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[dropcap]J[/dropcap]Jero es nuestro primer hijo.
Nació a 1500 km de Buenos Aires y todavía hoy vivimos en la Patagonia. Fue un bebe bastante llorón, su crecimiento y desarrollo fue muy normal: comió, caminó y habló en los tiempos esperados. Eso sí, cuando empezó a hablar lo hizo con una corrección llamativa. Era gracioso, tan chiquito y pronunciando a la perfección, con un lenguaje correctísimo. También nos asombró su memoria increíble: todas las noches, antes de dormirse, le leíamos un cuento, siempre el mismo; y no podíamos cambiar ni una coma porque nos decía: «eso no dice».
Su juego parecía normal y pacífico: le encantaba hacer trencitos con todos los juguetes y ponía en fila autitos, bloques, camiones, ¡todo en fila! Era un genio armando rompecabezas y siempre construía con los ladrillitos Lego sin pensar y sin mirar las instrucciones, era como si ya supiera de antemano dónde colocar las fichas. Todo era para nosotros normal.
Empiezan los problemas
¡Hasta que empezó el jardín de infantes! El primer intento fue en sala de tres, pero desistí porque no hubo forma de que se quedara. Volví a probar en sala de cuatro. Gracias a la maestra auxiliar, que lo tomó como su protegido, se quedó. Llegó el primer informe… desastroso. A nosotros, que teníamos un pequeño genio en casa, con su memoria admirable, su habilidad increíble para armar los rompecabezas, su lenguaje tan correcto y claro… ¿qué nos estaban diciendo?
La primera consulta profesional con una psicóloga fue un disparate, después de intentar algún tratamiento, dejamos de llevarlo. Entró a 1º grado y duró una semana, en el colegio no estaban preparados para su adaptación, volvía todos los días hecho pis encima y nervioso. ¡Fue muy desesperante! Estábamos totalmente perdidos y el pobre Jero metido en el medio de esa inseguridad… ¡fatal!
De nuevo, a buscar ayuda: psicólogos y psiquiatras, terapistas físicos y de la conducta, neurólogos, fonoaudiólogos, acá y en Buenos Aires, pero en ningún lado nos dejaban conformes con lo que nos decían: ADD, border line, psicótico, bloqueo emocional, problemas de madurez, celos del hermano, etc.
Tuvimos incertidumbre, decepción, tristeza, angustia,
pero también esperanza, alegría y una felicidad enorme
cuando vemos sus logros.
A sus 13 años ya había pasado por dos jardines de infantes y cuatro escuelas diferentes. Hasta que una casualidad hizo que lográramos el diagnóstico correcto. Por fin pudimos ir sabiendo a qué nos enfrentábamos y cómo hacerlo. Aunque todavía teníamos muchas dudas, estábamos dispuestos a aceptar lo que nos tocaba y a llevarlo adelante lo mejor posible.
Encontramos caminos
Con adecuaciones curriculares y varios tutores, terminó su secundario. En el acto de fin de año habló ante sus compañeros, profesores y demás padres, mostró su premio más espectacular, el de “mejor compañero”.
Por supuesto que no todo fue color de rosa, pero en esa escuela supimos que contábamos con el apoyo y acompañamiento total con una alegría inmensa de trabajar con Jero. Me agradecían por permitirles aprender de él todos los días. ¡No lo podía creer! Sus compañeros de clase llegaron a decirme: “Si todos fuéramos como Jero, el mundo sería mejor». Fue un pionero en su colegio.
Nunca tuvo movimientos repetitivos o aleteo. Así que su mayor dificultad está en la parte social: siempre con la mirada seria, es sumamente estricto con los horarios, no entiende los chistes o comentarios con ironía y no le gusta mentir. Pero con la práctica aprendió a reconocer cuando le están haciendo una broma y es capaz de reírse. Te dice lo que piensa, estés o no listo para escucharlo. A su abuela que vino a visitarnos le dijo: “Estás gorda» o «Ese color de esmalte de uñas es feo». Quien no lo conoce piensa que es un mal educado o un insolente.
Logros
Nos pasó de todo… Emociones buenas y malas, incertidumbre, decepción, tristeza, angustia, mucha angustia, pero ¡mucha! También esperanzas, alegrías y, hoy, una felicidad enorme cuando vemos sus logros.
A la distancia sabemos que todo sirvió para que Jero llegara a ser quien es. Sentimos mucho orgullo por todo lo que luchó junto a nosotros por superarse y por enseñarnos a conocerlo. Son muchísimos los cambios que fue haciendo y sigue teniendo, cada día nos sorprende con cosas nuevas.
Acaba de publicar un libro de aventuras y dice que tiene tres más en su cabeza, trabaja en una farmacia, va al gimnasio, a las fiestas de fin de año. Además le gusta coleccionar música y videos. Le molesta mucho todo lo que es inesperado pero ya descubrió cómo calmarse con su música o jugando con el gira ball.
La relación con sus hermanos no siempre fue fácil. El hermano que le sigue fue por mucho tiempo su bastón, estuvo siempre muy pendiente, por eso ahora puede decir que “tener un hermano con autismo le queda inmensamente chico”. “Él nos ayudó desde temprano a ver la realidad; algo que no es padecer sino para agradecer”.
A sus 27 años, si tiene que elegir, elige mirar dibujitos animé. Le gustan los dibujitos animados, las historietas de Asterix y videos infantiles.
Es muy difícil resumir una vida tan intensa.