[button link=»» color=»green2″ icon=»» size=»large»]Crisis de la mitad de la vida[/button]
Nos pasamos la vida alternando períodos de equilibrio y de provisionalidad. Se podría decir que al comienzo de esta nueva etapa, que encabeza la crisis de la mediana edad, estamos en pura transición.
CONSUELO ACUÑA | LIC. EN PSICOPEDAGOGÍA | ORIENTADORA FAMILIAR | CONNIE.GEORGALOS@GMAIL.COM
[dropcap]L[/dropcap] os primeros síntomas aparecen en el cuerpo y nos anotician de un cambio, de un movimiento, de un pasaje de estadio. Porque a pesar de que nos sentimos de 25, en el fondo, ya tenemos algunos más -y se nota.
Por ejemplo, empezamos a separar cada vez más el diario de los ojos, manifestación patente de la urgente necesidad de usar anteojos; las canas se hacen cada vez más visibles; el mismo plato que antes comíamos sin ningún problema, ahora ya no nos cae tan bien. Si no nos pasa a nosotros, a nuestro alrededor, algunos amigos comienzan a tener infartos; otros se divorcian.
Vemos que mucha gente se resiste a aceptar el paso del tiempo y en su pretensión de ser eternamente jóvenes recurren a las cirugías y a las incursiones compulsivas al gimnasio. Son todos intentos desesperados de evitar lo inevitable.
Empezamos a vivir nuestra propia finitud. La idea de inmortalidad ya no la tenemos tan clara. ¿Por qué pensar en la muerte propia, si hasta ahora no nos pasaba? Tal vez, porque la vida ya no está delante de uno, sino detrás.
Cuando la vida ha fluido adecuadamente, empezamos a ver cómo nuestros hijos emprenden su propio vuelo y nosotros pasamos a ser un poco padres de nuestros padres. Y nos cuesta, y nos duele, y les duele.
La reinvención del yo
Si desde que nace el hombre construye paulatinamente imágenes de sí mismo para consolidar su yo, durante este proceso se pone en tela de juicio ese ícono construido y aparece un nuevo esbozo.
El pasado queda bajo evaluación y uno va reviendo y rechazando, disponiendo con qué me quedo y qué elijo desechar.
El pasado queda bajo evaluación y uno va reviendo y rechazando, disponiendo con qué me quedo y qué elijo desechar, aunque no siempre podemos tomar estas decisiones tan fácilmente. Muchas cosas de nuestra vida están ahí y no pasa por una resolución del momento, entonces hay un trabajo intenso por delante.
Un peligro está en tirar todo y pretender empezar de nuevo como si aquello que pretendíamos rechazar no pudiera ser base para nuevas construcciones. Esa es una de las formas que denotan la incapacidad de avanzar. Es tiempo de confusión -que causa inseguridad- y de un nuevo orden.
Preguntas adolescentes
Cuestionamos las definiciones, sometemos a un cambio radical las respuestas de la primera mitad de la vida porque ya no sirven para la segunda parte. Aparecen preguntas como: ¿Quién soy? ¿Cómo quiero vivir los próximos años? ¿Qué me aporta lo vivido? Son estas preguntas las que nos muestran que la crisis de la mitad de la vida es, esencialmente, una crisis de sentido.
Son intentos desesperados de ser eternamente jóvenes y evitar lo inevitable.
«Existe lo que se llama ‘lutos de los cuarenta años’ que, en realidad, son los lutos de la adolescencia prolongada en la vida del adulto”, dice el filósofo y escritor Jean Vanier. Cuando uno no logra atravesar la barrera del paso del tiempo, muchas veces lleva a revivir una ado plenamente. Entonces, en vez de redefinirse cuidando, protegiendo, custodiando lo generado, lo destruye.
Tiempo de soltar
En esta etapa, que va aproximadamente desde los 40 hasta los 60, casi 20 años que según el tango de Gardel no son nada, es el tiempo de soltar: soltar la imagen personal que nos hemos construido, los objetos y las personas de las que me sostuve y recomenzar a ver quién soy.
Estos cambios nos desafían a soltar, a renunciar a lo ideal.
Desprendernos. Entramos a vivir el duelo de la imagen de nuestro yo.
El desafío está en desprendernos de la vieja imagen y soportar el vacío mientras se construye una nueva dentro de nosotros. Aprender a soltar sin amargura, con madurez. No sólo lo criado, nuestros hijos, la profesión, algún deporte… sino el ego. Esas partecitas de nuestro ser. Si logramos aceptarnos, con cierto vértigo y dolor, comenzaremos a vivir esta nueva etapa en plenitud.