Desde Teen STAR los invitamos a entender al adolescente como quien es: una persona en pleno desarrollo y en todas sus dimensiones: física, emocional, intelectual, social, espiritual.
Me gusta pensar la adolescencia con la metáfora de un faro. El faro se levanta firme sobre un peñón, hay una corriente de agua que podrá ser mansa o tormentosa según la situación. Las olas golpean al faro, y se observan distintos barcos que circulan y se pasean, exploran, se arriesgan y avanzan, pero todos saben que, en ese faro con la luz prendida, hay un puerto al que van a poder volver siempre.
Primero quisiera centrarme en los barcos, se mueven buscando su rumbo, su navegar está condicionado por diversos factores como su estructura, las experiencias previas, los movimientos del agua. A los adolescentes podemos pensarlos de manera similar, están buscando su rumbo, en un proceso de reconocer y construir su propia identidad personal, descubrir quiénes son realmente y en ese proceso están condicionados, no determinados, también por múltiples factores, los factores fisiológicos, sus experiencias personales directas y el entorno social.
Están condicionados, no determinados.
En el aspecto físico, están viviendo una etapa del desarrollo muy particular, las hormonas están a full y su cerebro está en una etapa de enorme plasticidad, nuevas conexiones, nuevas redes neuronales, regido por el sistema límbico -es el cerebro emocional- automático y reactivo. Es un periodo de mucha intensidad emocional, son explosivos, inquietos y buscan constantemente nuevas experiencias sin conciencia de riesgo, pues actúan antes de pensar; están motivados, dispuestos a grandes proyectos, con grandes ideales, quieren cambiar el mundo y tener un montón de amigos.
Pensemos ahora en el faro, que fue construido con esfuerzo y sacrificio, es como el padre o madre del adolescente con experiencia y sobretodo con capacidad de cuidar, de observar a ese adolescente que navega. En este caso el cerebro ya desarrolló por completa la corteza, las funciones ejecutivas y la autorreflexión. Ya tiene la capacidad de pensar antes de actuar con mucha mayor facilidad. Este “cerebro” es consiente, voluntario e integrado y puede ponerse en el lugar del adolescente y contemplarlo desde el amor.
¿El adolescente necesita límites?
¡Claro que sí!, el límite organiza y ordena, la familia no es una democracia. El limite al adolescente lo va a enojar, va a reaccionar y se va rebelar contra el adulto, busca diferenciarse para encontrar su camino, es decir ¡necesita confrontar. Si volvemos a la metáfora inicial, imagínense la situación de la pandemia en la que la que el océano estaba sin agua para navegar, cuántos barcos encallados, solos o pegados al faro. Cuántos faros con luz tenue o apagados, muchos chicos encontraron caminos complejos para rebelarse como grandes bajones, daños físicos, desórdenes de alimentación. Por eso hoy es un tiempo de mucha paciencia y contención, de estar alertas, mirarlos con amor y motivarlos para navegar mar adentro.
¡Confiar!
Los educadores somos el faro, sabemos mucho de las corrientes y entendemos los riesgos, pero podemos no reaccionar y escucharlos con empatía. Por otro lado, es difícil a veces evitar la escalada de violencia porque ellos buscan enfrentarse, habrá que pedirles cosas concretas con lenguaje claro, delegarles responsabilidades que estén en condiciones de asumir y utilizar el humor como estrategia privilegiada y nunca apagar la luz del faro.
Pero sobretodo confiar en que lo que se fue sembrando a lo largo de todos los años va a dar buenos frutos.
Esa “personita” que se pone torpe, disfruta tanto con sus pares, que cambia la voz o tiene su primera ovulación, es la misma persona que vimos nacer, amamantamos y llevamos al jardín de infantes para que comience a salir al mundo.