Una historia real, con estos nombres y con los suyos con los que quieran poner…
Lic. Por Adriana Ceballos – Coach de familia
Sandra y Matías creían que la ilusión y la enorme fuerza de la atracción mutua nunca se iban a acabar. Matías estaba convencido de que ella no iba a cambiar, que siempre sería igual, que le seguiría haciendo las tortas que tanto le gustaban cuando volvía de jugar al rugby, sin reproches por llegar retrasado o por haberse olvidado de buscar en el camino aquello que ella le había pedido.
- Haciendo tortas ricas
- Sin reproches
- Con entusiasmo y alegría desbordante
Él pensaba que lo trataría siempre con cariño, que ese entusiasmo y desborde de alegría al verlo llegar estarían presentes cada día.
Sandra pensaba distinto; creía que ella lo iba a cambiar, que cuando estuviesen casados, con la convivencia, algunas cuestiones necesariamente se iban a “ajustar”.
- No tendría tantas salidas con amigos,
- Sería más colaborador,
- Modificaría el modo de enojarse, etc.
Pero ignoraban que aquello que más les gustaba del otro cuando eran novios se convertiría luego en causa de mayor molestia. Recuerdo a Sandra cuando contaba súper entusiasmada que Matías jugaba al rugby y que, además, era entrenador de los grupos de niños que se iniciaban en dicho deporte.
Con el tiempo, el entusiasmo no fue el mismo. Las prácticas de rugby se convirtieron en su principal rival, ya que sentía que le quitaba la posibilidad de tiempo compartido y de ayuda con los hijos y las cuestiones de la casa.
A Matías le sucedió algo parecido. Siempre había hablado con orgullo de su novia médica, de su carrera brillante y de cómo fue becada para hacer una especialidad difícil de lograr. No fue fácil, luego de años de casados, aceptar con agrado que dicha profesión y especialidad le requerían una permanente actualización que llevaba mucho tiempo y dedicación.
María Rosa Franch, especialista en parejas, autora del libro “Quiero quererte” y nos habla de la imaginación, la ilusión, el pensamiento mágico y la “necesaria” desilusión.
El amor necesita desilusionarse para volverse real, para madurar y crecer.
El amor es un proceso que tarde o temprano necesita desilusionarse para volverse real, para madurar y crecer. Sin la desilusión, el amor se queda en una instancia básica, primitiva. Tarde o temprano llega el momento de hacer el duelo de lo que cada uno generó en su imaginario, soltar ese pensamiento mágico y abrirle las puertas al principio de realidad.
Solo la búsqueda de lo posible nos permite celebrar el amor.
A no desanimarse, la desilusión es un proceso que dura toda la vida porque el otro nunca dejará de sorprendernos con lo que dice, hace, piensa… Por eso, tenemos presente que lo que “el otro” dice, hace o piensa es una manifestación de su personalidad, aunque sea diferente a lo que habíamos imaginado, fantaseado, o pretendido durante la época de enamoramiento. Se requiere para ello sincerar los pensamientos y emociones; hablar apaciguará la ansiedad y les permitirá crecer y ayudarse a crecer.
Hay muchas cosas que no suelen cambiar, y a veces es bueno que sea así, ya que son parte de la identidad personal, entonces se trata de reconocerlo y aceptarlo de antemano.
La ilusión es compañera necesaria a lo largo de la vida.
Hasta que no se realiza ese duelo interno hay riesgo permanente de lastimar la esencia del otro. Y, además, perderíamos la oportunidad de ilusionarnos con lo posible porque también la ilusión es compañera necesaria a lo largo de la vida.
Así, cada uno será un sostén para el otro en el camino de la realización personal.
Por Adriana Ceballos – Coach de familia