REPROCHE ETERNO

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Es común encontrarse con padres que expresan sentir culpa, angustia o miedo ante la actitud de reproche de sus hijos. La autora explica con claridad la diferencia y el valor de cada uno de estos sentimientos.

SILVANA TORRIJO | LICENCIADA EN PSICOLOGÍA Y LOGOTERAPEUTA

[dropcap]L[/dropcap] a culpa es un sentimiento propio del ser humano que es consciente de ser libre para optar por realizar el mal o el bien. Entonces, ¿es malo sentir culpa? No. Pues ella habla de lo que uno siente cuando hizo algo mal u omitió algún bien posible aunque, si nos angustiara en demasía, podría obstaculizar una acción reparadora. Por ejemplo, sentir persistentemente culpa «porque yo tendría que haber…» o culpa por todo o de nada.

Mas allá de estas circunstancias, la culpa aparece para hacernos reflexionar al respecto de eso que me hace sentir mal y revisar posibles formas de encarar conductas o actitudes que la alivien. Convertir la culpa pasiva en responsabilidad activa, consiste en asumir y realizar aquello que se siente que se debe hacer.

Reproche adolescente

Por otra parte, el reproche alude a una queja acerca de una frustración del pasado donde la persona no sólo no olvida los detalles de lo sucedido, sino que corre el riesgo de seguir recordando tal episodio donde acusa a alguien, maximizándolo. Es decir, primero será, «no me saludaste» hasta llegar a ser «vos nunca me saludás” y “nunca te preocupás por mí».

El reproche expresa un enojo,
comunica expulsivamente dicho enojo,
pero no abre a la posibilidad de dialogar.

El reproche expresa un enojo y lo comunica expulsivamente, pero no abre a la posibilidad de dialogar; por el contrario, fomenta que la persona acusada sienta que se debe defender de aquello de lo que se la acusa.

Respecto a la adolescencia, sabemos que es una etapa vital en la que se presentan varios conflictos o crisis, en el intento de formar la propia identidad. Crisis que se manifiesta por el pasaje de la dependencia a la independencia para más adelante llegar a la autonomía. La dependencia indica «ser desde el otro». La independencia propia del adolescente alude a «no ser como el otro» y la autonomía apunta «a ser lo que decido ser, junto a otros». Todo ello es un proceso de maduración en la vida de la persona.

Suele suceder que en este proceso, por angustia, miedo, confusión o realismo, el adolescente se enoja y proyecta este enojo especialmente con sus padres, quienes son las figuras de las que necesita diferenciarse, y allí aparece el reproche.

En cuanto a los papás de adolescentes, es esperable una actitud reflexiva acerca de aquello que su hijo les demanda, reclama o reprocha pues siempre hay un mensaje que les está transmitiendo. Pudo haber una equivocación o un no darse cuenta. Si al revisar, se llegara a la conclusión de que efectivamente hubo equívoco, un pedido de disculpa sobre ese detalle en particular sería muy bueno y, lejos de quitar la autoridad, la afirma.

Se aprende a ser padres
y se aprende a ser hijos
en «este» sistema familiar

Por ejemplo, una madre que recapacita: «Yo no me arrepiento de lo que le dije, pero sí de la forma en que lo hice, estaba enojada, nerviosa, cansada». En este caso, la mamá pedirá disculpas por el modo en que lo dijo, aclarando el valor del contenido. Pero muchas veces los padres concluyen, simplemente, que no quieren ser cómplices de ciertas elecciones de los hijos que se instalan en el reproche como una comunicación cómoda que sólo busca castigar a los padres. Opino que habrá por delante una tarea más ardua.

reproche eterno

¿Se puede prevenir?

Siempre habrá enojos, peleas, pero habrá reconciliación en los vínculos.
La prevención implica comenzar desde la infancia con actitudes de diálogo. Tarde o temprano, tendremos que intentar aprender a decirnos lo que sentimos y nos pasa de otro modo, porque bajo un mismo techo el respeto por amor es la esencia de una convivencia familiar.

Ser autoconscientes consiste en dialogar con nuestra consciencia, con nosotros mismos para revisar lo hecho hasta aquí como padres, nuestras tendencias, nuestros propios enojos y en especial, nuestros miedos, tales como miedo a que mi hijo se enoje, a que se vaya de casa, a que no me hable más. Estos miedos deben ser trabajados, pues son condicionamientos, cadenas que impiden actuar desde lo que libremente consideramos bueno hacer.

Desde el inconsciente es más cómodo
proyectar culpas que hacerse cargo
de la posibilidad de equívocos personales

Por otra parte, mantener la autoridad, que es firmeza con cariño y no rigidez. Ayuda preguntar para saber realmente lo que le pasa al otro.

Un punto más: puede ocurrir que el que reprocha es siempre el mismo y el acusado también lo es. Entonces existe la posibilidad de que en este sistema familiar se haya tensado especialmente esta relación. Por ejemplo, si José le reprocha siempre y solamente a su padre, será conveniente revisar la historia vincular entre ambos y observar también las funciones de los otros miembros familiares que pueden estar sosteniendo inconscientemente esta modalidad. Un caso típico sería cuando la madre le dice a José: “No te preocupes, yo lo hablo con tu padre”, o “ya sabés, papá no va a querer”.

Mensaje a los adolescentes

A los adolescentes quisiera decirles, recordarles o proponerles lo siguiente:
Se aprende a ser padres y se aprende a ser hijos en este sistema familiar. Por lo tanto, todo aprendizaje requiere paciencia al saber que la vida es un ensayo responsable, pero ensayo al fin, para todos.

El insistir en reprochar muestra las propias frustraciones de expectativas o deseos no cumplidos por alguien del cual espero, alimenta la descarga energética del momento y deja una falta de energía para asumir los propios enojos y hacerse cargo de ellos. Desde el inconsciente es más cómodo proyectar culpas que hacerse cargo de la posibilidad de equívocos personales. El reproche quita energía para pensar sobre qué queremos o podríamos generar de bueno, porque seguimos focalizando en lo que «carezco…, no me dieron…», conformando un círculo vicioso que agota. ¿Puede ser que reprochar dé poder? ¿Puede ser que dé poder para castigar al que no satisfizo mi necesidad o deseo?

En fin, convengamos que los sentimientos y emociones en los vínculos familiares son un entrelazado de muchísimas variables, como la historia vivida, las personalidades, el cómo se han permitido expresar las diferencias sin desvalorizar al otro y la forma en que hemos aprendido a filtrar lo que percibimos y a focalizar en lo negativo o positivo.

Todo ser humano genera algo en el otro, todo ser humano tiene defectos y virtudes, todo ser humano sigue aprendiendo a vivir con distintos grados de responsabilidad de acuerdo con sus funciones.

Todo ser humano está para ayudarse y ayudar a otro, pero ningún ser humano es lo que debería ser de acuerdo a lo que yo necesito que sea, ningún ser humano es perfecto, y en esos seres humanos estamos incluidos los padres y los hijos. No podemos ser alguien desde la desvalorización al otro.

Por último, propongo que intentemos que lo que suceda, como suelen ser los rasgos comunes a una etapa evolutiva, no sea la razón para destruir la riqueza de la persona del otro, sino recordar que en una familia se manifiestan distintas personas, cada una de ellas en una etapa o ciclo vital distintos.

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