Por Dra. María Amalia Caballero – Periodista
Soy “la” periodista de Sembrar Valores, de hecho fue el único motivo por el cual llegué aquí a trabajar con orientadores familiares, psicólogos, psicopedagogas, docentes… y, alternativamente se suman otros periodistas, en forma puntual como los pasantes que solemos tener o en modo más continuado como es el caso de Arantxa Escribano.
Amo este trabajo, ¿qué duda cabe? Y este año, por primera vez, me tomo la libertad de celebrar “mi” día con todos ustedes.
Me impactó el mensaje del Papa Francisco para el día de las comunicaciones sociales que tiene como título: “Escuchar con los oídos del corazón”, entonces elegí algunos párrafos ver aquí.
Oír no es lo mismo que escuchar
Te refiero a muchas notas publicadas en Sembrar Valores, de autores como J.P. Berra, L. Dodds, M. Capatti, A. Duarte, M. Cornú Labat, entre otros. Por ejemplo.: https://sembrarvalores.org.ar/web/comprender-respetar-amar/, https://sembrarvalores.org.ar/web/estas-aca/, https://sembrarvalores.org.ar/web/dos-oidos-y-una-boca/…
Ahora te traigo aquí el testimonio de un médico, acostumbrado a curar las heridas del alma, a quien le preguntaron cuál era la mayor necesidad de los seres humanos. Respondió: “El deseo ilimitado de ser escuchados”. Es un deseo que a menudo permanece escondido, pero que interpela a todos los que están llamados a ser educadores o formadores, o que desempeñen un papel de comunicador: los padres y los profesores, los pastores y los agentes de pastoral, los trabajadores de la información y cuantos prestan un servicio social o político.
En seguida pensé esta es una visión amplia de nuestra audiencia y me animé a seguir:
Incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona.
En los Medios, en la mesa, en el aula
La primera escucha que hay que redescubrir cuando se busca una comunicación verdadera es la escucha de sí mismo, de las propias exigencias más verdaderas, aquellas que están inscritas en lo íntimo de toda persona. Y no podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.
Cuántas veces, más allá de escuchar, lo que queremos es hacernos oír, ver el impacto de nuestro mensaje, ¿cuántos «me gusta», cuántos comentarios, cuántos retweets tenemos? Un profesor en el aula o un padre de familia que quiere “congeniar” con su hijo y en vez de pensar ¿Cuál es el mensaje?, pensamos en qué quiere la audiencia escuchar, recibir, o el cliente, el anunciante… y la verdad se queda ahí, escondida, agazapada.
La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad (…) en los bandos ideológicos, la escucha desaparece y su lugar lo ocupan contraposiciones estériles.
En efecto, solamente si se sale del monólogo se puede llegar a esa concordancia de voces que es garantía de una verdadera comunicación. Escuchar diversas fuentes, “no conformarnos con lo primero que encontramos” —como enseñan los profesionales expertos— asegura fiabilidad y seriedad a las informaciones que transmitimos. Escuchar más voces, escucharse mutuamente, (…) nos permite ejercitar el arte del discernimiento, que aparece siempre como la capacidad de orientarse en medio de una sinfonía de voces.
Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida.
La infodemia y la desconfianza
Nos toca transitar un tiempo de mucha desconfianza en la información, los mensajes oficiales engañosos que recibimos en torno a la pandemia, la guerra, las migraciones nos ponen en la responsabilidad de: disponer el oído y escuchar en profundidad, especialmente el malestar social acrecentado por la disminución o el cese de muchas actividades económicas. Y el problema real y duro de las migraciones forzadas, ojalá tuviéramos la receta para resolverlo pero es necesario: vencer los prejuicios sobre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos. Muchos buenos periodistas ya lo hacen. Y muchos otros lo harían si pudieran.
También sobre este tema vas a encontrar en nuestras redes caras y nombres, de la guerra en Ucrania, ¡sí! Pero también de las experiencias de argentinos que emigran y de inmigrantes que recibimos de nuestros países vecinos cada uno tiene su historia. Nos toca escuchar para conocer y comunicar mejor.