PROTAGONISTAS DE ESTE TIEMPO

 

 

La longevidad, los avances en la medicina, la globalización, los llamados nuevos medios, entre otras causas, hacen que convivamos muchas generaciones y que las diferencias sean evidentes. ¿Enfrentarse?, esta nota invita a la comprensión.

 

MARÍA CORNÚ LABAT | ABOGADA ESPECIALISTA EN FAMILIA | MCORNU@ESTUDIO-CORNULABAT.COM.AR

[dropcap]T[/dropcap] omás ahora iba a vivir con sus abuelos. Sus padres y hermanos habían partido a Chile por cuestiones laborales, y él que ya terminaba el colegio quiso quedarse en Buenos Aires. Los amigos pesan mucho a la edad de Tomy.

En realidad, rendir las previas y arrancar la carrera en la UBA, eran excusas. Tomás no concebía dejar su grupo de amigos, sus preboliches, las salidas entre semana. Su vida era impostergablemente divertida. «Divertida». Esa era la palabra ante cada decisión a tomar. La primera pregunta que se hacía, y conclusión que Tomás sacaba, eran: “Me divierte, no me divierte”. Era lo determinante para seguir o cambiar de rumbo. Y, él lo sabía, claro que sí. Irse a Chile no le divertía, por eso se quedaba.

Pero, si algo había aprendido luego de varios discursos escuchados, era que a Babu (su abuelo Osvaldo) no le podía decir que algo no le divertía. Era casi una mala palabra. Y si quería quedarse en su casa, más le valía erradicar esa expresión. “Las cosas se hacen porque se deben hacer”: esa frase que no entendía ni cuya implicancia compartía para nada, sólo procuraba grabársela a fuego. Así no chocaría con Babu (aunque no entendiera nada).

Ella veía la exagerada dedicación de sus hijos
hacia sus propios hijos. Nada les podía faltar.
Nada les podía doler

Osvaldo y Elsa charlaban, se ilusionaban. La llegada de Tomás a casa los iba a rejuvenecer. Los ponía en un lugar de nueva responsabilidad, una manera de seguir vigentes.

Aunque Osvaldo seguía más que vigente. Con sus jóvenes 76 no había dejado de trabajar. Seguía ejerciendo su profesión de abogado con el ímpetu de siempre y mucha sabiduría acumulada. No sabía hacer otra cosa, no podía concebir su vida sin el trabajo.

Al frente del aula

Ani llegaba a dar clases. Le costaba ese grupo cada vez más. Cada vez se sentía más lejos. A veces se sentía… vieja. Y ese jueves iba a ser paradigmático. La preceptora la previno: “No sé cómo vas a hacer. Anoche fue la fiesta de egresados de sexto, y fueron todos. Los cinco que vinieron es porque no tenían faltas”. Eso sí que no lo podía entender.
Cuando uno de los alumnos, Pedro, le preguntó por qué lo despertaba si él no daba más, Ani no daba crédito a lo que escuchaba. Era una falta de respeto que un alumno estuviera durmiendo mientras una profesora intentaba dar clases. Pero Pedro, con toda naturalidad, le dijo que a los que les faltaban el respeto era a ellos haciéndolos ir a clase después de una fiesta de egresados. Por un momento se quedó sin palabras.

Sus alumnos eran un poco más grandes que los mayores de sus nietos. Ella veía la exagerada dedicación de sus hijos e hijas políticas hacia sus propios hijos. No dejaba de llamarle la atención. Nada les podía faltar. Nada les podía doler. Las frustraciones de los chiquitos, los mismos padres las vivían como propias y no lo toleraban.

La pregunta de Juana la hizo volver al aula:
-¿Qué pasa, Miss? ¿Estás en contra de nuestra generación?

-¿En contra de su generación?
Pero si tengo nietos como ustedes, ¿cómo voy a estar en contra? No, no se trata de eso.

