¿Miedo, yo?, mi hijo adolescente

Mientras temen a sus cambios, a su crecimiento, a su soledad, los adolescentes intentan parecer muy seguros, omnipotentes.  

Les ofrecemos una charla entre Clara Naón – Orientadora Familiar y la Lic. Maritchu Seitún, psicóloga.

Edición Maria Lescano – periodista

Los años del secundario son tiempos de grandes ideales, pero también de grandes miedos: a quedar mal parado, a sus cambios corporales. Miedo porque creció mucho o porque no creció; porque está gordo, gorda, o al contrario, le faltan algunos kilos; miedo a no ser aceptado por el grupo de amigos; miedo al mundo adulto al que se acerca; miedo a pasar inadvertido, pero también a destacarse; miedo a no cumplir con las expectativas de sus padres, o de sus pares.

La sensación es que los adolescentes caminan por una cornisa angosta de la que es fácil caerse para cualquiera de ambos lados. Maritchu Seitún, especialista en niñez y adolescencia, considera que “Salen de una incubadora llamada infancia, en la que estaban protegidos por sus padres y otros adultos; ya no pueden quedarse porque les queda chica, pero tampoco les es tan fácil salir”. Luchan con toda su fuerza y empeño por separarse de sus padres, por diferenciarse y, a la vez, tienen pánico de lograrlo.

Con ellos las peleas son interminables y es una de sus mejores “estrategias” para simular una separación, cuando en realidad siguen muy cerca. Las llamadas de atención por sus faltas de conducta y educación son una forma de garantizar “se” que sus padres que se van a quedar a su alcance.

El peligro de los miedos es que a los hijos les cuesta reconocerlos y nombrarlos como tales.

Clara Naón

El miedo

Algunos adolescentes ni siquiera se permiten sentir miedo. Piensan que ser valientes consiste en cerrar los ojos y no percibir el peligro. Algunos creen que el ruido, el alcohol y las drogas los vuelven inmunes. Puede pasar, también, que se escondan tras una fachada de omnipotencia, arriesgándose sin medir las consecuencias, para no pasar por cobardes.

«No me interesa salir”, o “ellos no son mis amigos”, son algunas excusas que ponen para quedarse protegidos en sus casas, opina Chas. Otros se someten, sin siquiera discutir, a sus padres… o a otros adolescentes, con lo que corren riesgos importantes. Todo esto con el objeto de no quedarse solos.

Los miedos no son fáciles de abordar, ya que la respuesta habitual no es “yo tengo miedo” o “eso no me interesa”. Y puede ser una ardua tarea hacerles tomar conciencia del mundo pequeño en el que se están moviendo por culpa de esos miedos que no pueden o quieren asumir.

Pasos contra el miedo

Poner nombre y apellido a lo que les pasa, ayuda. Cuando un adolescente logra identificar sus miedos da un primer paso para poder vencerlos. “Me da miedo hablar en público».

En segundo lugar, es bueno que se enfrenten a sus propios temores. Por ejemplo, si tiene miedo de hablar en público, apoyémoslo para que lo haga frente a un auditorio pequeño. A medida que vaya tomando confianza, vayamos agrandándolo. La experiencia de superación los hace sentir más fuertes.

Sobre todo, es fundamental que sepa dar a cada cosa la importancia que se merece.
Por ejemplo, si frente a una lección oral teme quedar en ridículo, podemos ayudarlo a discernir cuál es su verdadero temor; si hablar frente a sus compañeros, o no saber lo suficiente, y de ahí podemos guiarlo para que intente hacer lo mejor posible aquello que esté a su alcance, que en este caso sería estudiar. El resto es importante, pero su “deber” está con la materia.

Es verdad que podemos ayudarlos estando cerca, pero muchas veces en este tipo de asuntos también conviene el que haya otro “a cargo”, un hermano más grande un compañero, un amigo dispuesto a compartir el desafío. Por nuestra parte, Seitún recomienda estar atentos a las señales de “basta” para detenernos a tiempo porque siempre habrá otro día u otra oportunidad.

Más allá de los miedos, los bajones de ánimo

Con algunos podemos estar cerca físicamente, acariciarlos, a veces, les gustan unos masajes, y ponernos en su lugar sin “indagar” en forma directa, sin demostrar lo que intuimos. También en este tema podemos ir a ejemplos muy prácticos que intenten generar un espacio para que se abran pero también se puedan escurrir de la pregunta si no se sienten cómodos.

¿Por qué estás triste?” sería la pregunta directa para que nos responda, “no estoy triste” y se encierre a llorar en su cuarto. Si en vez, le decimos “te veo medio caído”, ¿te puedo ayudar en algo?, ¿hay algo que te tenga preocupado?, o simplemente ¿te traigo un Nesquik?“ Son preguntas abiertas que los inviten a hablar, que también dan espacio para que se encierren y, si prefieren, permanezcan callados.

Con preguntas abiertas que los inviten a hablar les damos espacio para que se expresen o permanezcan callados.

Maritchu Seitún

Otra opción es contarles sobre nuestros miedos actuales y adolescentes. Cada cual conoce a sus hijos, solamente podemos pasarte algunas sugerencias para que los padres no tengamos miedo, no nos asustemos como ellos porque confiamos en sus recursos, en lo que les hemos dado todos estos años, tranquilos porque tienen lo que necesitan para confiar en sí mismos y ofrecer nuestra ayuda y compañía para vencer los miedos que en algún momento los frenan.

creditos imagen de apertura: m.shein.com

Nota original http://hacerfamilia.com.ar/data/portal.asp?id_nota=1059

 

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