nombre de Jesús reparan la sociedad y convoca para poner todos nuestros dones al servicio de la vida. En la vorágine digital queremos estar, allí nos pone el rabí hijo de María y José, para dar vida en medio de tanta muerte. Nuestro centro está puesto en la vida de nuestros estudiantes. Así lo declaraba Francisco:
Los alumnos: lo más importante y lo más pasajero… Esto nos refiere al tiempo. Para cada alumno contamos con un tiempo muy limitado. Realidad ésta que nos invita al sabio aprovechamiento. Pero -y hablé de cosecha- el resultado de nuestra formación trasciende el tiempo limitado para cada alumno. El grano queda, bueno o malo, pero queda. Una vez terminado el trabajo, una vez hecha la cosecha, ese tiempo vuelve a nosotros, a nuestras manos, y quedará allí hecho cosecha abundante, mediocre o magra, hasta que termine el tiempo de la libertad y debamos presentarlo en ese ofertorio definitivo, al final de nuestra vida, en el juicio de Dios. Que ese día no escuchemos el iracundo “siervo malo y perezoso”, o “porque escandalizaste a uno de estos pequeños más te hubiera valido atarte una piedra de molino al cuello y arrojarte al mar”… sino más bien el otro decir divino, manso y feliz: “siervo bueno y fiel”.[2]
[1] Palabras pronunciadas por el R.P. Jorge M. Bergoglio S.J. en “Historia y Cambio”. Una relectura a la luz del magisterio del papa Francisco, pp. 20-21
[2] Ibíd., pp. 23
*Consideremos la familia como la gran institución diseñada por el Creador para el rescate del mundo. No en vano Jesús nos trae como metáfora para el ingreso al misterio de Dios las figuras de Abbá-Immá (papá-mamá) propias de su cultura hebrea de la Torá. Si bien Jesús pronuncia la palabra Abbá, sabemos que, en la concepción de su cultura, no hay abbá sin immá. Y estas figuras metafóricas no son equiparables a lo que podríamos llamar padre-madre, sino papá-mamá, o papi-mami o cualquier diminutivo que usen los bebés y los niños para llamar y “nominar” a sus padres. Dios es el “incapaz de traición”, el “incapaz de castigo”, el incapaz de abandonar”. Al mismo tiempo es el “capaz de nosotros”, el “capaz de toda-misericordia”, el “capaz de hacer nuevas todas las vidas en su amor”. Por tanto, en Élla-Él hay un modelo de educación que nos ubica como hermanos en una misma comunidad familiar. Esta institución es “capaz de Dios y del hombre” y tiene la compleja misión de ser redentora de la sociedad. Educar, es salvar en la paz.
El autor de la nota es Teólogo.