La pregunta de Juana la hizo volver al aula: -¿Qué pasa, Miss? ¿Estás en contra de nuestra generación?-. Y ahora, viendo a estos adolescentes, recordando a sus hijos criando a sus nietos, la pregunta de Juana le caía como un balde de agua fría -¿En contra de su generación? Pero si tengo nietos como ustedes, ¿cómo voy a estar en contra? No, no se trata de eso-.
Pero… cómo les explicaba. En ese momento le cayó la ficha. Los chicos realmente creían que se les faltaba el respeto. Tenía que buscar la manera de entenderlo, así como entender a sus hijos que privaban de toda frustración a los niños. Sí, tal vez si trataba de cambiar su punto de vista lograría hacer algo. Se daba cuenta de que enfrentándolos no llegaba a ningún lado.

La desilusión

Osvaldo se sentía totalmente desanimado. La ilusión de acompañar a su nieto en esta etapa que él consideraba tan importante en la vida de un hombre, prometía derrumbarse. De pronto se encontraba a sí mismo quejándose sin parar. Elsa lo escuchaba, paciente, desviando la mirada al tejido para esconder su propia desazón. A ella le entristecía, además, que el aire de paz que se respiraba en su hogar, de golpe se hubiera contaminado. Tanto Osvaldo como ella estaban muy orgullosos de lo que habían logrado. Algo que no era fácil ni obvio en un matrimonio de su generación. El tan temido, tan promocionado “síndrome del nido vacío”, a ellos no les había golpeado. Y juntos, solos, disfrutaban su vida. Se acompañaban, se mimaban, hacían pequeños viajes juntos. Y nunca pensaron que la presencia de Tomás los fuera a afectar. Un chico grande empezaba la facultad.… Iba a ser un gozo verlo madurar.…

“Me divierte, no me divierte”.
Es lo determinante para seguir o cambiar de rumbo.

Pero estos no eran los tiempos en que Osvaldo estudiaba en la universidad o los propios hijos lo hacían. No podía tolerar ver a Tomy durante todo el día con sus pulgares en acción contra el teclado del teléfono o el control de la Play Station. Simplemente no concebía esa pérdida de tiempo. Cuando Osvaldo le planteó a su hijo que podía ser bueno que Tomy se buscara un trabajo, como él y sus hermanos lo habían hecho, la respuesta fue que no era necesario. Él le iba a girar el dinero para sus gastos. Y con tranquilidad, si Tomás encontraba algo que le “divirtiera”, vería si empezaba a trabajar. No había ningún apuro.

***

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Ani volvió a su casa desolada. Se sentía diez años más vieja. De pronto percibía que su andar no era tan jovial como ella presumía, su rapidez mental le había jugado una mala pasada. No podía entender lo que había sucedido ese día. Y eso que ella era de avanzada. Mientras sus amigas se habían casado y habían dejado todo, dedicándose únicamente a la casa y a los hijos, ella había estudiado y criado a sus tres hijos, sin dejar nunca su carrera.

Y ahora no entendía a estos chicos, parecía que se había levantado un muro con esa generación. Cuando mate de por medio pudo contarle a su marido, Charly, lo sucedido, juntos reflexionaron un poco más allá. Charly le recordó que no era la primera vez que habían sentido este “choque generacional”. Le hizo acordar de aquel momento, que si bien no había olvidado, ya no tenía dramatismo.

Charly y Ani, gracias al trabajo duro de tantos años, con mucho orgullo, habían podido ayudar a cada hijo, cuando se recibía, con un monto de dinero para comprar su primer departamentito. Cuando le tocó el turno a José, diez años atrás, les avisó que no iba a comprarse ningún departamento, terreno o casa; en cambio, iba a renunciar a su trabajo e iba a invertir esa suma en un máster en una reconocida universidad de Estados Unidos. Charly le recordó a Ani lo que había sentido. Angustia, desesperación. ¿Cómo podía ser que renunciara tan fácilmente a la seguridad que le daba un techo, a la seguridad que le daba un empleo en una empresa importante? ¿Qué le pasaba a José? ¿Qué le pasaba a esa generación? ¿No les importaba nada?

Y José ahora, a los 34 años, casado desde hacía tres, vivía en una ciudad de Estados Unidos (la segunda desde que se graduara del máster), y trabajaba en lo que le gustaba. No era propietario. Tampoco el estilo de vida que llevaba se lo requería. Ya llegaría el momento. Y Ani sonreía recordando que había aprendido a entenderlo, que hoy le parecía evidente que su hijo había hecho muy bien las cosas. Pero seguía pensando en sus alumnos, y en su hijo mayor Pablo y la forma de criar a sus propios hijos… y no lograba entender.

¿Tradicionalistas?, ¿X, Y, Z?

Traigo estas anécdotas porque las vivimos y escuchamos a diario. Hay quienes hablan de las generaciones “X”, “Y” y “Z”, otros hablan de los “tradicionalistas”, “babyboomers”, sin acordar cuándo empieza una, o nace la otra. Cuando buscamos bibliografía sobre este fenómeno, el mundo empresarial es el protagonista al momento de analizar la “problemática”. Los departamentos de Recursos Humanos se sirven de estos datos para preparar a su personal, entenderlo, darle lo que necesita, lo que quiere, lo que va a hacerlo feliz.

Tomás, Babu, Elsa, Ani, Pedro, Juana, Charly, José, Pablo coexisten en un mundo en el que cada uno tiene cabida y tiene protagonismo. A ellos no les importa qué nombre tiene su generación. A Ani no le quita frustración saber que sus alumnos son nativos digitales, hijos de los X, primos menores de los Y.… Ella es protagonista.

Charly y Ani eran de avanzada para su tiempo cuando trabajaban los dos, y disfrutaban de lindas vacaciones y educaron a sus hijos en todos los niveles posibles. ¿Serían tradicionalistas, serían babyboomers? Quién sabe. Siguen protagonizando su vida.

La situación de Osvaldo y de Elsa es similar. La vida para Osvaldo tuvo sentido viendo que a sus hijos no les faltaba nada, habiendo podido darles la ansiada estabilidad. La que lograba con el trabajo que tan bien hacía desde hacía casi cincuenta años. Y que sigue haciendo. Sigue siendo el protagonista de la vida. Y Elsa protagoniza su vida apoyando, supliendo, acompañando. Sigue vigente, orgullosa, importante.

Pablo, José, los padres de Tomás, tantos otros, habían recibido esa estabilidad, habían seguido los mandatos, pero a su modo. Tal vez la estabilidad que sus padres les habían asegurado, los habría animado a dar un paso más y a asumir la adrenalina que el mundo entero les ofrecía. Y sí. Los estudios y los trabajos empezaban a ser conquistados con otros ojos. El mundo se podía alcanzar, nada quedaba lejos. Y eran protagonistas del tiempo, de la vida.

Tomás, sus amigos, Juana, Pedro, la generación intermedia, también protagonizan este tiempo, también escriben la historia. Con las herramientas que sus padres, sus abuelos, sus educadores les otorgan.
Entonces, ¿hay cabida para la incomprensión? Los nacidos digitales son herederos de los “X”, de los “Y”, de los babyboomers, de los tradicionalistas. Tomás no inventó la Play ni el teléfono celular, el Twitter o el WhatsApp, ni todos los otros. Los recibió, los aprendió a usar y forman parte de su realidad, de su protagonismo.

A mis veinte años, yo hablaba con mi abuela, que vivía con nosotros porque no podía vivir sola. Ella, sentada en su hamaca, se quejaba de los “jóvenes de hoy”. Y era divertido, y a veces aburrido, escucharla con ese pesimismo. Pero le acariciaba la cabeza llena de canas, y ella sonreía resignada. Hoy esa abuela es Ani, es Osvaldo, es Charly o Elsa. Ellos no miran desde la hamaca, no los cuidan sus hijos. Son protagonistas y coexisten en el mismo sistema. Ellos ayudan a sus hijos a criar a sus nietos, con sus tiempos y su vigencia. Esa es la gran novedad de nuestros tiempos.

Y -no te olvides- la bisabuela también está en casa.

Los personajes de este relato son de ficción… Cualquier similitud con la realidad NO es pura coincidencia.

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